41. El horno de la discordia

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Viernes 24 de abril de 2020

María Caprichos

Con este es el segundo día que veo frustrados mis intentos de hacer el bizcocho. De verdad que estoy decidido a ello, hasta tengo claro que será de chocolate y naranja. Pero chica, no hay manera. Cuando he terminado de recoger y me dispongo a pringarme hasta los tobillos de harina, me encuentro con mi madre poniendo la lavadora. Y pensaréis, «¿qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¿Acaso tu lavadora tiene función horneado? ¿O es que secas la ropa en el horno?». Pues, oye, no es una mala idea, me gusta cómo pensáis. Sin embargo, y seguro que para vuestra sorpresa, no se trata de nada de eso. El dato que ignoráis es que mi horno es de esos externos y, ¿a que no adivináis dónde está colocado? ¡Exacto! Encima de la lavadora. Que, ¿por qué? Pues porque mi casa es más pequeña que el cerebro de los antivacunas y hay que economizar el espacio. Así que, digamos, no me apetece que el bizcocho se haga una mousse; o peor, que acabe en la otra punta de la urbanización cuando la lavadora del demonio se ponga a centrifugar.

Aparte de eso, en mi casa existe la extraña creencia de que si enciendo ambos electrodomésticos al mismo tiempo nos quedaremos sin luz, como si hubiese un duendecillo granuja esperando para bajar los plomos y reírse en nuestra cara. A ver, como ya os dije, la instalación eléctrica de la urbanización en general es una pedazo de mierda infecta, conque no me parece tan descabellado. Pero vaya, que no deja de ser una manía más entre tantas otras. ¿Conocéis la leyenda de Bloody Mary y el espejo? Pues no tiene nada que ver, no me hagáis perder el hilo...

El caso es que, harto de no poder satisfacer mis antojos hiperglucémicos de preñada moribunda (ya me jodería estarlo), opté por una solución un tanto descafeinada aunque igualmente rica: mugcakes de avena con trocitos de chocolate y crema de cacahuete. Si os lo estáis preguntando, sí, están tan buenos como suenan. Para quien no lo sepa, aunque su nombre no deja mucho a la imaginación, son bizcochos (cakes) que se preparan en la misma taza (mug) donde se «hornean». Sin embargo, lo verdaderamente atractivo de este postre/capricho reside tanto en su forma de cocerse como en su inmediata sencillez. Así pues, en tan solo un minuto y medio al microondas, a media potencia, está listo para comer; y como no pringas otros cacharros, es easy peasy si no nos apetece pasarnos media hora fregando cuencos y demás utensilios de cocina. ¿Cuánto anglicismo en un mismo párrafo, no? Estoy hecho toda una moderna de pueblo.

Creo que no hace falta que diga que me lo gocé muy fuerte. No le hice foto porque mis ansias devoradoras de carbohidratos complejos no me lo permitieron, pero estaba fetén. A ver, hay que matizar que no es una obra maestra culinaria, ni he descubierto yo ahora la pólvora. Obviamente, no se puede comparar con una receta mucho más elaborada, como un bizcocho propiamente dicho o similar, pero ni tan mal. Si os interesa la receta os la puedo dar, aunque en internet (que es de donde la saqué yo) hay cientos de ellas. Esta me gustó especialmente porque se hacía con avena molida y no con otras harinas refinadas, e imagino que admite variaciones, claro.

En otro orden de cosas, hoy mi madre no fue al súper, así que sigo sin tener noticias de la casa del vecino. De lo que sí me informó es de, al parecer, el gobierno, al fin, ha regulado el precio de las mascarillas y ha suprimido el IVA de los productos sanitarios. Era una verdadera vergüenza que fueras a la farmacia y te pidieran nueve euros por dos mascarillas cuando, en circunstancias normales, no costara ni uno la unidad. Y digo más, deberían ser gratis, coño. ¿Estamos mal de la puta cabeza? Que, literalmente, hay gente que no se lo puede permitir y es un «accesorio» necesario para evitar contagios, si se usan bien, por supuesto. Menudos buitres carroñeros son las farmacéuticas, siempre aguardando al acecho para beneficiarse a costa de nuestra salude. Especuladores de los cojones... No os hacéis una idea de lo que me alegra que les jodan el negocio. Aunque, claro, viendo que ahora no pueden sacar tajada, lo mismo vas a comprar mascarillas y te dicen que no tienen. Visto lo visto, yo ya me lo creo todo. Que vayan con cuidado, no se les derrame por accidente una botella de alcohol sanitario y se les prenda fuego el chiringuito...

Es que me hierve la sangre, os lo juro. Me va a sentar mal el bizcochito de avena que me he comido para merendar. Por cierto, oficialmente se ha cumplido la cuarentena. O sea, que llevamos ya cuarenta días encerrados. A este paso voy a tener que cambiarle el nombre al diario.

En fin. Antes de dar por concluida esa trepidante entrega de «pesadilla en la cocina», quiero haceros una pregunta: ¿por qué está todo el mundo, de repente, poniéndoles barreras arquitectónicas a sus mascotas (sobre todo a los gatos) para ver cómo las sortean sin ningún problema y subir el vídeo a YouTube? Quiero decir, ¿es alguna clase de reto del que no me he enterado? ¿Alguna consecuencia de la Covid-19? ¿O, simple y llanamente, es que no tienen nada mejor que hacer que marear a los pobres animales?

Ahora sí, hasta mañana. A menos que entre una ardilla vampiro en mi habitación mientras duermo y me deje seco en la cama. En cuyo caso, bueno, lo mismo tardo un poco en actualizar el diario.

Noches. Sin buenas ni nada.

Diario de una cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora