Capitulo 04

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La librería no estaba tan recurrentes de clientes, tampoco su aspecto daba intención de conseguir un libro. Había polvo por todos lados, el dueño era un hombre terco que le gustaba la buena lectura, había levantado el lugar hace veinte años y sorprendentemente, mantenía su economía. La calle estaba repleta de gente, unos iban y venían de lado a lado. Solo, me mareaba verlos moverse fuera de la tienda. En el momento, que un niño vino corriendo para entrar pero, su madre lo detuvo sacándolo del umbral, el pequeño se quejo con caprichos y comenzó a llorar mientras la mujer lo arrastraba fuera de la tienda. Suspiré, pensando que podría darle el libro del El principito, que teníamos como veinte de ellos sin vender. Me recargué en la silla, escuchando el crujido. Había estado toda la mañana esperando vender algo, incluso había limpiado las estanterías y leído por octava vez Los viajes de Gulliver. La ventaja de trabajar en un librería, es que podía leer lo que sea.

La puerta se abrió, levanté mi cabeza pensando que era el niño y su madre. No. Era Bill, que venía algo avergonzado y arrepentido de su infidelidad. Lo miré un momento, desvié mis ojos a la calle.

-¿Qué quieres?-le dije ácidamente- ¿Acaso quieres que elija los nombres de tus hijos? Pensé que eres original en eso.

-Tranquila-dijo él, su voz sonaba herida. Pero, yo superaba el dolor que él sentía, es decir, me mintió todo un año- Quería verte.

-Ya me ves, estoy bien y sana-le dije casi echándolo de mi trabajo.

-Sé que tienes dudas...

-No, la verdad que no. Tampoco, pienso pedirte explicaciones.

Hubo una pausa, donde oí un suspiro de derrota de Bill. Escuché la puerta abrirse, nuevamente. Era un cliente, nuestras miradas se cruzaron y eran un verde lima, casi raro en él. Pero, atraía a perderse en ellos. Miré a Bill, que entendió que debía irse, dejó algo en el mostrador y se fue. Era una puta carta, la guardé metiéndola dentro de mi mochila. Puse atención al chico, que veía todo el interior con atención, haciendo muecas de disgusto por el anticuado lugar. Bueno, he intentado que el dueño haga cambios pero, era terco y orgulloso de su tienda.

-¿Qué estás buscando?-le pregunte, llamando su atención. Solo, que él seguía mirando la estructura- ¿Piensas poner una bomba?

-¿Conoces a Marielle Mark?-pregunto él sin mirarme.

-Es la esposa de mi jefe-le respondí insegura- ¿Eres su sobrino?

-No, no-dije rápido riéndose de la situación- Soy un amigo, o algo así.

-Lo siento-dije, me apoyé sobre el viejo mostrador- Marielle murió hace cinco años Pero, puedo hablar con Jordan, su esposo...

-Llegue tarde.

No entendía quién era, porqué conocía a Marielle. No supe que decir, el chico se acercó a mí y sacó unos billetes, dejándolos sobre el mueble, sin darme cuenta, sostenía un libro de tapa roja, creo que era historia.

-Quédate con el cambio.

-Son cincuenta dólares, necesitarás de ellos...- le dije confundida- ¿Estás seguro?

-El dinero no compra la felicidad de todos.

-Claro...

El chico tenía una chaqueta negra, una camisa del mismo color y bueno, todo era muy oscuro en su ropa. Solo, noté dos chapitas tipo militar que colgaban de su cuello. Salió de la tienda, dejándome con la siembra de la duda ¿Quién era él? ¿Por qué quería ver Marielle?

Al llegar a mi casa, comenzaba a dolerme la espalda de estar tanto tiempo parada en la tienda, acomodando los libros en otros estantes, que Jordan insistió en hacer un cambio. A veces, era un hombre que se contradecía de sus ideas. En fin, estuve ocupada cambiando de estantería a otra la categoría de biografías. Tampoco, quise preguntarle si él adopto un chico con su esposa o si tenía alguien especial con veinticinco años, ojos verdes y de carácter frío. Solo, que su rostro me resultaba familiar, creo que era el muchacho que detuvo al pequeño ladrón. Olvide su nombre, o no puse atención del todo por la situación.

-Tía Georgia-escuché la voz de Miley, cuando pase delante de ella.

-¿Qué pasa, muñeca?

-Papá me compró algo, ¿quieres verlo?

Sabía que era un juguete, me pediría que juguemos y yo moría de dolor de cervical. Le rechacé, prometiéndole que mañana lo vería. Miley pareció desilusionada, me disculpé explicándole y ella entendió, metiéndose dentro de su casa. Fui a la mía, donde solté mi mochila sobre el sofá y me quité la campera de corderoy. Busqué unas galletas dulces, mientras encendía el televisor y veía algunas noticias. De a poco, me sentí adormecida y cerré los ojos, pensando descansar.

GeorgiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora