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La mano de Angie sigue en mi muslo, y espero que nunca la aparte.

—Tengo intención de mudarme inmediatamente, y aunque mi familia solo espera que termine la universidad, yo solo quiero ser como tu ¿sabes? Sé que es una tontería —digo, de repente avergonzada por mis grandes ambiciones—. Pero ya me lo preguntaste, ¿recuerdas?

—No, no lo es. Conozco a alguien que trabaja en esto, puede ayudarte a empezar; pero a lo mejor podrían hacerte un contrato. Si quieres, hablo con él.

—¿En serio? ¿Harías eso por mí? —pregunto con una voz aguda a causa de la sorpresa; aunque ha estado muy simpática durante la última hora, no me esperaba esto para
nada.

—Sí, no es para tanto. —Parece algo cohibida. Estoy segura de que no está
acostumbrada a hacerle favores a nadie.

—Vaya, gracias. En serio. Necesito conseguir un trabajo o un contrato de prácticas pronto, y eso sería un sueño hecho realidad —exclamo uniendo las manos con entusiasmo. Se ríe y sacude la cabeza.

—De nada.

Nos detenemos en un pequeño aparcamiento al lado de un viejo edificio de ladrillo.

—La comida aquí es fantástica —dice, y sale del coche. Se dirige al maletero, lo abre... y saca otra camiseta negra lisa. Debe de tener millones de ellas.

Estaba disfrutando tanto viendo su torso desnudo que había olvidado que en algún momento iba a tener que cubrírselo.

Entramos y nos sentamos en el local vacío. Una anciana se acerca a la mesa y nos entrega los menús, pero ella los rechaza y pide una hamburguesa con patatas y hace un gesto para indicarme que debería pedir lo mismo. Confío en su criterio y la pido, pero sin kétchup, claro.

Mientras esperamos, le hablo a Angie de mi infancia. Al vivir siempre en Rosario no conoce el lugar. No se pierde gran cosa; es un sitio grande, donde todo el mundo hace las mismas cosas. Ella no me cuenta demasiado sobre su pasado, pero espero que algún día lo haga. Parece tener mucha curiosidad por saber cómo era mi vida cuando era pequeña.

Durante una pausa en la conversación, la camarera aparece con nuestra comida, que tiene un aspecto delicioso.

—Está buena, ¿eh? —pregunta Angie cuando doy el primer bocado.

Asiento y me limpio la boca. Está exquisita, y ambos dejamos los platos vacíos. Creo que no había tenido tanto apetito en mi vida.

El trayecto de regreso a la residencia transcurre de manera tranquila mientras sus largos dedos me acarician la pierna trazando suaves círculos. Cuando veo el cartel con las
siglas de la Universidad al llegar al aparcamiento del campus siento una ligera tristeza.

—¿Lo has pasado bien? —le pregunto.

Me siento mucho más cerca de ella ahora que hace un rato. Puede ser un auténtico encanto cuando se lo propone.

—La verdad es que sí. —Parece sorprendida—. Oye, te acompañaría a tu cuarto, pero no tengo energías para soportar el interrogatorio de Mica... —Sonríe y se vuelve hacia mí.

—Tranquila. Nos vemos mañana —le digo.

No sé si debo besarla para despedirme o no, de modo que siento un gran
alivio cuando me coge unos mechones de pelo rebeldes y me los coloca detrás de la oreja. Apoyo la cara en la palma de su mano y ella se inclina y roza mis labios con los suyos. Empieza con algo tan simple y tierno como un beso, pero siento un torrente de calor que recorre mi cuerpo y necesito más. Angie me agarra del brazo y tira de mí para indicarme que me traslade a su asiento. Obediente, me coloco a horcajadas sobre su regazo, con la espalda contra el volante. Noto cómo el asiento se inclina ligeramente,
proporcionándonos más espacio, y le levanto la camiseta para deslizar los
brazos por debajo de ella. Su torso es firme y le arde la piel.

Su lengua masajea la mía y me estrecha entre sus brazos con fuerza. La sensación es casi dolorosa, pero es un dolor que estoy dispuesta a soportar para estar así de cerca de ella. Gime en mi boca cuando subo más las manos por debajo de su camiseta. Me encanta hacer que ella gima también; causar ese efecto en ella. Estoy a punto de perder la razón y dejarme llevar por los sentidos de nuevo cuando de repente suena mi teléfono.

—¿Otra alarma? —bromea.
Sonriendo, abro la boca para responderle alguna fresca, pero cuando miro la pantalla y veo que
es... La expresión de su rostro cambia y, temiendo perderla, y temiendo que mude su estado de ánimo, rechazo la llamada y dejo caer el móvil en el asiento del acompañante. No estoy pensando en nadie en estos momentos. Lo relego al último rincón de mi mente y lo encierro con llave. Me inclino de nuevo para seguir besando a Angie, pero ella me detiene y se aparta.

—Tengo que irme —dice en tono cortante, y me entra el pánico.

Cuando me echo hacia atrás para mirarla, su mirada es distante y su
frialdad apaga mi fuego.

—Angie, por favor

—Ya te he dicho que yo no busco una relación, Brisa —dice.

Me quedo paralizada como un cervatillo ante los faros de un coche; lo único que hace que sea posible que me quite de encima de ella es el hecho de que me niego a dejar que me vea llorar otra vez.

—Eres una idiota —le espeto amargamente, y recojo mis cosas del
suelo. Angie me mira como si quisiera decir algo, pero no lo hace—. ¡No quiero que vuelvas a acercarte a mí! ¡Lo digo en serio! —grito, y ella cierra los ojos.

Camino todo lo rápido que puedo hasta la residencia, hasta mi habitación y, no sé cómo, consigo
contener las lágrimas hasta que estoy en ella y cierro la puerta. Siento un
alivio tremendo al ver que Mica no está. Me dejo caer contra la puerta hasta el suelo y comienzo a sollozar. ¿Cómo he podido ser tan idiota? Sabía cómo era cuando accedí a quedar a solas con ella, y aun así me he lanzado a la menor oportunidad.

Sólo porque hoy ha sido agradable conmigo he pensado... ¿qué?, ¿que sería mi novia? Me río entre sollozos de lo estúpida e ingenua que soy. Ni siquiera puedo enfadarme con Angie. Es verdad que me dijo que no quería nada serio con nadie, pero lo hemos pasado tan bien, y ella estaba tan simpática y alegre, que por algún motivo he pensado que estábamos estableciendo una especie de relación.

Pero no era más que una pantomima para meterse en mis bragas. Y yo he
dejado que lo hiciera.

Para cuando Mica regresa del cine, he dejado de llorar, me he dado una ducha y estoy más serena.

—¿Qué tal tu... día con Angie? —pregunta, y saca su pijama de la cómoda.

—Bien, ha sido tan encantadora como siempre —le digo, y consigo echarme
a reír.

Quiero contarle lo que hemos hecho, pero me da demasiada vergüenza. Sé
que no me va a juzgar y, a pesar de que quiero poder contárselo a alguien, al mismo tiempo no quiero que nadie lo sepa. Mica me mira con preocupación y aparto la mirada.

—Ten cuidado, ¿vale?; eres demasiado buena para alguien como Angie.

Quiero abrazarme a ella y llorar sobre su hombro pero, en lugar de hacerlo,
le pregunto:

—¿Qué tal el cine? —Quiero cambiar de tema.

A blue-haired girl|| BRIANGIE (Adaptación) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora