Episodio 12

182 4 0
                                    

Sábado 6 de enero de 2021, 4:03 horas; domingo 25 de noviembre de 2001, 10:46 horas Fernanda tiene 24 y 5 años

Fernanda: 

Son las 4:03 de una mañana de enero extremadamente fría y estoy llegando a casa. He salido a bailar y no estoy demasiado bebida, pero sí profundamente cansada. Mientras me debato para encontrar la llave en la entrada iluminada, caigo de rodillas, mareada y con náuseas, hasta que me quedo a oscuras, vomitando sobre el suelo de baldosas. Levanto la cabeza y veo un letrero luminoso de color rojo que dice SALIDA, y mientras enfoco la mirada, veo tigres, hombres de las cavernas con largas lanzas, mujeres primitivas con modestas pieles colocadas estratégicamente y perros lobo. El corazón me late con velocidad y durante un largo momento de confusión alcohólica pienso: «¡Joder! He llegado a la Edad de Piedra», hasta que me doy cuenta de que el letrero de SALIDA es propio del siglo XX. Me levanto, temblando, y me aventuro hacia la puerta; noto las baldosas heladas bajo mis pies descalzos, tengo la carne de gallina y el pelo tieso. Todo está absolutamente silencioso. La atmósfera es pegajosa debido al aire acondicionado. Llego a la entrada y miro en la siguiente sala. Está llena de vitrinas de cristal; las luces blancas de los faroles resplandecen a través de los ventanales y me descubren millares de escarabajos. Me encuentro en el Museo de Historia Natural, a Dios gracias. Me quedó inmóvil y respiro hondo, intentando aclarar mis ideas. Algo en esa situación le trae vagos recuerdos a mi cerebro encadenado e intento desenterrarlos. Creo que tengo que hacer algo. Sí. Es mi quinto aniversario... Había alguien ahí, y voy a ser ese alguien..., pero necesito ropa. Sí. Evidentemente.

Echo una carrera a través de la escarabajo manía y paso por el largo pasillo que divide en dos la segunda planta, desciendo por la escalera del ala oeste y llego al primer piso, agradecida por hallarme en la era anterior a los sensores de movimiento. Los enormes elefantes se ciernen sobre mí con aire amenazador bajo la luz de la luna, y yo los saludo de camino a la tiendecita de regalos que hay a la derecha de la puerta principal. Rodeo las vajillas y descubro unos cuantos artículos prometedores: un abrecartas de adorno, un punto de libro metálico con la insignia del museo y dos camisetas con un dibujo de un dinosaurio. Las cerraduras de las vitrinas son de chiste; las hago saltar con una horquilla que encuentro junto a la caja registradora y me sirvo. Perfecto. Regreso a las escaleras y subo a la tercera planta.

Es la «buhardilla» del museo, donde se encuentran los laboratorios; el personal tiene los despachos aquí arriba. Analizo los nombres que hay en las puertas pero ninguno me sugiere nada; al final, elijo una al azar y deslizo el punto de libro por la cerradura hasta que el pestillo cede y me permite entrar. El ocupante de ese despacho es un tal V M. Williamson, y es un tipo muy desordenado.

La habitación está a rebosar de papeles, tazas de café y cigarrillos que desbordan los ceniceros; hay un esqueleto de serpiente parcialmente articulado sobre su escritorio. Reconozco el terreno con rapidez en busca de ropa y no encuentro ni una sola prenda. La siguiente oficina pertenece a una mujer, J. E Bettley. En la tercera tengo suerte. D. W. Finch tiene un traje completo colgado del perchero, y me va bastante bien, aunque un poco corto de mangas y piernas, y ancho de solapas. Llevo una de esas camisetas de dinosaurios bajo la chaqueta. Voy sin zapatos, pero estoy decente. D. W. también tiene un paquete sin abrir de galletas Oreo en el escritorio, alabado sea. Me apropio de ellas y me marcho, cerrando la puerta con cuidado.

«¿Dónde estaba, cuándo me vi?» Cierro los ojos y la fatiga se apodera de mi cuerpo acariciándome con sus dedos adormecidos. Casi no me tengo en pie, pero me controlo, y entonces me viene a la mente: el perfil de una mujer acercándose a mí, iluminada de espaldas por las luces procedentes de las puertas principales del museo. Necesito regresar al vestíbulo de la entrada.

The TravelerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora