Capítulo 14

760 92 21
                                    

Astrid

Poco a poco Ángel fue acercando más nuestros cuerpos, las caricias aumentaron, sus besos en mi cuello...

Sentía mi vientre cosquillear, la excitación se había hecho presente y yo me estaba cegando por sus besos. Me estaba deleitando, embriagando...

Ángel lamió mi cuello y jadeé.

—Ángel—pronuncié lo más bajo que pude—, debes parar...

Siguió lamiendo y chupando mi cuello con ferocidad. Era mi parte sensible, la que más me encendía con tan solo un roce. Ya no aguantaba más, sentía que mi entrepierna iba a explotar, lo necesitaba justo ahora.

—¿De verdad quieres que pare?

—No.

No podía verlo porque tenía los ojos cerrados, pero pude sentir su maldita sonrisa socarrona. Subió sus besos a mi mandíbula hasta mis labios, luego me besó despacio. Sus manos viajaron a mi trasero, que lo cubría aún mis bragas, y al borde de las bragas empezó a bajar lentamente.

Mi corazón latió fuertemente, desbocado y nervioso. Quise olvidar mis nervios, me propuse a disfrutar y nada más.

Con mi ayuda, Ángel terminó de quitarme las bragas por completo. Mi rostro estaba rojo, y no quería mirarlo directamente a sus ojos, así que desvié la mirada y me escondí en su cuello. Aún seguía sentada a horcajadas sobre él y podía sentir con más rudeza su miembro erecto.

—Hey—me llamó, pero no volteé. Al ver que no obtuvo respuesta de mi parte, tomó mi hombro guiándome hacia atrás obligándome a verlo—. Eres hermosa. Jamás me cansaré de decirlo, Astrid.

Mordí mi labio inferior, rompiéndome un poco por la rudeza con la que lo hacía. Ángel reparó allí y lamió sus labios.

—¿Quieres salir?—me pregunta.

Pero no sabía la respuesta. ¿Quería? Era claro que no. Quería estar aquí, con él, seguir disfrutando de nuestro momento íntimo, que no sabía cuando se repetiría. Estaba segura que después de irme de aquí mañana por la mañana, Ángel actuaría normal, como si no hubiese sucedido nada.

Y no entendí porqué dolió tanto pensar eso.

—No quiero—respondí, abrazando mis brazos por el frío.

Ángel hizo una mueca.

—Mhm. Yo sí.

Su frialdad de ahora, su cambio repentino de humor, hizo que mi corazón se sintiera tan dolido, como si le hubiesen clavado una estaca.

Suspiré.

Supongo que debería a acostumbrarme. Mucho había durado en no estar así, serio y odioso.

—Vale.

En lo que he hablado, Ángel se levantó de la bañera, cogió una toalla del armario que no sabía que estaba allí uno, y se fue del baño, entrando a su habitación.

Hice lo mismo que él, salí de la bañera, cogí una toalla y la enrollé en mi cuerpo luego de secarme. Salí del baño y me encontré con Ángel, quién ya estaba vestido con un nuevo bóxer y nada más.

Me observó de arriba abajo, no dijo nada más y se echó a su cama. Yo no tenía ropa, no pensaba ponerme el sweater y el leggins que de seguro olían a sangre de animal. No le iba a pedir a Ángel que me prestara de su ropa.

Pero a Leonardo sí.

Caminé hasta la puerta y antes de abrirla por completo, lo escuché:

—¿A dónde vas?

El secreto de Ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora