Conexión

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¿Qué es esta extraña sensación que me envuelve? ¿A caso ya hemos de perder la cordura? Es tan placentero el calor de ese chico que tanto quiero, tanto que no logro sostener mi poco autocontrol. Ahora todo de una manera irónica, pierde la lógica cuando ella culmina sobre nosotros.

Sus largos dedos recorriendo mi ser, me estremece cada centímetro que avanza y roza mi piel. Esa frialdad que el posee a pesar de haber calor, ahora la estoy consumiendo en nuestra pasión. Hermoso momento que se torna tan triste por sus palabras tan ciertas.

Y el momento llegó, el momento de no dejar que sólo él tome acción sobre mí, tal como su linda reacción por mí. Deslicé mi mano derecha entre mi abdomen y el suyo recorriendo un camino de tanta calidez. Mis dedos llegaron a posarse en su ombligo.

Mi mano, debido a mi roto autocontrol, pasó a entrar bajo la ropa interior de Sebastián, esa caliente, suave y a la vez dura hombría que guardaba bajo sus pantalones pasó hacer mía. Nunca consideré tanto el comportamiento de señorita, y este es el momento de menos pensar en serlo.

—Esta noche será de los dos —susurró de una forma tenue que iba en decadencia. Mi ser causante de su linda voz y gemidos que, al ser graves y tenues, resonaban una linda melodía para mí.

Sellé esos labios con un beso, retiré mi mano de su entrepierna y besé su lindo cuello, su pálida piel se estremeció. Soltó unos lindos gemidos que intentaba apagar con su boca para que no escuchara su momento sumiso. Miré a su cara, tan linda y sonrojada por el placer que mis labios provocaron sobre su piel.

—Lilina —dijo en una voz tan tenue.
—¿Qué sucede, Sebasti...? —Una gran cantidad de cansancio inundó todo mi ser... Mis ojos, la mirada se ha vuelto nublada...

[...]

—¿Qué? ¿Qué ha sucedido? —Desperté con una jaqueca de muerte.
—Sebastián —añadí. No puede ser, me he quedado dormida. Creo hay que despertarlo, no ha respondido a mi llamado.
—Vamos, Sebastián —me hice hacía él.
—¿Qué sucede, Lilina?—Me puso una cara de sorpresa, la misma que puse al verlo. No lo entiendo, ¿qué está pasando?
—¿Qué ha pasado, Sebastián?—Pregunté tratando de no perder la compostura.
—No lo sé, lo único que recuerdo es que perdí fuerza, sólo recuerdo despertar ahora. Y tú, ¿estás bien, Lilina? —Dijo con una gran preocupación. Sin embargo, no es para nada lindo ver eso en mi rostro. Sí, él y yo hemos cambiado de cuerpo, ¿cómo? Simplemente ninguno de los dos lo sabe.
—Estoy bien, gracias —eso es más que una gran mentira. Pero, no puedo hacer qué él se preocupe más por mí —. Me pasó lo mismo, me sentí muy cansada, sólo recuerdo despertar a tu lado... Bueno, mi lado, como sea.
—¡Sebastián! —Grité exaltada. ¿Cómo se atreve ese chico?
—¿Qué sucede? —Me miró con una cara que me hizo sentir mal por gritarle.
—Sólo cubre mi cuerpo —debido a mis palabras hizo su mirada a mi cuerpo, el que actualmente era él. No debí gritarle, después de todo yo fui quién se quitó la camisa.
—Vale, ahora lo hago —cogió una de las camisas que estaban en la cama y se la puso. Me encanta lo lindo que es a pesar de lo sucedido anoche. Pero...
—Sebastián, se te olvida algo —le di mi sostén en las manos, no creo que haya problema, es mi cuerpo después de todo.
—Cierto, lo siento —se sonrojó y cogió con lentitud mi sostén.
—Sebastián, hay que pensar, debe haber una forma de volver a la normalidad y, por otra parte, ¿por qué soy la única intrigada por esto? –Dije exaltada.
—Lilina, ¿qué fue lo que nos pasó anoche? –Preguntó mirándome fijamente. Vaya, él sigue sin camisa, bueno su cuerpo.
—No crees que por ahora lo importante es ver como volver a la normalidad.
—Sí, lo siento.
—Sebastián, necesito ir al lavabo —maldición, ¿por qué tengo tantas ganas de orinar?
—¿A lavarte la cara? –Preguntó con preocupación.
—Temo decirte que no sólo para eso, Sebastián —dije preocupada.
—Lilina, yo también necesito ir... — Esas palabras agobiantes resonaron por mi cabeza de una manera desenfrenada. Y la situación se ha tornado completamente incómoda. Puede que lo de anoche nos haya vuelto íntimos, pero no hemos llegado hasta ese punto.
—¿Qué deberíamos hacer, Sebastián? —Añadí con una gran intriga que me consumía por la vergüenza.
—Bien, entremos los dos —tiró de mí y nos dirigimos al lavabo—. Lilina, cierra los ojos y párate frente el excusado.
—Está bien —cerré los ojos.
—No los abras para nada, ahora sólo deja que yo haga lo demás —empezó a deslizar mis manos, y con eso me refiero a literalmente las manos de mi cuerpo, hasta bajar la pantalonera gris y la ropa interior que justamente anoche, estorbaba entre los dos. Cogió su miembro, el que ahora era mío—. Ya puedes hacerlo, Lilina.
—Vale —dije estremecida por el roce de mis manos en su miembro, sí, porque a cada uno le pertenece su cuerpo sin importar que estemos en el cuerpo del otro.
—Lilina. Ahora sigo yo..., quédate aquí y comprueba que no abriré los ojos — cerró los ojos y se sentó en el excusado e hizo lo que debía. Es tan extraño ver como hace eso con mi cuerpo.
—Sebastián, creo ya debemos salir —dije mirando la puerta.
—Vale, ya estoy, salgamos —nos lavamos las manos y salimos del lavabo.
—Chicos, ¿qué han estado haciendo?—Vaya suerte, nos encontramos a la Señora Sellers fuera.
—Nada, estamos bien —dijo Sebastián.
—Vale, el desayuno está listo, vamos —nos dirigimos al comedor lo más tranquilos que pudimos en ese momento. 

En su pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora