Las islas Maquiem eran el escondite ideal para todo criminal. Su peculiar movimiento era cambiante y las convertía en un laberinto acuático que representaba un desafío incluso para los navegantes expertos.
El conjunto tenía muchas de las propiedades de un delta, con la particularidad de encontrarse en medio del océano. Eran alrededor de veinte diminutas islas que flotaban sobre la superficie el agua sin un ritmo establecido. Una corriente circular las mantenía siempre en las mismas coordenadas, las contenía.
Cada isla poseía su propio nombre, aunque no todas estaban habitadas. A veces, sus costas se rozaban con pequeños temblores y solo los nativos tenían el estómago lo suficientemente entrenado como para vivir sus rutinarias vidas sin complicaciones ni mareos.
Allí, entre el puñado de terrenos flotantes, se encontraba uno de los centros urbanos más peligrosos del mundo: Puerto Zelom que, a pesar de su nombre, no poseía siquiera un muelle. Escondido bajo la protección natural de las islas Maquiem, solo quienes sabían qué señales buscar podían hallarlo.
Y Makara conocía el truco, había visitado el sitio en el pasado. En las tabernas de Zelom se vendía y se compraba información valiosa —siempre y cuando se supiera a quién preguntar—. Los precios eran altos, pero los fraudes rara vez ocurrían. Pocos eran los que tenían el valor de mentirle a un criminal reconocido.
El capitán pirata caminó hasta la proa y observó el paisaje crepuscular a su alrededor. Había esperado todo el día por ese preciso instante y comprendía que, de no hallar lo que buscaba, tendría que vagar por Maquiem durante otra jornada más.
A lo largo y ancho de la cubierta, sus camaradas también agudizaban la vista en busca de la señal que envíaba Zelom a sus visitantes.
—¡A babor! ¡A babor! —gritó de repente Zazú.
Makara se apresuró para poder asegurarse de la veracidad de las palabras del hombre y sonrió. A lo lejos, aparecía la última de las cinco señales, la quinta iluminación de la torre invisible de Zelom.
—¡Cambio de rumbo! ¡Ya vieron la señal! ¡Muévanse con prisa! ¡Vamos! —ordenó el capitán—. Si llegamos esta noche, habrá bebidas y mujeres para todos.
La tripulación ocupó sus puestos. No necesitaban más especificaciones. Eran expertos en lo que hacían y tenían años de experiencia en altamar. Makara solo aceptaba a los mejores hombres que cruzaba en su camino. Y, si alguno demostraba potencial sin conocimientos, se aseguraba de entrenarlo.
Conforme con el hallazgo, el capitán regresó a su camarote para alistarse. Se colocó su mejor chaqueta oscura y tomó una pequeña bolsa de tela que escondía bajo una tabla de madera. Allí tenía dinero suficiente como para satisfacer sus necesidades y las de sus hombres. Era su reserva especial para ocasiones importantes. Escondía suficientes monedas como para sobrevivir por un par de años en tierra si fuera necesario y en escasas oportunidades recurría a ellas. Después de todo, también existía un cofre comunitario que utilizaban con mayor libertad.
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Cementerio de tormentas e ilusiones
FantasyDos enemigos mortales. Un pirata y un militar. Dos ambiciones diferentes. Conseguir el tesoro legendario y cazar al pirata más temido. Y una sola leyenda. Ella. ---Historia escrita en conjunto con @uutopicaa