Capítulo 7

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Astrid

Al día siguiente.

Cuando llegué a casa mamá estaba dormida y agradecí porque fuera así. No quería que viera en el estado en el que me encontraba, con sangre en la nariz y un chichón de un lado de mi cabeza.

Leonardo me ayudó a llevar a Selina a mi habitación. Ninguno de los dos habíamos dicho una sola palabra del camino a mi casa. Yo estaba sumida en mis pensamientos, repitiendo una y otra vez la escena en la que seguía a Ángel hasta esa mini cabaña de tortura, cuando recibí el golpe de Layne, cuando Ángel me habló feroz y demente.

Las últimas palabras que dijo Leonardo rondaban en mi cabeza también. ¿Ángel no llevaba una vida normal? ¿De qué sufría? ¿Qué lo llevaba a cometer algo tan atroz para satisfacerse? Quería averiguarlo.

Observé a Leonardo dejar a mi amiga acostada en mi cama y luego, se giró a mí.

—No despertará hasta mañana—me susurró—, Ángel le dió una dosis muy fuerte.

Asentí en silencio.

—Aún no lo entiendo—hablé. Él frunció su ceño.

—¿El qué? Estuviste a punto de morir en manos de Ángel y a nuestra observación, ¿y aún no lo entiendes?

—El porqué él es así—terminé.

Leonardo pareció pensar.

—Lo consideramos autista en una parte porque no demuestra sentimientos y no habla mucho. Psicópata porque no es sociable y no tiene remordimientos a sus actos atroces.

Asentí un poco aturdida.

—¿Psicópata?

Leonardo sonrió de lado.

—Sí, psicópata. Hasta en el sentido peligroso y eso ya lo sabes—zanjó y me pasó por un lado. En su mirada entendí que ya iba a irse.

Salimos de mi habitación y lo acompañé hasta la puerta.

—Hasta aquí he llegado—soltó una risa baja—. Hiciste de mi noche la mejor. No quería ver a mi hermano asesinando a la chica que era de mi agrado, menos a alguien de la familia. Es más, te soy sincero, aún no me acostumbro del todo lo que hace Ángel. Se me hace difícil, no es mi naturaleza. Siempre siento empatía por las chicas. Son inocentes, debería estar en contra, pero es mi hermano y aún así le tengo un gran cariño, porque sufra lo que sufra, es un buen muchacho. Sólo que... diferente—finalizó.

Escucharlo desahogarse prácticamente caló lo más profundo de mí. Me puse en los zapatos de Leonardo y me imaginé cuán difícil era llevar tal peso sobre tus hombros, ver en vivo como torturaban a una chica hasta matarla, ocultar algo grandísimo que de saberlo, irían a la cárcel. Era mucho. Mucho con lo que lidiaban la familia Dubrovnik.

Porque era mentira que solamente ellos dos podían encargarse del desastre que cometía Ángel. Los Dubrovnik eran ricos y sabían cómo era la vuelta para deshacerse de evidencia y de cadáveres. Me imagino yo. O quizá, ellos mismos estaban ocultándole esto a su familia.

No pude decirle nada a Leonardo. Simplemente, las palabras ahora no me salían. Había quedado muda. Los dolores habían apaciguado, pero aún sentía esa molestia. Ese dolor mental.

—En fin—habló él cortando la tensión—. Nos vemos mañana, Astrid. Sería un honor conocerte de nuevo mañana y aceptarte en nuestra familia.

—Buenas noches—logré decir.

Él asintió y salió por completo de mi casa. Lo observé montarse en su auto y arrancar. Cerré la puerta con cuidado detrás de mí y pasé el seguro.

El secreto de Ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora