Capítulo 1

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Astrid

—Mamá—la llamé, y mientras ella tardaba en responder, dejé la caja que tenía en mis manos en su habitación—. Mamá, ¿ésta era la última caja?

No obtuve respuesta y fruncí el ceño. Salí de su habitación y caminé hasta la cocina y me la encontré ahí, arreglando la comida en la alacena y nevera.

—Mamá, te dije que yo podía hacerlo—bramé y me acerqué a ella para detenerla. Ella me observó con una sonrisa divertida y encogió un hombre—. Yo lo haré más tarde, ¿sí?

—Haces  todo por mí Astrid, déjame ayudarte—dijo y rodé los ojos—, me siento bien cariño, estoy apta para éstas cosas—terminó de decir.

Mi madre sufría de taquicardia y también tenía un problema en el corazón. Hace tres meses había estado peor, su taquicardia había aumentado y ella estuvo que estar en cama. Tuve mucho miedo de perder a mi madre, aunque sé que ella es una luchadora y muy testaruda, aún así, no la dejo que siga haciendo nada, a menos que sea para cocinar.

—Por precaución—admití—, ve a descansar má. El viaje ha sido muy largo y debes estar cansada, yo haré la cena.

Ella niega con su cabeza repetidas veces. Sus ojos azules se ven muy brillantes y contienen esa alegría que siempre amé ver en ella.

—Está bien—refunfuñó—. Iré a la cama, estaré viendo mi novela—se da la vuelta y empieza a entrar al pasillo que da a las habitaciones, pero se detiene en el medio, dándose la vuelta—, no hagas un desastre Astrid—advirtió y asentí seguidas veces.

Me conocían mejor como terremoto. O tsunami. Todo lo que toco,arraso con ello. Me gustaba cocinar, solamente que hacía un completo desastre por todos lados. También, era muy torpe, tenía manos de mantequilla y unas cuántas veces se me caen las cosas. En fin, tengo una mala suerte que siempre va a mi lado.

Soy de esas personas que son muy curiosas pero torpes. Si vamos a jugar al espía, cometo la equivocación de reírme, tropezar, pegarme contra algo o incluso que algo se caiga de mis manos o a mi alrededor. Ya me ha pasado muchas veces, llegué a la conclusión de que no sirvo para jugar y mucho menos a la espía. Siempre algo sale mal.

Empecé a terminar lo que empezó mi madre, y minutos largos después ya la alacena estaba repleta de comida igual que la nevera. Bien, bien. Aún nada ha salido mal, bueno, creo que aquí en Alpes del Este nada me puede salir mal.

Ya eran las nueve de la noche y mi estómago reclamaba por comida. Saqué de la nevera harina instantánea para panqueques, la hice en un santiamén, procurando tener cuidado de no botar gotas de panqueques.

Prendí la cocina, coloqué el sartén y me dispuse a hacer la cena.

Cinco panqueques hice en total. Tres para mí y dos para mi madre. Caminé a su habitación para entregarle su cena y mientras más me acercaba, podía oír chillidos de felicidad y risitas. Fruncí el ceño. Entré a la par de tocar la puerta y vi a mi madre acostada con su laptop en su estómago.

—¡Astrid! Menos mal que has  venido—farfulla y mantiene una sonrisa radiante en su rostro—. Ven, ven, tengo algo que decirte.

—Vale—dije. Dejé el plato de comida en su mesita de noche—. Aquí está tu...

Me jaló de un brazo haciendo que cayera al lado de ella en la cama.

Wow, debía ser algo de su importancia como para sacar fuerzas y lanzarme.

—¡Mira!—me puso la pantalla en mi vista y comencé a leer.

Desde el Instituto Saphiro, le damos la bienvenida señorita Astrid Rooth. Nos hará un honor tener a una alumna muy inteligente como usted. Sus materias asignadas son las siguientes:

El secreto de Ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora