23. Epifanía del buen rollo

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Lunes 6 de abril de 2020

Un día más

Tengo tantas cosas de las que hablaros hoy que no sé muy bien por dónde empezar. Bueno, haré lo que mejor se me da: improvisar. A ver si os pensáis que sigo alguna suerte de guion o algo similar. Aquí es a lo que surja, y a capear el temporal a pecho descubierto...

Esta mañana me he levantado de bastante mejor humor de lo que es habitual en mí, lo que sin duda es muestra inequívoca de que he descansado. O de que estoy sufriendo una posesión demoníaca. No fue la mejor noche de mi vida, ni por asomo, pero me conformo con haber desistido de mi performance nocturna de la niña del exorcista. Además, mi subconsciente tuvo a bien de hacerme soñar con que me apuntaba a clases de interpretación. Y, oye, no estuvo nada mal.

Sin embargo, después de desayunar y demás quehaceres matutinos, he reparado en que no tenía ni idea de qué día de la semana era: solo sabía que tenía que escribir la entrada correspondiente del diario. Enseguida miré el móvil y vi que ponía lunes, vaya. La cuestión es que, asumiendo que no estoy sufriendo un Alzheimer prematuro (o eso espero), me hizo aterrizar de mi pompa de aislamiento y tomar conciencia del tiempo que llevaba sin salir de casa (como todos). Lo cual me lleva a agradecer a mi yo del pasado la controvertida ocurrencia de iniciar esta mamarrachada de proyecto. Quién sabe, de no haber sido así, tal vez habría perdido la cordura antes de tiempo... Suponiendo que en algún momento gozara de semejante virtud, porque tengo mis serias dudas al respecto, para qué nos vamos a engañar.

El caso es que, como practicante habitual del encierro autoimpuesto (cosa que ya os he dicho varias veces), privarme del exterior no era un problema para mí. Y lo mantengo. Aun así, al comprobar lo cerca que estamos de llegar al mes de cuarentena, he sentido cierto vértigo y unas pinceladas de añoranza por lo que antes podía hacer y ahora no. Porque sí, hasta yo empiezo a echar de menos un buen paseo, o salir a comer por ahí.

Y, como poco, vamos a estar confinados todo lo que queda de abril, o así lo transmitieron los responsables del gobierno. Eso significa que tendréis entradas para rato, si no os cansáis antes. Yo, al menos de momento, sigo comprometido con ello.

En cierto modo, y por contradictorio que parezca, esta particular epifanía matutina me ha insuflado una determinación que hasta entonces ignoraba que comenzara a flaquear. Y, por qué no decirlo todo, me ha sentado bien.

Para que os hagáis una idea, esta mañana he generado, sin pretenderlo, un pequeño debate/confrontación en Twitter al comentar una foto del supermercado Mercadona. Como no podía ser de otra forma, la tóxica comunidad que aguarda agazapada en las sombras, a la espera de que algún incauto (yo) les lance carnaza a la que lanzarse como las alimañas que son, se me ha echado encima. A lo que voy es que, en lugar de responder sus burdos ataques y argumentos de niños de cuatro años y entrar a trapo (que tampoco es que lo suela hacer), me lo he tomado con calma y en su lugar me he limitado a hacer alarde de la que quizás sea mi mayor baza: la ironía. Así, con todo el respeto del mundo les he agradecido uno a uno sus inestimables sugerencias. Hasta me he permitido el lujo de añadir algún emoji para tocar más los huevos (que una cosa es dejarlo estar, y otra muy distinta es no aprovechar la oportunidad para perfeccionar mi pasivo-agresividad). Acto seguido, por supuesto, los he bloqueado, dejándolos sedientos de sangre.

Y, joder, os garantizo que mi salud mental me lo ha agradecido. Ha sido un simple gesto, pero al evitar la discusión con gente que no merecía en absoluto la pena (y que en el mejor de los casos no habría llegado a ningún sitio), me he ahorrado un calentamiento de cabeza considerable. Porque otra cosa no, pero darle vueltas a las cosas se me da que te cagas de bien. Y más con el tema que se trataba.

Así que, en resumen: esa chorrada de «escoge tus batallas» es tan cierta como que me he pasado el resto de la mañana haciendo ejercicio y escuchando a Dido. Con todo el flow además. He exprimido el buen humor todo lo que he podido, a pesar de que, como resultado de la música, no he podido evitar recordar la temporada que estuve viviendo en Inglaterra y lo mucho que lo añoro, aunque solo sea a veces. Fue, sin duda, una de las etapas más reseñables de mi vida, y, casi sin querer queriendo, he ido permitiendo que mi estado de ánimo se impregnara de melancolía. Y de té negro con bergamota.

¿Volveré algún día, y no como mero turista? Pues, tal como están las cosas, dudo que eso suceda en un futuro cercano. Sin duda me encantaría volver a pasear por la concurrida Londres, deambular por Cambridge sin rumbo fijo y, porque no, perderme de nuevo por sus calles como si fuera la primera vez. Al fin y al cabo, como reza aquella letra de César Isella (aunque la versión de Chavela Vargas es puro embrujo para los sentidos), uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida.

Ahora, en el preciado silencio de mi habitación (gracias, vecinos tocapelotas, por no ser un grano en el culo durante un rato) me parece todo muy incierto y difuso. Y pensar que este año había empezado tan bien... Iba a ser el año del cambio, el año en que enderezaría esta montaña rusa en la que se había convertido mi vida. No era simple palabrería cargada de promesas vacías, ni hablar. Había emprendido la senda tras un desastroso final del 2019. Tenía grandes planes para este año, planes que se han visto truncados de repente, como un enorme muro erigido mientras dormía con el único propósito de entorpecer mis pasos. Ojalá este punto y seguido sirva para reflexionar, para aprender y para retomar el camino. No donde lo dejamos, eso sería desandar lo andado y una evidencia de nuestro inexorable fracaso; pero sí echando la vista atrás de vez en vez para no olvidar el reguero de sangre que mancha nuestras manos y con el que hemos abonado la tierra.

Ojalá...

En otro orden de cosas, y disminuyendo la intensidad (que no veas tú cómo me ha sentado el mindfulness del todo a cien que me he marcado en un momento), he de decir que el pan quedó mucho mejor de lo que inicialmente esperaba. La corteza está crujiente (sobre todo al tostarlo), la miga tiene cuerpo, aroma y está tierna. No es el mejor pan del mundo, obviamente, pero para haberme medio inventado la receta, ni tan mal. Qué coño, están muy bien, en especial si se compara con la mierda infumable que venden en el súper de mi urbanización. La próxima vez, porque habrá una segunda, intentaré hacer barras no demasiado grandes. Para bocadillos y demás. Veremos qué tal.

Bueno, también estoy dispuesto a enfrascarme en la elaboración de monas de Pascua; que, para quienes no lo sepáis, es un bollo aromático y tierno que se come por estas fiestas. Al menos en algunas partes de España, porque en otras la mona es íntegramente de chocolate, lo cual, amén de un empacho de la hostia, me parece una fantasía La tradición, si no recuerdo mal, consiste en que los padrinos regalen la característica mona a sus ahijados. Pero como yo no tengo (ni ganas), y este año se ha suspendido la celebración de la Semana Santa (¡¡yasss!!), haré lo que vulgarmente se conoce como «Juan Palomo»: yo me lo guiso y yo me lo como. La masa es razonablemente trabajada y requiere de tiempo y paciencia. No es una elaboración para quien no ha tocado un paquete de harina en su vida, ni mucho menos. Afortunadamente para mí, algo de experiencia tengo, conque, si sale bien, tendréis la correspondiente foto. En algún momento entre mañana y lo que quede de existencia, si no me pilla el apocalipsis antes y me parte toda la tarde (lo repito tanto que, el día que suceda, no me lo voy ni a creer).

¡Ah! Que con el momento «intensa del coño» se me había pasado. Ha vuelto mi madre del súper con noticias sobre la señora a la que mordió el chucho del vecino gilipollas que lo lleva siempre suelto. Por lo menos esta vez fue porque ella preguntó. Y las hay malas y menos malas, creo. La menos mala es que la mujer sigue ingresada, pero pronto le darán el alta, o eso le dijo el dueño chismoso. En serio, un día tengo que ir yo y preguntarle por sus fuentes, porque me tiene entre cabreado como una mona y fascinado por sus dotes detectivescas. La mala noticia es que el perro de esta señora (que si os acordáis también le mordieron en la pata) ha matado al perro de su hermana, quien se llevó al animal a su casa mientras estuviera ingresada. O esto es lo que he conseguido deducir de lo que me ha contado mi madre, porque casi me provoca un esguince de cerebro intentando explicármelo. A ver si recaba más información, que ha dejado la telenovela canina en el climax.

Ya os contaré. Hasta entonces, cuidaos mucho y nada de irse «de vacaciones» a ningún sitio. No seáis como mis vecinos. No seáis irresponsables.

Diario de una cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora