Prólogo

1.2K 17 0
                                    

Mariana: Es duro quedarte siempre atrás. Espero a Fercha; no sé dónde está y me pregunto si se encontrará bien. Es duro ser la que se queda.
Me mantengo ocupada. El tiempo transcurre más deprisa de ese modo.

Me voy a dormir sola, y sola me despierto. Doy paseos. Trabajo hasta agotarme. Observo el viento juguetear con los escombros que arrastran el invierno bajo la nieve. Todo parece simple hasta que piensas en ello. ¿Por qué la ausencia intensifica el amor?

Hace mucho tiempo los hombres salían al mar, y las mujeres los esperaban, de pie junto a la orilla, escrutando el horizonte para divisar el diminuto barco. Ahora yo espero a Fernanda. Ella se desvanece sin quererlo, de repente. Yo la espero; y cada momento de esa espera lo percibo como un año, como una eternidad. Cada momento resulta tan lento y transparente como el cristal. A través de cada instante puedo ver infinitos instantes alineados, aguardando. ¿Por qué se ha marchado a donde yo no puedo seguirla?

Fernanda: ¿Qué se siente? ¿Qué se siente en realidad? A veces es como si tu atención errara durante tan solo un instante. Luego, con un sobresalto, te das cuenta de que el libro que sostenías, la camisa de algodón a cuadros rojos con botones blancos, tus tejanos negros favoritos y los calcetines marrones que Mariana usa, la sala de estar, la tetera que está a punto de silbar en la cocina... Todo ha desaparecido.

Estás de pie, desnuda como Dios te trajo al mundo, metida hasta los tobillos en el agua helada de una zanja situada al margen de una carretera rural desconocida. Aguardas un minuto con la esperanza de volver de repente a tu libro, a tu piso y a todas tus cosas. Durante unos cinco minutos blasfemas, tiemblas y deseas por todos los demonios poder desaparecer; luego empiezas a caminar en cualquier dirección, para ir a parar finalmente a una granja, donde no tienes otra opción que robar o explicarte.

El robo te conduce a veces a prisión, pero explicarte resulta más tedioso, y debes invertir más tiempo en ello, lo cual implica a fin de cuentas mentir, y en ocasiones también es la causa de que acabes dando con tus huesos en la cárcel, así que... ¡qué diablos!

Hay veces en que te sientes como si te hubieras puesto en pie demasiado deprisa a pesar de estar echada en la cama, medio dormida. Oyes la sangre que fluye y se precipita en tu cabeza, experimentas la sensación vertiginosa de estar cayendo. Sientes un cosquilleo en manos y pies, luego las extremidades desaparecen. Ya has vuelto a posicionarte en el lugar erróneo.

Solo se tarda un minuto; se tiene el tiempo suficiente de aguantar y debatirse (con el riesgo añadido de hacerse daño o romper preciadas posesiones), hasta que te deslizas por el pasillo enmoquetado en un color verde bosque de un cierto Motel 6 en Atenas, Ohio, a las 4:16 de la mañana, un lunes 6 de agosto de 1981, y te golpeas la cabeza contra la puerta de alguien, lo cual provoca que esa persona, una tal señora Jennifer Aniston, abra esa puerta y empiece a chillar porque hay una mujer desnuda y desvanecida a sus pies sobre la moqueta quemada.

Te despiertas conmocionada en el hospital del condado, y con un policía sentado al otro lado de la puerta, escuchando el concurso de Phillies en un radiotransmisor que crepita. Por suerte, te pierdes de nuevo en la inconsciencia y te despiertas horas después en tu cama, junto a tu esposa, quien se inclina hacia ti con el rostro visiblemente preocupado.

A veces estás eufórica. Todo es sublime y las cosas revisten una cierta aura, pero, de repente, sientes unas náuseas intensas y desapareces de nuevo. Sales disparada hacia unos geranios situados en un barrio residencial o sobre las zapatillas de tenis de tu padre, o bien aterrizas en el suelo de tu cuarto de baño tres años atrás, o en un caminito de madera del parque del Roble, en Illinois, alrededor de 1903, o en una pista de tenis en un precioso día de otoño de la década de 1950, o bien caes sobre tus pies descalzos en una amplia variedad de tiempos y espacios.

The TravelerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora