Capítulo 8

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Astrid

Eran las ocho de la noche y mi madre me pedía que buscara un atuendo formal. Ella andaba como loca buscando en su armario ropa decente, quería vestirse bien y eso me traía confundida, ya que a mi madre no le importa como vestirse.

Sin embargo, dejé de darle tantos rodeos y fui a mi habitación en busca de algo lindo que ponerme. Lo primero que observé fue el vestido amarillo que me había regalado el abuelo, y decidí ponerme ese.

Busqué unas sandalias doradas, un suéter de lana beige y un cintillo que traía un lazo de lado, también era amarillo.

Me metí al baño para darme una ducha rápida, pero tenía miedo de que el maquillaje se cayera y diera a luz mis moretones, recordé que Sel me había dicho que era contra agua, pero aún así, tuve miedo.

Cerré los ojos y sin más, abrí el grifo y salió el agua tibia cayendo por todo mi rostro, cabello y cuerpo. Tomé el jabón olor a lirios y lo restregué por todos lados, lavé mi cabello con shampoo de olor chocolate, y cuando estaba lista, me asomé al espejo.

—¡Si!—hice un baile ridículo frente al espejo al ver que el maquillaje seguía medio intacto. Sólo del lado de mi mejilla tenía que retocar un poquito.

Me sequé el agua del cuerpo y dejé la toalla enrollada en mi cabello para que se secara completamente. Salí a mi cuarto corriendo igual que flash  para que mi madre no me encontrara como Dios me trajo al mundo.

Al entrar a mí habitación, cerré la puerta con seguro  y caminé  a mi cama para proceder  a vestirme. Me coloqué mis bragas, sostén y el vestido. Me llegaba tres dedos más arriba de la rodilla. Mostraba busto y en la parte de la espalda era completamente cerrada. Quiero decir, me cubría. Lo único que mostraba era algo de resaltar en mis pechos y dejaba libre mis piernas.

Mi abuelo lo había guardado para cuando cumpliera mis quince. Lo usé sólo una vez en el cumpleaños número dieciséis de Darla. Ésta era la segunda vez y para ser sincera, no era la ocasión pero le había honor al abuelo al ir a esta cena.

Me puse mis sandalias, el cintillo y por último retoqué el maquillaje en mi mejilla, por si las moscas también el de la nariz, y me animé a pasarme delineador, echarme rubor y labial rosado. Sobre mi cabello, dejé que se terminara de secar sólo y suelto.

No era mucho, pero fue trabajo honesto.

Eran las 8:45 cuando terminé. Salí a ver como seguía mi madre y aún estaba buscando algo que ponerse.

—¿Mamá?—le llamé mientras me acercaba a ver unos vestidos elegantes que tenía sobre su cama.

—¿Sí?

—¿Por qué no te pones algunos de éstos? Son lindos—opiné.

Ella dejó de buscar y me observó. Sonrió con dulzura y melancolía al mirar mi vestido y yo también.

—Estás preciosa cariño—halagó y le agradecí—, y sobre lo que me preguntaste, no lo sé. ¿Son llamativos?

Fruncí el ceño.

—Pensé que eso no importaba mami—espeté mirándola sospechosamente.

Ella desvió su mirada.

—Annette es delicada y elegante—habló, pero no se oía segura. Había algo más—, quiero verme bien para la familia.

Asentí, pero no conforme. No estaba segura de que estuviera siéndome sincera, pero lo ignoré por los momentos.

Volví a observar uno de los vestidos y reparé en uno que definitivamente era elegante, sexy y tenía estilo.

—Ese—señalé el rojo.

El secreto de Ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora