CAPÍTULO 14

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La Acantha se sacudió de babor a estribor por tercera vez

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La Acantha se sacudió de babor a estribor por tercera vez. La tormenta había llegado sin previo aviso poco tiempo después de haber abandonado Makiem y apenas algunas horas antes del amanecer. No hubo señal alguna de un posible cambio en el clima: tan solo comenzó.

En un efímero parpadeo el cielo se tornó oscuro y el primer rayo cayó sobre la superficie del océano a escasos metros del navío. Feroces ráfagas de viento comenzaron a soplar desde todos los puntos cardinales sin lógica o coherencia alguna. No era normal.

La lluvia se precipitó con furia y amenazó con inundar el barco pirata. Makara conocía el océano y sus caprichos, sabía que no se trataba de una tormenta natural, sino de alguna clase de ataque inhumano que en su mente él atribuía al obículo.

"¿Podrá usar sus poderes ahora?", se preguntó, preocupado.

El capitán se encerró en su habitación por un minuto y tomó a la niña dormida por el cuello. La sacudió con fuerza y luego la empujó contra una de las paredes del recinto. No le importó que fuese una mujer o que estuviera indefensa; ella era la única que podía darle respuestas.

—¡Detenlo! ¡Es una orden! —le gritó.

No hubo cambio alguno en el ambiente. La Acantha se mecía todavía sin tregua ni descanso. Fuera, se oían truenos y gritos. Bajo sus pies, los barriles y cajas del depósito chocaban unos con otros en una sinfonía discordante.

Consternado, el capitán decidió agravar su amenaza. Utilizó la bandera que descansaba sobre el montículo de paja a modo de soga. La enroscó sobre sí misma para reforzarla y luego la colocó alrededor del cuello del obículo. En el extremo opuesto ató lo más pesado que encontró en el camarote: una estatuilla de metal de casi diez kilos que había saqueado de un barco comercial varios años atrás y que tenía poco valor.

—Si hundes mi barco morirás ahogada en el fondo del océano —amenazó entonces.

La tormenta continuó en el exterior. Makara podía oír los gritos cada vez más desesperados de sus hombres al compás de cada movimiento de la Acantha. El barco estaba fuera de control y el oleaje se volvía más salvaje a cada minuto.

Ofuscado por lo que ocurría, dejó al tesoro en el suelo del camarote y regresó a cubierta. Era su deber, su obligación. Tenía que guiar a los marineros fuera del peligro. ¿Dónde terminaba la tormenta? ¿Cuál era el sitio seguro? ¿Qué tan lejos estaban de su centro? El tiempo se escurría entre sus manos y cada segundo desperdiciado podría resultar en una catástrofe.

Frente a él se dibujaba una escena apocalíptica. El oleaje se movía furioso y sin ritmo alguno. Un cadáver rodaba de un lado al otro, de proa a popa, de babor a estribor. Intentó identificar quién era y pronto descubrió que se trataba de uno de los nuevos tripulantes, el encargado del carajo. De seguro había caído entre las varias sacudidas.

"Maldita sea". Makara cerró sus manos en puños desbordantes de ira.

—¿Hacia dónde deberíamos navegar, capitán? —consultó uno de sus hombres, que se aferraba con fuerza al timón—. Los vientos no soplan en una sola dirección.

Cementerio de tormentas e ilusionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora