Ivar se alejó de la multitud. Subió por escaleras laterales al sector privado del palacio con la esperanza de tener una breve audiencia con su majestad antes de que ambos gobernantes se presentaran frente a sus invitados. Es más, sospechaba que esperaban por él.
Al llegar a su destino, permaneció sentado en silencio durante varios minutos, quieto como una estatua. Recorrió el palacio de arriba abajo con la mirada, ignorando los otros habitantes que pasaban a su lado mientras murmuraban cosas absurdas. Entre los sirvientes se cruzaban rumores, chismes y quejas varias que eran casi inaudibles.
Al ver que la puerta del despacho mayor se abría despacio y que un eriante abandonaba el recinto, el capitán se levantó y se dirigió en esa dirección. Sospechaba que su cita con el rey pronto se llevaría a cabo. Caminó sobre la alfombra azul del corredor mientras se preguntaba qué estaría haciendo su prometida. Iba a quedarse sola durante un buen rato y esperaba que no lo avergonzara en su ausencia.
No era la primera vez que Ivar asistía al palacio real, pero a diferencia de sus visitas anteriores, la inseguridad se apoderaba de sus emociones en esta ocasión. Intentaba ocultarlo, más de una vez se regañó al darle lugar a los nervios y, tan pronto reaccionó, desechó la incertidumbre lejos. Temía por la furia del rey, por un castigo por su fracaso. En el fondo, comprendía que no ocurriría, pero se negaba a descartar por completo la posibilidad. Había estado lejos de la capital por demasiado tiempo y no sabía si algo habría cambiado en el panorama político antes de su llegada.
Uno de los guardias que vigilaban la puerta le mostró su respeto a Ivar y lo detuvo a medio camino.
―Capitán, me temo que su majestad no podrá verlo en este instante ―avisó, apenado y con cierto titubeo en su voz.
―¿Qué ha pasado? ―preguntó él con calma.
No había dudas de que el rey estuviera en su despacho. El eriante podía oír las voces de algunos consejeros reales en el interior y sabía que el monarca todavía no se había presentado frente a sus invitados.
―No se preocupe, Capitán, todo marcha bien. Solo espere un par de minutos y podrá ser recibido.
―Podría esperar en la sala del trono ―repuso Ivar, impaciente.
―Me temo que no.
Ivar quiso ordenar al guardia que se apartara de la puerta, pero pensó que sería una actitud apresurada que podría tener malas consecuencias. Esperó, impaciente, parado allí y dispuesto a actuar si su presencia era requerida.
Minutos más tarde, la puerta se abrió otra vez, dejando ver a un hombre que formaba parte del concejo y que parecía apresurado.
―Capitán ―saludó el anciano―, nos hemos de su regreso hace unas horas.
―Así es.
―¿Por qué no pasa? Su majestad ansía escuchar su informe. Yo ya he terminado con mis asuntos.
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Cementerio de tormentas e ilusiones
FantasíaDos enemigos mortales. Un pirata y un militar. Dos ambiciones diferentes. Conseguir el tesoro legendario y cazar al pirata más temido. Y una sola leyenda. Ella. ---Historia escrita en conjunto con @uutopicaa