Capítulo 13

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Astrid

—Astrid...

Resoplé.

Tenía muchos nervios. Iba a quedar medio expuesta ante él, pero si me lo pedía, se lo daría. Ángel estaba actuando únicamente así conmigo, necesitaba de mí, y yo lo apoyaré y ayudaré hasta que ya no me necesite.

—Está bien—acepté.

Ángel asintió.

Me di vuelta, dándole la espalda. Mis manos tenían un ligero tembleque, estaba sudando de los nervios y mi corazón no dejaba de latir rápidamente y fuerte. Con mis manos subí el sweater por mis brazos, luego mis hombros y al final mi cabeza, quitándola. Recordé que no tenía un sostén puesto, y entré en pánico.

¿Qué haría? No quería que Ángel me viera así, un poco más expuesta de lo normal. Sentía miedo y vergüenza, sería la primera vez en la que un chico me observaría así.

—¿Á–Ángel?

—¿Qué, Astrid?—sonó fastidiado.

—No tengo sostén... ¿podrías cerrar los ojos?

—¿Tampoco tienes bragas?

Su pregunta me tomó por sorpresa. Su atrevimiento de preguntar hizo que mi pulso se acelerara aún más.

—¡Ángel!—exclamé, cargada en vergüenza.

Lo escuché carcajearse.

Medio sonreí.

—Cierra los ojos—le pedí.

Él no dijo nada más. Pero confié en que los había cerrado. Terminé de quitarme el leggins y quedé en mis bragas negras. Dejé la ropa en el lavabo y reuní fuerzas para darme la vuelta y entrar en la bañera.

—¿Astrid?

—Aquí estoy.

—Ah. ¿Qué esperas?—reí ante su desesperación.

—Voy.

Cerré los ojos y con un brazo tapé mis pechos. En cuanto me volteé lo vi con sus ojos cerrados, quieto en su lugar. Caminé hasta la bañera y entré rápidamente. El agua fría caló hasta mis huesudas piernas provocándome un escalofríos. Ángel al sentir que estaba entrando abrió sus ojos y yo me desesperé porque mis pechos estaban expuestos.

—¡Ángel, no!—le grité y fue entonces, cuando resbalé en la bañera.

Cayendo encima de él.

—Auch—se quejó.

Mis mejillas se colorearon por completo, la vergüenza llegó hasta mi cuello.

—Yo... lo siento—me impulsé para pararme y él me pegó  a su pecho.

Entre abrí mis labios al sentir mis pechos desnudos contra su abdomen fuerte. Mi cuerpo se erizó y con ello, mis pechos también.

—Ángel...

—Quédate así.

Rodeó mi cintura con sus brazos, pegándome más a él. Hundió su cara en mi cuello, y se quedó ahí.

No tuve más remedio que rodear su abdomen con mis delgados brazos también, convirtiendo esto en un abrazo.

—¿Estás bien?—le pregunté, preocupada.

Tenía mi mejilla pegada en su pecho y escuchaba los latidos rápidos de su corazón.

—Estoy excelente—murmuró contra mi cuello—, no sabes cuánto.

El secreto de Ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora