Ereas caminó ansioso junto a Eguaz, acompañándolo a través de un nuevo y amplio pasillo, bajaron algunas escaleras para finalmente llegar a un gigantesco vestíbulo, ni siquiera reparó en los adornos y decoraciones esta vez. Durante el trayecto intentó sonsacarle algunas cosas al mago, pero éste sólo se limitó a decirle que fuera paciente, no debía precipitarse. El vestíbulo contaba con un hermoso piso de mármol que mostraba orgulloso el escudo de Tormena; la silueta de un fénix negro sobre un fondo amarillo. Al final del vestíbulo se encontraba una puerta gigantesca, de doble hoja tallada, incrustaciones de oro y fuertemente fortificada. Había dos guardias vigilantes muy bien armados a cada lado de ella. Eguaz lo condujo hasta allá. Uno de los guardias abrió la puerta diligente invitándolos amablemente a entrar. Ereas se sintió más ansioso e intrigado que nunca, no tenía idea de lo que podría encontrar allí, pero debía ser importante.
Cuando entró se encontró con un salón lujoso y colosal, el techo era una especie de cúpula redonda que mostraba impresionantes pinturas; la rebelión de Lufer, la creación del hombre, la llegada de los magos, los dragones... entre otras varias. En el centro y bajo la impresionante cúpula había una enorme mesa central, era la mesa real, sobre ella había un enorme y detallado mapa de la tierra conocida con variadas figurillas encima utilizadas comúnmente para representar ejércitos y preparar estrategia militar, cinco personas estaban congregadas alrededor.
Ereas les echó una rápida mirada descubriendo un variopinto grupo de individuos que lo dejó boquiabierto; al lado derecho había dos hombres de porte similar, el primero un tipo joven de fina vestimenta naranja y detallados adornos en plata que emulaban la llama de una antorcha, portaba una capa roja que delataba su origen real, tenía la tez pálida y el cabello castaño rizado, y aunque no era atractivo, tenía un rostro afable. Ereas lo reconoció de inmediato, era el príncipe Gianelo Vientosur, uno de los hijos de Ewolo, el rey de Flemister. Al otro, a su lado, nunca antes lo había visto, pero era moreno, desgarbado, de cabello oscuro y aspecto serio, aparentaba ser varios años mayor que Gianelo, usaba bigote imperial, terminado en punta, como aquel con que comúnmente se solía tipificar a los piratas en los libros que le leían cuando niño y a pesar de que el hombre no llevaba nada de barba daba la impresión de estar mal afeitado, su ropa era sencilla y de color azul profundo, en la que curiosamente cargaba una serie de cuchillos planos y alargados distribuidos de forma estratégica, no portaba escudo de ninguna casa, pero Ereas intuyó que debía venir de Caliset. No obstante, ambos hombres no fueron los que dejaron anonadado al gorgo sino que los otros dos del lado izquierdo de la mesa; el primero era alto, pálido, de rostro atractivo y extremadamente perfecto, su cabello era largo, liso y de un rubio platinado que llevaba perfectamente peinado hacia atrás mostrando su amplia frente, sus ojos eran azules como el cielo y sus orejas largas y puntiagudas, bastante similares a las del gorgo; a su lado, y contrastando, había un tipo bajo, ancho, de brazos enormes y una prominente barriga, sus cejas eran tupidas y se unían a una nariz ganchuda y tosca, su rostro estaba cubierto por una larga y gruesa barba rojiza, de su cabeza colgaban algunas trenzas que le daban un fiero aspecto, cargaba una enorme hacha de guerra en la espalda que hizo que el gorgo se sintiera profundamente intimidado, pero a la misma vez le permitió darse cuenta de que no se hallaba frente a un hombre sino que ante un enano que compartía mesa con un elfo... los primeros de ambas razas que veía en su vida, algo que le fue una sorpresa mayúscula. Hasta ese entonces el contacto entre aquellas razas era rara, escasa, limitándose exclusivamente a asuntos de guerra, negocios o algún otro esporádico tema de relevancia que pudiese surgir de vez en cuando. Verlos congregados allí, junto a los demás, en aquella mesa evidenció que la situación de la Tierra Conocida ya no solo era critica, sino que desesperada.
—¡¡Ereas!! —exclamó Sentos acercándose a recibirlo.
Era el hombre que ocupaba el puesto principal, aquel que pese a llevar una llamativa corona dorada y estar en el privilegiado puesto a la cabecera un distraído Ereas no había alcanzado a reparar. Al menos no después de haberse quedado boquiabierto observando al elfo y al enano. Éstos parecían mirarlo con la misma sorpresa con la que los miraba el gorgo. Era evidente que era la primera vez que veían a alguien de su raza. Era la primera vez que veían a Ereas.
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El Viaje De Ereas
FantasyEscapando de su pasado, Ereas, el último de una raza olvidada, deberá emprender la mayor travesía de su vida. Un viaje plagado de horrores y misterios, venganza y amistad... pero sobre todo, secretos y oscuras revelaciones que sacudirán su mundo y s...