35 días antes.

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"Si te dan miedo los monstruos, espera a ver una persona con dos caras".
-David Sant.

Caleb Brown

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Caleb Brown

Memorias: 12 años atrás.

Papá da un leve apretón en mi hombro, Vincent Brown me mira altivo desde arriba.

En mis pesadillas el tomaba figuras más que escalofriantes, toda su presencia resultaba impetuosa y su frialdad desmedida, que en cierta forma combinaban con su cabello albino y su génesis de Alexandria*, otra de las características que complementaban mis más recónditos miedos era su mandíbula marcada, la cual rara vez no se encontraba apretada; durante nuestros primeros años de vida recuerdo que intentaba ejercer su papel como padre, pero sus reglas eran más de lo que un niño y una niña pudieran soportar lo que a veces lo convertía en la viva figura de un sátiro.

Mamá está junto a él, vistiendo un estrecho vestido de satín dorado, junto con un blaiser blanco de hilo, Jade O'Neill de Brown.

Su figura si resaltaba un leve equilibrio entre lo severo y lo maternal, siempre destiló cierta paz decorada con estilo y elegancia, su cabello negro resaltaba entre su pálida tez cayendo en ondas sobre sus hombros y papá siempre había resaltado  lo afilados de sus ojos miel enmarcados por unas gruesas pero perfiladas cejas.

Mi pequeña figura mira el lugar, despavilado.

La gente se mueve de un lado a otro con batas blancas, nombres bordan el costado de las mismas, revisan una y otra vez carpetas sobre sus manos.

Parecían haber sillas eléctricas, que vi alguna vez en las películas que rentaba los viernes.

Solían aterrorizarme cada noche.

Cascos se amoldan en sus cabezas, con lo que parecen ser electrodos, cada uno tiene su propia pantalla.

La habitación me resulta escalofriante, una de sus paredes adquiere un tono metálico en lo que reconozco como grandes compartimentos, las restantes solo lucen un desgastado celeste, dándole un aire de clínica, gritos adornan el lugar en su aspecto tétrico.

Me aferró al pantalón de papá, buscando refugio.

Pero no puedo buscar algo inexistente.

De un sacudon me aparta, y mi mirada decae en un puchero.

Baja a mi altura, y confidencialmente susurra:

—Todo esto, algún día será tuyo, pronto hijo, no temas.—su voz es ronca, profunda.

Mamá lo iguala del lado contrario, bajando de una tanza un pequeño origami, tendiendomelo para que imite su acción.

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