CAPITULO 03

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Ivar se encontraba en un conflicto consigo mismo

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Ivar se encontraba en un conflicto consigo mismo. Quizá la falta de respuesta por parte de Kodiak fue lo que sembró la duda en su cabeza. En la presión del momento, tenía la impresión de haber considerado una única posibilidad cuando en realidad existían una infinidad de alternativas sobre el asunto del tesoro; el capitán sentía que una parte de la información se le escurrió como agua entre sus dedos al tomar la decisión de forma un tanto precipitada. ¿Qué era aquello que atañía sus pensamientos?

No pasaron muchos minutos cuando algunos de sus hombres aparecieron corriendo para encontrarse con él, cerca de la costa occidental, justo a pocos metros de Dali, el barco que Ivar amaba más que a su propia vida y que consideraba un verdadero tesoro al ser un regalo del rey para compensar sus hazañas. Sus subordinados se veían ansiosos, como si esperaran una reprimenda o una orden. Ivar, por su parte, miró por encima de sus hombros para observar en la lejanía cómo los piratas abordaban con prisa un pequeño bote para dirigirse a la Acantha, el navío mayor.

Y, en el momento menos esperado, ocurrió lo impensable. Se oyó un graznido, seguido de una fuerte sacudida de la piedra negra donde todos se hallaban parados. El capitán Ivar y su tripulación perdieron el equilibrio y cayeron de rodillas. Más de uno quiso levantarse y recobrar la postura recta, pero todo intento fue en vano, incluso para el mismísimo capitán. Los bruscos movimientos aumentaron. El mar se sacudía, furioso, golpeando los arrecifes y la escasa arena esparcida sobre las piedras.

A sus espaldas, los grandes árboles se mecían de un lado a otro y las aves que ahí habitaban abandonaron, despavoridas, sus hogares. Algo pasaba, y el líder no se daba cuenta de qué era ello, no comprendía la gravedad del asunto. Observaba el piso bajo sus pies en busca de respuestas.

—¡Auxilio!

Ivar prestó atención al repentino llamado y buscó entre su tripulación al hombre que gritaba.

—Éfar, toma mi mano —respondió otro subordinado mientras se arrastraba por la piedra, intentando extender su brazo hacia su compañero, que estaba en el agua.

El marinero chapoteaba junto a la orilla sin hallar algo con qué sostenerse, el océano se mecía sin compasión a su alrededor y un sonido extraño se alzaba a pocos metros.

Ivar oyó otro graznido, alzó la vista y lo vio: el motivo por el que los otros eriantes estaban aterrados.

El hombre caído se giró lentamente en el agua, curioso por saber por qué todos miraban a su espalda. En un instante, la isla dejó de moverse y el paisaje se tranquilizó. Éfar intentó seguir los ojos de sus compañeros, pero no alcanzó a descubrir qué era aquello que todos miraban porque, al girar su cuerpo, la oscuridad lo envolvió con ferocidad.

—¡Éfar! —gritaron varios eriantes.

Ivar abrió los ojos, sorprendido. Se levantó con prisa y marcó distancia con el enemigo tan pronto observó a uno de sus hombres ser devorado por la mitad. La parte inferior del cuerpo de la víctima cayó sobre la roca, en medio de la tripulación, salpicando sangre por doquier.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora