Episodio 13

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Cuando llego, todo está quieto y en silencio. Camino por el centro de la estancia, intentando repetir la imagen de las puertas, y luego me siento cerca del guarda ropa para entrar en escena por la izquierda. Noto que la sangre me sube de golpe a la cabeza, el ronroneo del sistema de climatización, los coches zumbando por el paseo de la Ribera. Como diez Oreo, despacio; las saco una a una con suavidad, rasco el relleno con los dientes y mordisqueo las mitades de chocolate para hacerlas durar. No tengo ni idea de qué hora es, ni de cuánto tiempo tendré que esperar. Estoy casi sobria del todo, y me mantengo razonablemente alerta. Transcurre el tiempo y no ocurre nada. Al final, sin embargo, oigo un impacto amortiguado y un grito ahogado. Silencio. Espero. Me levanto sin hacer ruido, y me deslizo hacia el vestíbulo, caminando despacio a través de la luz que cuartea el suelo de mármol. Me detengo en medio de las puertas y digo en voz alta, sin gritar:

—Fernanda. - Nada. Buena chica, precavida y silenciosa. Vuelvo a intentarlo.

—No pasa nada, Fernanda. Soy tu guía. He venido para enseñarte el museo. Es una visita especial. No temas nada, Fernanda. - Oigo una débil exclamación, como de asombro.

—Te he traído una camiseta, Fernanda, para que no te resfríes mientras miras la exposición. —Consigo vislumbrarla; está de pie, medio confundida entre las sombras. — Toma, agárrala.

Se la lanzo, y la camiseta desaparece. Luego la muchacha sale a la luz. La camiseta le llega a las rodillas. Soy yo con cinco años, con el pelo oscuro y en punta, el cutis pálido como la luna, y unos ojos marrones casi eslavos. A mis cinco años soy una niña feliz, arropada por la normalidad y el cariño de mis padres. Todo cambió luego, a partir de ese momento. Camino hacia ella lentamente, me inclino y le hablo con suavidad.

—Hola. Me alegro de verte, Fernanda . Gracias por venir esta noche.

—¿Dónde estoy? ¿Quién eres? —Su voz es aguda y floja, y resuena un poco contra la fría piedra.

—Estás en el Museo de Historia Natural. Me han enviado para que te enseñe cosas que no pueden verse durante el día. Yo también me llamo Fernanda. Qué casualidad, ¿eh?

Asiente.

—¿Te apetecen unas galletas? Siempre me gusta comer galletas cuando visito los museos. Lo convierte en algo más multisensorial. —Le ofrezco el paquete de galletas Oreo. Duda, teme que no sea lo correcto, ya que está hambrienta pero no sabe cuántas puede agarrar sin parecer grosera. — Come las que quieras. Yo ya he comido diez, así que te costará atraparme. Toma tres.

—¿Qué preferirías ver primero? Fernanda se encoge de hombros.

—Mira, te diré lo que vamos a hacer. Subamos al tercer piso; es donde guardan todos los cachivaches que no están a la vista, ¿vale?

—Vale. - Caminamos a oscuras y subimos las escaleras. No avanza muy rápido, así que subo despacio junto a ella.

—¿Dónde está mamá?

—En casa, durmiendo. Esta es una visita especial, con guía, solo para ti, porque es tu cumpleaños. Por otro lado, los adultos no hacen esta clase de cosas.

—¿Tú no eres una adulta?

—Yo soy una adulta diferente a los demás. Mi trabajo consiste en vivir aventuras. Por eso, cuando oí que deseabas regresar al museo, mi impulso natural fue lanzarme a enseñártelo todo.

—No entiendo cómo he llegado hasta aquí. — dice deteniéndose en lo alto de las escaleras y mirándome presa de la confusión.

—Bueno, es un secreto. Si te lo digo, tendrás que prometerme que no se lo repetirás a nadie.

—¿Por qué?

—Porque no te creerían. Puedes decírselo a mamá, o a Kimy, si quieres, pero a nadie más. ¿De acuerdo?

—De acuerdo...

Me arrodillo frente a ella, a mi yo inocente, y la miro a los ojos.

—¿Lo juras por tu sangre?

—Sí.

—Muy bien. Lo que ha ocurrido es lo siguiente: has viajado a través del tiempo. Estabas en tu dormitorio y, de repente, ¡puf! has llegado aquí, y dado que ahora empieza la noche, tenemos muchísimo tiempo para verlo todo antes de que debas regresar a casa. Fernanda se queda en silencio, con una expresión interrogativa pintada en el rostro.

—¿Tiene algún sentido esto para ti? —le pregunto.

—Pero... ¿por qué?

—Bueno, eso es algo que todavía no he descubierto. Te lo diré cuando lo sepa.

Mientras tanto, deberíamos ponernos manos a la obra. ¿Otra galleta?

- Toma una y caminamos despacio por el pasillo. - Decido hacer un experimento.

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