Una normalidad no tan normal.

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Sucedió en un día común y corriente.

Un día en el que la rutina matutina se desarrollo con completa normalidad, el no querer levantarte de la cama, pero terminar haciéndolo igual porque no eres ninguna floja − al menos no una que lo reconoce − y tienes el deber contigo misma de realizar tus tareas diarias y de obviamente alimentarte por la mañana, en compañía de tus padres, con los que compartes una conversa basada en tu capacidad − inexistente − de socializar. Por lo que, lamentablemente para la morena, no es fácil saber con exactitud en que momento sintió o al menos eso cree, que algo andaba mal, que algo iba a cambiar su aburrida pero confortable rutina. Como es sabido, y no es algo que sorprenda a nadie, la morena no supo leer las señales que se le estaban enviando como muestra de buena fe por parte de la vida, no. No supo hacerlo, por lo que ni el camión de mudanzas ni el tema central de la charla de aquella mañana lograron advertir a la inocente muchacha lo que se le venía.

Flash back

− Emily, el desayuno está servido − sintió a su madre gritar desde el piso de abajo.

− Ya voy mamá. Me estoy vistiendo.

Este tiempo Emily ha estado muy feliz. Radiante. Y es que la morena es la más dichosa cuando su padre está en casa.

Mientras iba bajando la escalera sintió el olor a wafles recién hechos. Se empapó del dulce aire. Emily no era la única alegre con la presencia de Wayne Fields.

Cuando hubo llegado a la cocina saludó a sus padres con mucho entusiasmo. Sobre todo a su progenitor.

Se sentaron y comenzaron a charlar.

Ahora que lo pienso, quizás fue la presencia de su padre la que hizo que Emily no notará el cambio que se aproximaba en su vida, puesto que lo único en lo que la muchacha podía pensar era en el. . .

La primera en hablar fue la más joven − Los wafles están deliciosos.

− Me alegro que te gusten. − Su madre respondió al tiempo que cortaba un trozo de sus wafles. − Y también me alegro de que los estemos compartiendo con tu padre. Wayne, no sabes lo feliz que me hace que estés con nosotras. Te hemos extrañado mucho ¿verdad, Emily? −Le dijo posando su mirar hacia ella. Y la muchacha solo pudo asentir, ya que tenía la boca llena. − Estos meses se nos han hecho eternos.

Wayne puso su mano sobre la de su mujer, intentando responder a sus palabras con el gesto. Demostrándole con tan sólo su tacto que él entendía a lo que se refería, porque él también las había necesitado muchísimo.

Al rato después, luego de que el hombre les había contado las experiencias que vivió fuera y que sus dos mujeres les contarán las suyas, Emily recordó lo que había visto mientras corría.

− Hoy, mientras iba trotando, vi un camión de mudanzas en dirección al pasaje de atrás.

− ¡oh sí! − Su madre respondió un tanto demasiado entusiasta − He oído que se estarían mudando una mujer con su hija. Vinieron la semana pasada a ver la casa.

− Dios mamá, no te pierdes ni un chisme ¿verdad? − Emily lo dijo un poco irritada.

− No se trata de eso, cariño − le contestó su madre con las manos alzadas.

− ¿A no? − Intervino el hombre con una media sonrisa formándose en sus labios − Entonces ¿De qué trata, cariño? − Pronunció de manera irónica asintiendo le a su hija.

Ésta percibió el tono de su padre y se echó a reír. El hombre la imitó, mientras que su madre fruncía el ceño, intentando ocultar la sonrisa que se asomaba en su rostro. . . pero falló, ya que a los segundos las carcajadas salieron de entre sus labios, dejando en la cocina solo el ruido de sus risas.

La normalidad de EmilyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora