Episodio 20

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Me siento en la roca durante un rato, y entonces caigo en la cuenta de que sería mejor recoger unas hojas. Regreso al jardín y encuentro unas hojas que han caído del arbolito de mamá, quien después me contó que eran de ginkgo, y otras de arce y roble. Luego regreso al calvero, pero la mujer seguía sin aparecer. «Bueno, supongo que debió de inventarse eso de que vendría y que, en el fondo, no debe de necesitar tanto los pantalones.»

Quizá Gabriela tenía razón, porque yo le conté lo de esta mujer desconocida, y ella me dijo que me lo inventaba, que la gente no desaparece en la vida real, sino solo en la televisión. Quizá se tratará de un sueño, como el día en que Buster murió y yo soñé que el animalito estaba bien y se encontraba en su jaula, pero cuando desperté, no estaba, y mamá me dijo:

—Los sueños no se parecen a la realidad, pero también son importantes.

Empiezo a sentir frío; se me ocurre que quizá podría dejar la bolsa, y si la mujer viene, encontrará sus pantalones. Cuando empiezo a enfilar el sendero de vuelta a casa, oigo un ruido extraño y a una mujer que exclama:

—¡Ayyy! ¡Caray, cómo duele! Menudo susto.

Fernanda: Aparezco incrustada contra la roca y con unos arañazos en las rodillas. Estoy en el claro, y hay una puesta de sol preciosa tras los árboles, de un difuminado naranja y rojo espectacular, a lo J. M. W. Turner. El calvero está vacío, salvo por una bolsa llena de ropa, y deduzco rápidamente que Mariana me la ha dejado y que es probable que estemos en un día situado cierto tiempo después de nuestro primer encuentro. A Mariana no se la ve por ninguna parte, y la llamo sin levantar demasiado la voz. Nadie contesta. Rebusco en la bolsa de la ropa. Hay unos pantalones preciosos de lana marrón, una corbata horrenda con truchas por todas partes, un jersey de Harvard, una camisa blanca propia de la indumentaria de

Oxford, con la cenefa en el cuello, y manchada de sudor en las axilas, y aquella exquisita bata de seda con el monograma de Philip que tiene un gran rasgón bajo el bolsillo. Esas prendas son viejas amigas mías, salvo la corbata, y me alegro de verlas. Me pongo los pantalones y el jersey, bendigo a Mariana por su supuesto buen gusto y mejor tino hereditarios.

Me siento muy bien; al margen del hecho de que no tengo zapatos, voy bien equipado en mi situación espaciotemporal presente.

—Gracias, Mariana. Lo has hecho de maravilla. — digo en voz alta, con cautela.

Me sorprende su aparición en la entrada del calvero. Está oscureciendo rápidamente, y Mariana parece diminuta y asustada en esa penumbra.

—Hola.

—Hola, Mariana. Gracias por la ropa. Es perfecta, y esta noche me permitirá estar presentable y mantenerme caliente.

—Tengo que volver.

—No pasa nada; es casi de noche. ¿Estamos en un día entre semana?

—Sí...

—¿Qué fecha es hoy?

—Jueves 27 de septiembre de 2001.

—Me has servido de gran ayuda. Gracias.

—¿Cómo es que no lo sabes?

—Bueno, acabo de llegar. Hace unos minutos estábamos a lunes 29 de marzo de 2033. La mañana era lluviosa, y estaba preparando unas tostadas.

—Pero tú misma me escribiste el día —dice Mariana, sacando un trozo de papel de carta con el membrete del despacho de abogados de su padre y tendiéndomelo.

Me acerco a ella y lo tomo. Me interesa ver la fecha escrita con mis cuidadosas mayúsculas. Permanezco en silencio y doy palos de ciego tratando de hallar un modo de explicar los Caprichos del viaje temporal a la niña pequeña que ahora es Mariana.

—Veamos; es algo parecido a esto. ¿Sabes cómo funciona un casete?

—Sí.

—Muy bien. Pones una cinta y la pasas de principio a fin, ¿no?

—Sí...

—Así es tu vida. Te levantas por la mañana, tomas el desayuno, te cepillas los dientes y te vas a la escuela, ¿verdad? No te levantas y, de repente, te encuentras en la escuela almorzando con Helen y Gabriela para después, de un modo inesperado, estar en casa vistiéndote, ¿a qué no?

—No —dice Mariana entre risas.

—Bien, pues para mí es distinto. Como soy una viajera del tiempo, salto mucho de una época a otra. Es como si pusieras la cinta para que sonara un rato y luego dijeras: «Mira, ahora quiero volver a escuchar esa canción». Vuelves a poner la canción y regresas al punto donde lo dejaste, pero adelantas tanto la cinta que vuelves a rebobinarla de nuevo. Lo malo es que todavía estás demasiado adelante.

¿Lo comprendes?

—Más o menos.

—Bueno, no es la mejor de las analogías, la verdad. A grandes rasgos, ocurre que a veces me pierdo en el tiempo y no sé en qué momento me encuentro.

—¿Qué es analogía?

—Es cuando intentas explicar algo diciendo que es como otra cosa. Por ejemplo, ahora estoy en la gloria con este jersey fantástico, y tú estás de postal, y Silvia se va a poner como una furia si no regresas enseguida.

—¿Vas a dormir aquí? Podrías venir a casa. Tenemos un dormitorio para los invitados.

—Caray, ¡qué amable! Por desgracia, no se me permite conocer a tu familia hasta 2025.

Mariana está absolutamente perpleja. Creo que parte del problema reside en el hecho de que no puede imaginar ninguna fecha futura. Recuerdo que cuando tenía su edad me ocurría lo mismo.

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