CAPÍTULO 16

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Una risa resonaba en su cabeza, lo taladraba con fuerza

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Una risa resonaba en su cabeza, lo taladraba con fuerza. La voz se burlaba de él, de sus errores y de sus desgracias. El estruendo hacía eco a su alrededor con la furia de una tormenta.

Makara abrió los ojos y soltó un gruñido a modo de queja. Un rayo de luz golpeó justo contra su mirada, intentó cubrirse el rostro con la mano, pero no funcionó.

No sentía los dedos.

Los dedos...

El pirata se sobresaltó. Recordó en un instante todo lo ocurrido en la Acantha: el ataque y las advertencias, su herida y el dolor. Revivió en su mente el momento en el que saltó al océano sin saber qué le depararía el destino.

"¿Estoy vivo? Parece que sí", notó.

Se dio cuenta de que había perdido su barco y a sus hombres. Si alguno de ellos sobrevivió, sería imposible saberlo. No valía la pena preocuparse por la posibilidad ni perder tiempo en una búsqueda innecesaria. Pero él estaba vivo, de alguna forma, y sobre tierra firme. No tenía cómo adivinar cuánto tiempo había transcurrido ni en qué sitio se hallaba.

"¿Cuándo perdí la consciencia? ¿Dónde me encuentro?", se preguntó. "¿Y el obículo?"

Observó a ambos lados y no reconoció las paredes de piedra ni el frío suelo sobre el que reposaba. El olor a humedad salada y a moho inundaba sus fosas nasales cada vez que inhalaba. A su alrededor todo era penumbra, salvo por el pequeño haz de luz que provenía de algún sitio frente a él.

El pirata volvió a escuchar la risa, provenía de muy cerca y le pertenecía a Ivar. Ya más despabilado, la reconocío. Le resultaba inconfundible, la había oído ya demasiadas veces en el pasado.

—Al fin puedo ver a la rata en su jaula —bromeó el eriante con sorna.

La silueta se dibujaba a contraluz. El hombre estaba cruzado de brazos y solo el brillo de sus dientes blancos resaltaba en una gran sonrisa sobre la sombra de su robusta figura.

Makara se incorporó. Abrió la boca para hablar, pero descubrió que su garganta estaba demasiado seca como para emitir sonido alguno. Intentó tragar saliva, pero ni eso le quedaba. Comenzó a toser, el ardor se esparcía por su interior.

"Maldita sea".

—Kodiak, pequeño y diminuto insecto. Siempre pensé que morirías como perro callejero —saluda el eriante con lentitud. Arrastra las palabras como si disfrutara del sabor de cada sílaba—. Pero eres más persistente que cualquier otra sabandija.

—¿Dónde...? —Las palabras murieron en su boca, incapaz de hablar.

—El tesoro te trajo a mí —confesó el uniformado—. Admito que estoy un poco decepcionado porque hubiera preferido apresarte con mis propios méritos, pero esto es mejor que nada. Ver cómo te pudres también suena divertido. Lo mereces. Eres un traidor al reino, a todos los valores morales. Eres un maldito criminal y me encanta pensar que ya no cometerás más fechorías. El mundo pronto aclamará que yo conseguí aniquilar al dragón del océano. Te mataré con mis propias manos cuando llegue el momento indicado. No puedo esperar.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora