La Acantha partió por la tarde, cargada con suficiente grog como emborrachar a cien hombres. Makara creía que lo necesitarían porque el viaje los iba a llevar a un sitio al que ninguno de sus marineros desearía ir. El capitán, preocupado, no anunció el destino todavía por miedo a que hubiera desertores o motines, tan solo indicó que comenzaran a navegar hacia el norte. ¿Cómo podía explicarles que tenía la intención de atravesar el rincón más peligroso del mapa y desembarcar en la isla olvidada de Ak-Zuvar? ¡Muchos incluso creían que llevaba siglos hundida en el fondo del océano!
A él tampoco le agradaba el plan, pero la información que le entregó el loco de la barba partida lo había convencido de que debía intentarlo. Si todavía quedaba algún rastro de la civilización sarachahaandartz, solo allí lo encontraría. No le quedaba otra opción. Y prefería confiar en un extraño que en el maldito obículo.
"Solo espero que sobrevivamos al viaje. Si lo hacemos, está será la más grande hazaña del dragón del océano", se dijo a sí mismo mientras subía las escalinatas para alcanzar el timón. Desde su posición, era incapaz de divisar la línea del horizonte.
Bostezó. Ni él ni sus hombres habían podido descansar la noche anterior. Al menos, algunos de los marineros tomaron una siesta antes de partir. Él no. El capitán tenía demasiado en lo que pensar.
Aunque odiara admitirlo —y no fuera a hacerlo—, Makara tenía miedo. Le asustaba su próxima aventura y el gran poder del obículo. Comprendía que él, un humano, jamás podría controlarlo por completo. Además, la niña lo odiaba casi tanto como él a ella. Se estaba embarcando en una travesía suicida de la que sospechaba que no iba a regresar con vida.
"Las leyendas mueren jóvenes", pensó con sarcasmo, no estaba mentalmente listo para morir.
Dio un paso al frente y se tambaleó. Tal vez fue un efecto del cansancio, del estrés o de los restos de grog que recorrían sus venas. O, quizás, era a causa del clima. Se avecinaban días tormentosos y necesitaba estar listo y con los sentidos en alerta para afrontarlos.
Muy a su pesar, entendía que necesitaba obligarse a sí mismo a descansar un poco.
—Me retiro hasta el anochecer —anunció a nadie en particular y a todos al mismo tiempo—. Debemos que hacer una última parada antes de abandonar las islas Maquiem. Tenemos ya bebidas y armas. Nos falta el alimento. Calculen desembarcar antes del amanecer en cualquier puerto de Maquiem en el que vean una civilización. Llámenme solo si se trata de una emergencia —añadió—. Si mi maldito barco no se está hundiendo, todo el que ose despertarme pagará con uno de sus dedos. Buenas noches, caballeros.
Se retiró a paso lento y solemne, no por pretender superioridad, sino para ocultar su mareo.
Makara ingresó al único camarote y cerró la puerta tras él.
El capitán creía que la cabeza iba a explotarle en cualquier instante. Apoyó su espalda contra la madera y se dejó caer hasta alcanzar el suelo. Sentado allí, se llevó ambas manos a la frente y cerró los ojos por un instante. Había bebido mucho más de la cuenta. La conversación con el loco de la barba partida lo llevó a sentir la imperiosa necesidad de emborracharse hasta casi colapsar.
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Cementerio de tormentas e ilusiones
FantasyDos enemigos mortales. Un pirata y un militar. Dos ambiciones diferentes. Conseguir el tesoro legendario y cazar al pirata más temido. Y una sola leyenda. Ella. ---Historia escrita en conjunto con @uutopicaa