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"La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente.
Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo".

-Albert Einstein.

-Albert Einstein

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Ashter Miller.

Hay una verdad absoluta en este mundo la cual apareja al amor y la muerte como codiciados cómplices albergando en cada alma como huéspedes bien recibidos de casas vacías, y es que es innegable el hecho de que se usa al amor para vestir a la muerte para darle razón a la misma; si tan solo pudiéramos diferenciar entre lo que grita el corazón y lo que calla la muerte, el tablero rotaría.

Pero Miley y yo estábamos muy lejos de esa latente certeza.

Lo supe cuando la sonrisa de desprecio surcaba el rostro de Vicent Brown detrás de ella entre las montañas de la frontera de Leteo, titireteando su postura como si de una obra que manejaba a su capricho se tratara, ese momento en que mis pesadillas habían predicho el futuro de mi realidad rozando apenas un angosto y estrecho margen de error; mientras una gruesa y hostigante serpiente pitón recorría su cuello mostraba los colmillos que su dueño no podía porque después de todo era humano, me observaba con sus ojos embebidos en sangre como dos gotas de silicón brillantes.

Se acercó a mí mediante el brazo estirado de Vincent, que proporcionaba el trecho justo para quedar a la altura de mi rostro, el cual reposaba en la sutil curva entre cuello y hombro de la peliverde, y enseño su poder abriendo su mandíbula hacia mi escupiendo todo su veneno, trastornandome con su lengua bífida a escasos centímetros.

Podía sentir su corazón palpitar al compás del mío, e incluso advertir que se encontraba aún más acelerado, pero no sospeche, porque estaba entregado a ella y a la totalidad de su amor, nunca dude de su sinceridad o su crueldad.

Que ella misma definió como "bien mayor" en alguna oportunidad.

Sentí sus lágrimas caer sobre mi espalda como pequeños vidrios que se clavaban en mi piel, cortando de a pocos centímetros cada parte de mi, literal y figurativa -mente hablando.

Pero en cuanto la daga atravesó mi cuerpo, no hubo espacio para el rencor, el resentimiento o algo negativo a lo que aferrarme o vincular su persona; no lo hubo porque el alivio me martirizo de una manera tan arrolladora y dulce que pude dislumbrar en un último beso cargado de emociones algo totalmente superior como el reencuentro de un ente desconocido que había estado esperando por nosotros.

Como si fuéramos una vil y cruel historia de amor que nunca llegó a concretarse entre el sol y la luna.

De él salieron destellos chispeantes que amplificaron cada uno de mis sentidos, enfriando cada milímetro de mi cuerpo de adentro hacia afuera, mientras sus labios impartían todo lo contrario, un calor arrollador que osaba perturbar aquel entumecimiento; manipulados por el sentimiento, a lo ying y yang o como quién diría opuestos complementarios.

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