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Alicia.

Sentí el alivio cayendo sobre mi cuerpo al escuchar el arma caer al suelo, golpeando la madera con fuerza antes de rebotar hacia un lado. Abrí los ojos lentamente tras no escuchar nada, cerrándolos de manera inmediata mientras me encogía en mi lugar al oír el latigazo que daba el arma al dispararse automáticamente por la caída, dando en una pared cercana.

Di dos pasos atrás, respirando pesadamente como si hubiese poca presion en el aire, un pitido resonando en mis oídos ante la cercanía del disparo, luchando por mantener el equilibrio en lo que intentaba captar en donde me encontraba precisamente. El sonido en mis oídos revivió los recuerdos de las horas anteriores en las que el refugio había sufrido una explosión, sintiendo nuevamente aquella sensación de pérdida que comenzaba a abrumarme al pensar tan solo en que mi pareja estuviera en el estómago de algún cambiante.

Levanté la mirada del suelo, descubriendo una silueta en frente mío que aún permanecía agachada en el suelo, sabía que era una chica, la había visto antes de que me apuntara. Empecé a caminar lentamente hacia ella.

—Hey, está bien.—Hablé lentamente en voz baja para que se tranquilizara.—Soy Alicia.

Pude oírla resollar a pesar de la distancia que tenía con ella, logrando detallar su rostro lleno de barro y suciedad.

—¿Le dices tu nombre a cada extraño que te encuentras o solo es conmigo, rubia?

El hecho de que no esperaba que me hablara me tomó por sorpresa, por lo que me detuve intentando prevenir cualquier cosa que pudiera suceder tan pronto como se pusiera de pie.

—No creo que seas alguien de quien debería desconfiar, por eso te lo digo.—Respondí, dando pequeños pasos hacia el fondo del vestíbulo.

—Puede que sea una asesina y solo me ubiqué en esta casa hecha pedazos para atrapar personas.—La oí caminar en mi dirección.—Repito nuevamente, ¿haces eso con todo el mundo?

—Lo que hago o no hago con todo el mundo no debería importarte.—Señalé, dándole la cara tras dejar mi maletín en el suelo.—No me conoces.

—Eres demasiado joven para reconocer que aún en el fin del mundo hay bastardos que se atreven a saquear pueblos y matar inocentes.— Noté sus ojos entrecerrarse ligeramente antes de dejarse caer al suelo y arrodillarse. Hice silencio por un momento.

—¿Cómo te llamas? —Formulé rápidamente sin mirarla.

—¿Acaso te interesa como se llama una extraña?, deberías tener más cuidado. —La vi con confusión, lamentándome por haberle dado información y confiar en ella cuando seguramente hablaba en serio.

No pude evitar que una mueca se formara en mis labios mientras me sentaba en el suelo. Era tan ingenua cuando me lo proponía en realidad, podría estar a punto de morir por mi terquedad, pero ¿qué más podía hacer?

Aparté la mirada, dejando de escapar un poco de mi pesar sobre los recuerdos que me traía estar afuera, sobre lo que había perdido en tan pocos segundos para escudarme en la conversación. Volteé a su dirección de nuevo.

—No eres la única que ha perdido algo que le importaba, ¿sabes? No eres la única que ha sufrido, que ha pasado noches en vela y que ha llorado. —Suspiré ya cansada de no poder retroceder en el tiempo y pensar que esto es una pesadilla de la que puedo despertar en cualquier momento. —Yo no elegí llegar a este pueblo, ¡ni siquiera sabía que existía porque no se marcaba en los mapas!

Miré un poco hacia abajo con el entrecejo fruncido, restándole importancia a mis palabras segundos después de decirlas. Tomo una cola de tela y amarrando con ella mi cabello para evitar que se ensuciara en menos tiempo, sintiendo el hambre poco después cuando ya no quedaba rastro de la adrenalina. No iba a comer, faltaban quizás días de viaje y no iba a desperdiciar la poca comida que había traído del refugio, la poca que no se había pudrido con las múltiples fallas de energía que tuvieron que pasar.

ToxicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora