PRÓLOGO

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El pequeño niño se deslizó raudo por los tejados del castillo, con extremo cuidado de no resbalar o de ponerse a tiro de los guardias... y no era que alguno de ellos le fuera a disparar si lo sorprendían allá arriba. Para nada, no. Si lo descubrían podía suceder algo peor, mucho peor, tendría que enfrentarse a la furia de su madre y a un posterior castigo. Algo que sin duda era lo más cercano a la muerte que una persona de bien podía llegar a experimentar ¿Qué iba a hacer si ya no le permitían salir a jugar con su hermana? ¿O si no le dejaban comer esa doble porción de postre que tanto le gustaba? Sí, sin duda sería una tragedia terrible, la peor calamidad que a una persona le podía llegar a suceder jamás, con lo dulce y azucarados que eran los postres con los que de vez en cuando los consentían. Postres en base a leche y pastelillos con crema, algo de mazapán y miel... suave, aromática y dorada miel ¡Que terrible tragedia! De solo pensarlo se le hacía agua la boca, obligándolo a cuestionarse seriamente si debía regresar y esperar mejor a la cena. Su madre le había dejado en claro que no podía faltar, seguramente las criadas lo estarían buscando con desesperación para comenzar a acicalarlo. Una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro mientras pensaba en la excusa que daría una vez lograse colarse a escondidas de regreso a su cuarto... pero estaba divagando, ¡No! Debía concentrase, había esperado demasiado como para empezar a divagar en ese instante. Si se había escapado era por un motivo, un solo motivo: la niña con cabello de fuego. Lo había oído de la boca de sus propios padres, tarde en una cena, "El poderoso rey de Tormena había engendrado una hija con cabellos de fuego que ardían como hoguera..." ¿o lucían como hoguera? Se cuestionó un momento...

Bueno, ya no importaba porque él llegaría al fondo de todo ello, él comprobaría si lo que habían dicho sus padres era real, él descubriría lo que ocultaban los cabellos de la dichosa niña.

Aguardó un momento recostado en el tejado, esperando ver algo desde allá arriba, tenía visión de una buen aparte del patio de entrada, más solo fue capaz de vislumbrar una larga procesión de guardias y algunos consejeros de su padre que ya comenzaban a retirarse ¡Había llegado tarde! Su gran oportunidad de ver a la niña se había esfumado. Dio un largo suspiro rogando tener algo más de suerte, tal vez, en la cena. Aunque en ese momento no pudo evitar cuestionarse seriamente la forma en que la muchacha podía llegar a hacerse partícipe. ¿No serían peligrosas las llamas de su cabello? Podían llegar a causar un incendio o, peor, quemar a alguno de los invitados ¿Cómo evitarían algo así? ¿Acaso contaban con algún método de seguridad para controlar los cabellos de la muchacha? ¿O ella misma tenía control sobre ellos?... en ese instante le pareció que no tenía sentido. A lo mejor estaba siendo estúpido ¿¡Una niña con cabellos de fuego!? Había oído de una mujer con cabellos de serpiente, aunque su maestro le había aclarado que era solo una leyenda. A lo mejor esto era algo similar. De todos modos él estaba resuelto a resolverlo, no se quedaría con la interrogante.

Estaba en medio de sus pensamientos cuando de pronto una animada voz infantil golpeó sus oídos. Tardó un instante en darse cuenta que venía de las caballerizas, por lo que curioso se volvió a deslizar con delicadeza en dirección a dicho sector, la prudencia lo obligó a mantener la cabeza gacha y en cuanto se asomó, como felino tras la hierba alta intentando hallar una presa, la vio. Una niña de buen porte con una roja y radiante cabellera que bajo el sol de mediatarde parecía iluminar el ambiente como hoguera en la oscuridad de la noche. Su ropaje era sencillo, pero compuesto por las más finas telas que daban vida a un hermoso vestido de tonos blancos, azules y celestes, con los bordes del cuello y las mangas adornados en tonos dorados, alrededor de su delgada cintura un largo y grueso cinturón del mismo color la envolvía para después alargarse hasta casi tocar el suelo. La acompañaba una mujer adulta que por la vestimenta evidenciaba ser su maestra tutora, no obstante, la atención del niño se fue por completo hacia la muchacha que con su grácil figura jugaba audaz con una espada de madera imitando una serie de posiciones y movimientos marciales, que a pesar de no ser del todo precisos y que a ojos de un experto seguramente hubieran sido motivo de burla por su pobre técnica, no pudieron menos que maravillar al ingenuo niño, que ya hipnotizado por la danzante cabellera roja de la que la muchacha hacia algarabía complementándola con un fino lazo dorado que le cruzaba la frente, se dispuso a descender a toda prisa de su escondite para observarla mejor.

El Viaje De EreasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora