Episodio 26

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Miércoles 13 de enero de 2016 a Sábado 28 

de noviembre de 2015 Fernanda tiene 19 años

Fernanda:

Estoy en el asiento trasero de un coche de policía de Zion, en Illinois. Llevo unas esposas y poca cosa más. El interior del coche patrulla huele a cigarrillos, cuero, sudor y otro olor que no consigo identificar y que parece endémico a los coches patrulla. El aroma de la otredad monstruosa, quizá. Tengo el ojo izquierdo cerrado por la hinchazón, y la parte delantera de mi cuerpo llena de morados, cortes y suciedad a causa de mi enfrentamiento con el mayor de los dos policías en un terreno yermo lleno de cristales rotos. Los policías están de pie fuera del vehículo y hablan con los vecinos, entre los cuales al menos hay uno que es evidente me ha visto cómo intentaba entrar en la casa victoriana de tonos amarillo y blanco, frente a la cual estamos aparcados.

No sé en qué época me encuentro. Llevo casi una hora en este lugar, y la he cagado en todos los sentidos. Tengo muchísima hambre, y me siento muy cansada. Debería estar en el seminario sobre Shakespeare del doctor Quarrie, pero no cabe duda de que acabo de perdérmelo. Es una pena. Estudiamos El sueño de una noche de verano.

Lo que puedo ver desde el interior de este coche patrulla es que hace calor y no estoy en Chicago. La fuerza pública de esta ciudad me odia porque siempre desaparezco mientras estoy bajo custodia, y no pueden entenderlo. Por otro lado, me niego a hablar con ellos, así que siguen sin saber mi identidad ni mi dirección. El día que las descubran, estoy perdida, porque tengo varias órdenes de arresto pendientes: allanamiento de morada, hurto en comercios, resistencia a la autoridad, violación del arresto, invasión de propiedad privada, exhibicionismo, robo, etc...

Con todo lo dicho, uno podría deducir que soy una delincuente muy inepta, pero, en realidad, el verdadero problema estriba en lo mucho que cuesta pasar desapercibida cuando vas desnuda. El sigilo y la velocidad son mis principales cualidades. Por eso, cuando intento violar domicilios ajenos a plena luz del día y completamente desnuda, a veces la cosa no funciona. Me han arrestado siete veces, y hasta el momento siempre me he esfumado antes de que puedan tomarme las huellas o sacarme una fotografía.

Los vecinos no paran de atisbar por las ventanillas del coche patrulla para mirarme. No me importa. No me importa en absoluto. Todo esto dura demasiado. Joder, odio estas situaciones. Me recuesto hacia atrás y cierro los ojos.

Se abre una portezuela del coche. Entra el aire fresco durante un segundo (en el que abro de golpe los ojos) y veo la rejilla metálica que separa la parte delantera del automóvil de la trasera, los asientos de vinilo cuarteados, las esposas en las manos, mis piernas con la carne de gallina, el cielo sereno a través del parabrisas, la gorra negra y con visera sobre el salpicadero, la tablilla de notas en la mano del oficial, su rostro rojizo, las cejas grisáceas y espesas y las mejillas caídas como cortinajes...

Todo brilla, iridiscente, en colores parecidos a las alas de una mariposa, y el policía dice:

— Eh, está teniendo una especie de ataque...

Me castañetean los dientes con violencia, y ante mis ojos el coche patrulla desaparece y me encuentro echada de espaldas en el patio trasero de mi casa.

Sí. ¡Sí! Me lleno los pulmones con el dulce aire de una noche de septiembre. Me enderezo y me froto las muñecas, que todavía conservan la marca de las esposas.

Río, río sin cesar. ¡He vuelto a escapar! ¡Houdini, Próspero, heme aquí!

Inclinense ante mí, porque yo también soy una maga.

Me invaden las náuseas y vomito bilis sobre los crisantemos de Kimy.

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⏰ Última actualización: Jun 19, 2020 ⏰

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