Lunes 20 de abril de 2020
Un día más
Otra vez lunes. Juraría que fue anteayer, pero se ve que al tiempo le gusta jugar a volverme loco. Y vaya lunes... O sea, se supone que seguimos en abril, ¿no? Porque el calor que ha hecho hoy no ha sido ni medio normal. La verdad es que no se me ocurre nada mejor para pasar el día que 26ºC de temperatura, con viento seco del oeste de regalo. Un combo cojonudo para toda aquella persona que sufra alergia estacional. O, en mi caso, para morirse del asco y arrugarse como una pasa.
Eso es, sin duda, una de las cosas que menos me gustan de vivir en la costa: la enorme dependencia al flujo del viento. Cuando se instala un anticiclón en la zona del Mediterráneo, el aire húmedo que arrastra del mar es un bálsamo; la temperatura en mucho más suave, hay brisa húmeda que huele a sal, y por las mañanas amanece todo mojado por la condensación del rocío. El contrapunto es que, mientras que aquí gozamos de un tiempo atmosférico agradable, la costa atlántica y buena parte del interior se resecan y tuestan como tomates al sol. En cambio, si una borrasca se aproxima por el oeste y va regando la geografía española, aquí solo nos llega el viento recalentado de tierra y una sequedad que se me agrietan hasta los nudillos.
Como suele decirse, nunca llueve a gusto de todos.
Además, el agua del mar amortigua en gran medida los contrastes bruscos de temperatura. Lo cual, si bien en invierno puede parecer bueno (aunque cada vez hace menos frío por culpa del jodido calentamiento global), cuando llega el verano te ríes menos. De hecho, a mí no me hace ni puta gracia. Es cierto que en zonas del interior hace más calor por el día, pero cuando cae la noche, el mercurio de los termómetros cae y pueden dormir relativamente frescos. Sin embargo, en la zona del levante español, el Mediterráneo está tan caliente por la incidencia del sol que al llegar la noche a duras penas bajamos de los 23-24º, y eso ya casi amaneciendo. ¿Os imagináis lo que es dormir durante varios meses al año con el termómetro de mi habitación marcando los 30º a las doce de la noche? Pues ya os lo digo yo: un puto infierno. Sencillamente insoportable. Es, sin duda alguna, la época del año que más odio. Porque claro, al haber más horas de sol y la amplitud térmica ser tan pequeña, a las casas no les da tiempo a refrescarse.
Entonces, volviendo al tema principal, con el viento caliente que ha hecho hoy, ¿alguien me puede explicar qué mierdas le pasa en la cabeza al personal de mantenimiento de mi urbanización para que, dadas las circunstancias, se hayan pasado toda la santa mañana con la sopladora? Porque, aparte de levantar polvo y ser una máquina de contaminación acústica, no entiendo para qué cojones sirve. Ni que viviera en un estadio de fútbol repleto de latas de cerveza. Que, mira, en otoño todavía te lo compro porque hay muchas hojas de los árboles por el suelo (que me parece lo más natural) y, bueno, no vaya a ser que cojan una escoba, se les pince el nervio ciático y se incrusten el palo en el pecho como un kebab. Pero ahora que está todo limpio porque ha llovido un montón, de verdad que no me cabe en la cabeza. Estoy seguro de que nueve de cada diez alergólogos lo recomiendan. Y para evitar la propagación del coronavirus también ha de ser una maravilla...
¿Qué queréis, llamar la atención? ¿Buscáis un aplauso, es eso? Porque si dejáis de molestar con la soplapollas esa, me asomo al balcón como si fuera a cantar una saeta y os aplaudo hasta que se me caigan los putos dedos. Eso, o pasáis a las ocho en punto por aquí que seguro que os llueven los admiradores.
Lo que yo os diga, que esta urbanización solo se arregla con laca y un mechero.
En fin, después de esta clase magistral de climatología de la costa mediterránea española, tranquis que no entra en el examen, voy a contaros un poco qué he hecho en este trepidante día dentro de mi casa. Os advierto que tanta emoción condensada no es apta para cardíacos. Si os pega una miaja apechusque y la roscáis, yo no quiero saber nada.
Después de levantarme de la cama de pinchos, sortear el círculo de fuego para llegar a la cocina y hacer el desayuno sin amputarme ningún miembro con la motosierra del pan, decidí que ya tocaba enfrentarme al temible espectro del polvo que había poseído mi mattcueva. Para tamaña proeza me adentré en el mismísimo corazón de las tinieblas en busca del artefacto perdido, antaño perteneciente al ancestral Pueblo del Viento.
Según las leyendas que han sobrevivido el devenir de los siglos, su poseedor obtendría un misterioso poder capaz de desterrar cualquier demonio de la faz de la tierra. Y así fue. Hube de enfrentarme a tenebrosos enemigos y resolver acertijos imposibles, que llevaron al límite mi ya de por sí escaso intelecto, hasta que, en lo más remoto de la insondable caverna, a modo de señal divina, un brillo velado me anunció el final de mi peregrinaje.
Sin embargo, eso solo fue el comienzo. ¿Qué era aquello que tenía entre manos? ¿Cómo se suponía que aquella tecnología desconocida iba a ayudarme en mi cometido? ¿Qué debía hacer? Desesperado, con mi taimado enemigo medrando sin control, hice lo único que podía hacer, aun a sabiendas de que mi demanda tendría un precio elevado: recurrí al oráculo de mi pueblo.
El despreciable ser, que en otro tiempo respondía al nombre de Ailema, fue desterrado y encadenado en el Monte del Lamento, condenado a malvivir por toda la eternidad tras abandonar a su gente cuando más la necesitaban. Su aspecto era aún más aterrador de lo que las crónicas narraban, deformado por toda clase de sortilegios prohibidos y pócimas mágicas. Si sus ojos alguna vez reflejaron arrepentimiento o culpabilidad, estos se habían diluido y transformado en odio y desesperación. No me cabe la menor duda de que me habría rajado el cuello con sus huesudas manos de haber podido. Y ese monstruo era mi única posibilidad.
Como me habían advertido, trató de embaucarme con sus trucos e ilusiones para que la liberase de su cautiverio, jugando con mi mente como si fuera un pajarillo indefenso. Me resistí cuanto pude, mas era terroríficamente poderosa. Solo cuando, viéndome al borde del desfallecimiento, bajó momentáneamente la guardia, pude pronunciar las palabras que, si bien no sabía dónde me conducirían, eran mi salvoconducto para salir de allí con vida: necesito tu ayuda.
No se equivocaban cuando me avisaron que su pago sería elevado, pero, ¿qué otra cosa podía hacer? Así, cabizbajo y sintiéndome miserable, sucumbí a su voluntad y sellé el pacto con mi propia sangre: cuando hubiera cumplido mi contienda, debería volver y saldar mi deuda.
Con las energías renovadas, puse rumbo a mi hogar para deshacerme del demonio del polvo de una vez por todas. Sirviéndome de los conocimientos del oráculo, imbuí el inerte artefacto de la energía ciclónica del Pueblo del Viento. El misterioso objeto comenzó a agitarse con violencia, rugiendo con la furia de mil huracanes: había funcionado. No sabía cómo ni por qué, pero ya casi podía sentir la embriagante sensación de la gloria fluyendo por mis venas.
El espectro opuso resistencia, aferrándose en su incansable intento por expandirse, mas no era rival para el poder del artefacto. Lo succionó sin compasión, arrancándolo de ignotos escondrijos y sellándolo en su receptáculo interior para que jamás volviera a ver la luz del sol. Hasta que no quedó nada.
Tan pronto cumplí con mi propósito, el ancestral objeto se detuvo, devolviendo la hegemonía al receloso silencio que había aguardado con impaciencia. Sabía que pronto acudirían más y más demonios para vengar la afrenta, aunque ya no tenía miedo. Ahora contaba con el conocimiento del Pueblo del Viento, y no dudaría en usarlo.
Ya solo quedaba una cosa por hacer: pagar mi deuda con Ailema. Pero esa, bueno, esa es otra historia.
Buenas noches.
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Diario de una cuarentena
Fiksi UmumHola, soy Fígaro y estoy en cuarentena. De hecho, medio mundo lo está. Y todo por el famoso coronavirus que sale hasta en la sopa. Porque, por si no te has enterado todavía, es una pandemia global y no podemos ni debemos salir de casa. Pero a mí lo...