XII - La Tierra de los Gigantes (Pt.2)

108 16 4
                                    

—¿Qué es esa criatura? —preguntó Gianelo con cierta inquietud— ¿El wendigo?

Los demás se alertaron de inmediato, por lo que mantuvieron sus armas desenvainadas y sin despegarle la vista. Eguaz fue el único que conservó la calma y llevándose los dedos a la boca emitió un sonoro chiflido que alertó al inquietante personaje de inmediato. En seguida Eguaz le saludo alegremente con repetidos movimientos de mano. Los guerreros se pusieron nerviosos, esperando que el mago supiese lo que estaba haciendo, porque a simple vista aquello no tenía ningún sentido.

—¿Qué haces? —preguntó Gianelo espantado al ver que la criatura sorpresivamente les devolvía el saludo desde la distancia con unos delgados y ganchudos brazos.

—Saludando a nuestro anfitrión —respondió el mago con una sonrisa— ¡Esta noche nos quedaremos aquí!

Y echó a andar directo hacia el extraño ser, ante los incrédulos rostros de los guerreros que indecisos y desconcertados siguieron precavidos al mago con sus armas desenfundadas.

—¡Hola! ¡Hola! ¡Amigo Loth! —saludó Eguaz con una sonrisa una vez que estuvo lo suficientemente cerca para que lo oyera.

Ereas estaba perplejo, recién en ese instante cayó en cuenta de que aquel extraño ser no era ninguna criatura sino un hombre, un hombre viejo, decrepito y raquítico al punto de la inanición, su cabello estaba sucio y su barba amarilla mostraba un extremo descuido, solo le quedaba un diente, su piel era color ceniza como si estuviese irremediablemente enfermo y estaba plagado de horribles cicatrices, de sus ojos colgaban unas ojeras tan enormes que simulaban dos arrugadas bolsas que cubrían casi la mitad de su cara... y para espanto de los presentes el anciano también olía asqueroso, como si jamás se hubiera bañado en la vida. Ereas no pudo menos que sentirse asqueado y asustado con su presencia "¿Qué le había sucedido a aquel hombre?"

—¡Eguaz, viejo amigo! ¡Tantas lunas sin verte! —exclamó el anciano con voz de moribundo, parecía feliz de ver al mago. Descendió de la roca jocoso y fue directo a su encuentro, mientras se afirmaba de un rustico bastón. "Tal vez en algún momento fue un mago" pensó el gorgo al ver la arcaica edad que representaba aquel hombre. "O tal vez algo muy malo le había pasado para terminar en ese estado".

—¡El mismo! —sonrió Eguaz alegre— ¡Traigo invitados! —señaló a los guerreros.

—¿Y esta cosita tan bonita quién es? —preguntó observando detenidamente a Ereas con ojos entrecerrados una vez que se encontró frente a Eguaz.

Ereas volvió a sentirse incómodo y condenado a ser admirado únicamente por su belleza, como cuando el rey elfo lo había presentado en Antímez, como si fuese un objeto al que apreciar únicamente por su apariencia.

—El último gorgo —contestó el mago— ¡Pero ya tendrás oportunidad de conocerlo más tarde! —añadió tratando de distraerlo, de cierta forma comprendía los sentimientos del muchacho ante aquel tipo de comentarios. En seguida sacó un paquete de su alforja envuelto en una tela y se la extendió al longevo anciano.

—¡Esto es para ti! —le dijo extendiéndole el paquete como regalo— Los seleccione en Tormena para tu placer.

—¡Agradecido! —contestó efusivo el anciano, y sin esperar un segundo rajó la tela con sus ganchudos dedos, dejando entrever un frasco de tinta, pluma, carboncillos y tres gruesos libros. Ereas solo alcanzó a leer la portada del primero "Historia detallada del gran reino de Tormena".

—Tú siempre sabes cómo complacerme —comentó el anciano al ver los tres gruesos tomos— ¡Ahora vamos! Están todos invitados a mi humilde morada.

...Y sin más se dio la media vuelta conduciéndolos directo hacia las montañas más cercanas.

Caminaron tras el anciano por alrededor de veinte minutos hasta que llegaron a los pies de las montañas de Eferón. Ahí se alzaba uno de los vestigios mejor conservados de lo que alguna vez había sido la ciudad de los gigantes, se trataba del único templo al dios Thal que el rey Nef Ily Nom alguna vez había intentado construir en un intentó de superar a su hermano, sin embargo, tras asesinarlo se había alejado definitivamente de la adoración a Thal, abandonando la construcción del templo para siempre. Aun así y a pesar de lo inacabada de la obra, el templo poseía una belleza bastante peculiar... y es que había sido excavado y esculpido directamente en la roca de la montaña, como si de una escultura se tratase. En él se podía apreciar una fachada a medio terminar con una serie de gruesos y altos pilares labrados con el propósito de decorar. Bajo la fachada estaba la única entrada que había alcanzado a ser hecha, la que conducía a un largo y colosal pasillo que jamás había sido terminado, dejando la obra prácticamente en sus inicios. En aquel lugar era donde el longevo Loth pasaba sus días.

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora