Episodio 9

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—Lo siento. — Dice Fernanda con aire sombrío. —; pero la persona que conoces todavía no existe. Quédate junto a mí, y tarde o temprano aparecerá. Me temo que es lo único que puedo hacer.

—Me parece justo. Sin embargo, mientras tanto...

—Mientras tanto, ¿qué? —me pregunta, volviéndose para sostener mi mirada.

—Deseo...

—¿Qué es lo que deseas? - Me ruborizo. Fernanda sonríe, y me empuja con suavidad hacia atrás, sobre las almohadas.

—Ya lo sabes.

—No sé mucho, la verdad; pero puedo adivinar alguna que otra cosa.

Más tarde nos adormecemos calentitas, recubiertas por el pálido sol de octubre que luce a mediodía, piel contra piel, y Fernanda me dice algo en la nuca que yo no entiendo.

—¿Qué?

—Pensaba que noto una gran paz a tu lado. Es muy agradable estar acostadas en la cama y saber que el futuro, de algún modo, ya está dispuesto.

—Fernanda .

—¿Mmmrn?

—¿Cómo es que nunca te contaste nada sobre mí?

—Ah, porque eso es algo que no hago nunca.

—¿El qué?

—No suelo contarme historias del futuro a menos que se trate de algo monstruoso, que implique peligro para mi vida, ¿sabes? Intento vivir como una persona normal. Ni siquiera me gusta tenerme a mí misma merodeando por aquí, así que intento no tropezar conmigo, a menos que no tenga otra elección. - Sopeso su respuesta durante unos segundos.

—Yo me lo contaría todo.

—No. Te traería muchos problemas.

—Siempre procuraba que me contaras cosas —le explico poniéndome de espaldas. Fernanda apoya la cabeza en la mano y me mira desde arriba. Nuestras caras se encuentran a un palmo de distancia. Resulta extraño estar hablando como solíamos hacerlo en el pasado, a pesar de que la proximidad física me impide concentrarme como es debido.

—¿Te contaba cosas? —me pregunta Fercha .

—A veces. Cuando te apetecía, o cuando tenías que hacerlo.

—¿Qué clase de cosas?

—¿Lo ves? Sí que quieres saberlas, pero no voy a contártelas. Fercha se ríe.

—Me está bien empleado. Oye, tengo hambre. Vayamos a preparar el desayuno.

Afuera hace mucho frío. Los coches y los ciclistas cruzan por Dearborn mientras algunas parejas pasean por la acera. No tardamos en imitarlas, bajo la luz del sol de la mañana, agarradas de la mano, juntas al fin para que nos vean todos. Siento una ligera comezón de nostalgia, como si hubiera perdido un secreto, y luego una oleada de exaltación: es el momento en que todo empieza.

The TravelerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora