Capítulo 12

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Astrid

Me sobresalté al escuchar mi celular sonar. Era una llamada entrante, de un número desconocido. Todo se escuchaba en silencio además de que sonaba mi teléfono; vi la hora y eran las dos de la madrugada.

Me pareció extraño.

Mi teléfono aún sonaba y contesté la llamada.

—¿Hola?

Al otro lado de la línea escuchaba una respiración agitada. Durante unos segundo hubo silencio.

Astrid... yo... no estoy bien—era Ángel y en cuanto escuché su voz, el sueño se esfumó. Abrí por completo mis ojos y me centré en escucharlo—, no quiero hacer ésto más, quiero que pare, pero la maldita voz en mi cabeza no se calla...

Al fondo escuché a Leonardo discutir con Layne. Supe de inmediato en la situación en que se encontraba Ángel y los demás, él había asesinado a alguien más. Mi pecho se oprimió y mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no las solté. Sentía que me faltaba la respiración, que el dolor llegaba por la chica, por haber descubierto aquél secreto que nunca debí, y sobre todo, por gustarme de una manera anormal Ángel.

Sin embargo, no podía dejarlo solo. Tenía que acostumbrarme a esto. Después de todo, también era la familia de mi madre.

—Estaré ahí—y colgué.

Me levanté de la cama rápidamente, abrí mi armario a la velocidad de la luz y tomé lo primero que encontré: un sweater holgado y leggins negros. Me deshice de la pijama y ya con la ropa puesta, me metí en la aplicación de Uber.

Pedí el Uber más cercano y esperé alrededor diez minutos afuera de mi casa. La noche era fría, sola y terrorífica. Lo único que se oía era el cantar de los grillos y chicharras.

La situación en la que me encontraba ahora me tenía nerviosa con los pelos de punta. Tenía mi cabeza divagando en la llamada, en el estado en el que se podría encontrar Ángel...

No voy a mentir, tenía miedo.

Miedo al verlo. Miedo de cómo reaccionaría. Aunque su llamada me dijera que necesitaba de mí, en pocas palabras.

El Uber llegó y me monté de inmediato. Era un señor mayor que le tocaba trabajar a esta hora, fue amable y durante el camino estuvo en silencio.

Mientras más veía que nos acercábamos a la mansión, más nerviosa me ponía. Mi corazón latía algo rápido y sentía esa incomodidad en mí, ese nerviosismo que no me dejaba en paz.

El señor me dejó en la entrada.

—Su destino señorita. Son 1$ con 12 centavos—exclamó el señor y le di una sonrisa amable, o eso intenté. Saqué el dinero y se lo entregué.

—Quédese con el cambio—le dije.

—Gracias.

Salí y cerré la puerta con cuidado. El viento frío azotó en mi rostro, terminando de despeinarme. Debía verme como una loca, había dejado mi cabello enmarañado en una cola revuelta, no pude quitarme la cola porque mi cabello se había enredado.

Caminé hasta la reja y saludé al personal de guardia. Me detuvieron antes de entrar.

—¿Adónde va, señorita? —inquirió uno de ellos.

Fruncí el ceño. Ellos me había visto venir dos veces, con mi madre, incluso.

—Soy amiga de la familia, hija de Amelia Walker—les informé.

Uno de los tipos rió.

—No estamos para juegos de niñatos inmaduros como tú. Vuelve por donde viniste y no sigas tomando más.

El secreto de Ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora