Capítulo 6

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Astrid

—¿Por qué carajos la golpeaste, Layne?

—Tenía que hacerlo.

—Sí, tenía qué, Leo. Estoy en medio de mi juego y no me gusta ser interrumpido. Hay una fiesta allá afuera y nos arriesgaríamos a poner en peligro aún más a nuestra familia.

Me quejé al escuchar tantas voces gruesas discutiendo. Mi cabeza dolía y sentía que tenía un chichón de un lado. Mi nariz me ardía, la sentía hinchada y también podía sentir la sangre seca   a su alrededor y en mi boca. Aparte que la olía.

Fui abriendo mis ojos poco a poco. Quise removerme, pero me di cuenta, que estaba atada. De manos y pies a una silla.

Los recuerdos, de último momento,llegan a mí rápidamente. El pánico desata en mi interior y alarmada busco a Selina con mi mirada. Está a mi lado, aún inconsciente. Mi corazón se oprimió.

Quería llorar.

Estaba apunto de llorar cuando tantean mi rostro.

—Hasta que despiertas—es Leonardo. Mantiene una media sonrisa en su rostro—. Lamento que Layne te haya golpeado. Él es un poco... rústico.

Volteé a ver a Layne cuando bufa.

—Desatenme—pedí. Mi voz sonó baja y con miedo. No sabía en que lío me estaba metiendo. No sabía, de qué eran capaces ellos.

Tenía miedo.

Mucho miedo.

Ésto era peor de lo que imaginé.

—Me temo que eso no podrá ser, Astrid—musitó Layne—. Nadie te manda a meterte donde no debes—dijo con desdén.

Quise soltar un llanto pero lo retuve.

—¿Por qué hacen ésto? ¿Qué iban a hacerle a Sel? ¿Qué me harán a mí?

—Son muchas preguntas, Rooth—Ángel apareció en mi campo de visión.

Tenía la misma mirada fría e intrigante desde el primer día en que lo vi. Su cabello estaba enmarañado, su ropa desaliñada y detallándolo mejor, me fijé en un piercing de aro que tenía en su nariz.

En éste momento, Ángel parecía un asesino.

Guantes. Martillo. Clavos. Soga. Cinta adhesiva.

Miré a mi alrededor y este era el lugar perfecto para torturar a alguien. Jadeé del asombro al ver tantas cosas de tortura, tantos aparatos, armas, cuchillos, de todo prácticamente.

—¿Qué ha–haces con estas cosas?—cuestioné con la voz temblorosa. Él ladeó una sonrisa.

—Lo que justamente estás pensando—me miró con una sonrisa maliciosa—. Torturar.

—¿P–por qué?

—Satisfacción.

Me quedé en silencio.

Él torturaba por satisfacción. ¿Asesinaba también?

—Disfrutaré el doble ésta noche—zanjó y abrí la boca.

—¡No! ¡Desatanos Ángel!

—Ángel, Astrid no tiene porqué morir. Ha cometido un error—espeta Leonardo mirándome con aprehensión.

—Cállate—sisea Ángel.

Layne, quién está de pie en el rincón de la puerta, observa la escena en total y absoluto silencio. Su rostro es una tabla. No demuestra nada.

El secreto de Ángel ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora