III

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Foltest era delgado, tenía un rostro hermoso, demasiado hermoso. El brujo calculó que no tenía todavía cuarenta años. Estaba sentado en un sitial esculpido en madera negra, los pies dirigidos hacia la chimenea, delante de la que se calentaban dos perros. Junto a él, sentado en un arca, estaba un viejo barbado de complexión fuerte. Detrás del rey, de pie, había otra persona ricamente vestida, con un rostro de aspecto orgulloso. Un noble

.—Brujo de Rivia —dijo el rey después de unos instantes de silencio que siguieron a las palabras de Velerad.

 —Sí, señor. —Geralt inclinó la cabeza.

 —¿Por qué se te ha encanecido la cabeza? ¿Por los encantamientos? Veo que no eres viejo. Vale, vale, basta, es una broma, no digas nada. ¿Alguna Experiencia tienes, como me atrevo a sospechar? 

—Sí, señor. 

—Me alegraría oírlas. 

Geralt se inclinó incluso más. 

—Sabéis seguro, señor, que nuestro código nos prohíbe hablar de lo que hacemos. 

—Un código muy oportuno, señor brujo, muy oportuno. Pero así, en general, ¿has tenido algo que ver con trasgos?

 —Sí.

 —¿Con vampiros y con silvias? 

—También. 

Foltest vaciló.

 —¿Con estriges? 

Geralt levantó la cabeza, miró al rey directamente a los ojos.

 —También.

 Foltest desvió la mirada. 

—¡Velerad!

 —Escucho, su majestad. 

—¿Le has informado de los detalles?

 —Sí, su majestad. Afirma que se puede desencantar a la princesa. 

—Eso lo sé desde hace tiempo. ¿De qué forma, señor brujo? Ah, es verdad, me olvidé. El código. De acuerdo. Sólo una advertencia. Aquí han venido ya unos cuantos brujos. ¿Se lo has contado, Velerad? Bien. Por ello sé que vuestra especialidad es más bien matar, y no quitar los hechizos. Esto no entra dentro de lo posible. Si a mi hija se le cae un sólo pelo de la cabeza, la tuya irá a parar al tablado. Eso es todo. Ostrit y vos, don Segelin, quedaos, dadle toda la información que desee. Los brujos siempre preguntan mucho. Dadle de comer y que duerma en el palacio. Que no vagabundee por las tabernas.

El rey se levantó, silbó a los perros y se dirigió hacia la salida, dispersando la paja que cubría el suelo de la habitación. Al llegar a la puerta se volvió.

 —Si lo logras, brujo, la recompensa será tuya. Puede que añada algo más, si lo haces bien. Por supuesto, los cuentos del populacho que se refieren a la mano de la princesa no contienen ni una sola palabra de verdad. No pensarás que doy a mi hija al primero que llega. 

—No, señor, no lo creo.

 —Bien, esto demuestra que eres inteligente. 

Foltest salió, cerrando la puerta tras de sí. Velerad y el noble, que hasta entonces estaban de pie, se sentaron inmediatamente a la mesa. El corregidor se terminó la jarra que el rey había dejado a medias, la contempló, lanzó una maldición. Ostrit, que había ocupado el lugar de Foltest, miró al brujo con el ceño fruncido, acariciando con sus dedos los esculpidos brazos del sillón. Segelin, el barbudo, hizo una señal a Geralt.

 —Sentaos, señor brujo, sentaos. Ahora nos traerán la cena. ¿Sobre qué querríais hablar? Creo que el corregidor Velerad ya os lo habrá dicho todo. Lo conozco y sé que antes habrá contado demasiado que demasiado poco. 

—Sólo unas pocas preguntas.

 —Preguntad pues. 

—El corregidor dijo que, cuando apareció la estrige, el rey mandó llamar a muchos Sabios.

 —Así fue. Pero no digáis « estrige» , decid « la princesa» . Fácilmente cometeríais este error ante el rey... y os podría suceder alguna desgracia. 

—¿Había alguien conocido entre los Sabios? ¿Alguien famoso?

 —Los hubo tanto entonces como después. No recuerdo los nombres... ¿Y vos, Ostrit? 

—No recuerdo —dijo el noble—. Pero sé que algunos gozaban de fama y reconocimiento. Se habló mucho de ello.

 —¿Estaban de acuerdo en que se podía deshacer el hechizo?

 —Se mostraron bien lejos de cualquier acuerdo —sonrió Segelin—. En cada detalle. Pero hubo quién afirmó esto también. Se trataba de algo sencillo, que incluso no precisaba de habilidades mágicas y, por lo que entendí, bastaba con que alguien pasara la noche desde la puesta del sol hasta el tercer gallo en el subterráneo, junto al sarcófago. 

—De verdad, muy sencillo —resolló Velerad. 

—Me gustaría que me describierais a la... princesa. 

Velerad se levantó de la silla. 

—¡La princesa parece una estrige! —gritó—. ¡La más estrige de las estriges de las que jamás haya oído! ¡Su alteza la infanta, maldita bastarda, mide cuatro codos de altura, recuerda a un barril de cerveza, tiene un morro de oreja a oreja, lleno de dientes como estiletes, los ojos colorados y las greñas bermejas! ¡Las garras, afiladas como las de un lince, le cuelgan hasta la misma tierra! ¡No te extrañes de que todavía no hayamos empezado a mandar sus miniaturas a los palacios de nuestros amigos! ¡La princesa, así se la trague la tierra, tiene ya catorce años, es hora de pensar en darla en matrimonio a algún príncipe!

—Tranquilízate, corregidor. —Ostrit frunció el ceño, mirando hacia la puerta. Segelin se sonrió ligeramente.

 —La descripción, aunque tan plena de imágenes, es bastante exacta y justo esto es lo que quería el brujo, ¿no es cierto? Velerad olvidó añadir que la princesa se mueve con una velocidad increíble y que es mucho más fuerte de lo que se puede suponer por su complexión y su estatura. Y que tiene catorce años es un hecho, si sirve para algo.

 —Sirve —dijo el brujo—. ¿Ataca sólo durante el plenilunio? 

—Sí —respondió Segelin—. Si ataca fuera del alcázar viejo. En el alcázar, independientemente de las fases de la luna, siempre moría gente. Pero sale sólo durante el plenilunio, y no todos. 

—¿Ha habido siquiera un solo ataque a la luz del día? 

—No, de día no. 

—¿Devora siempre a sus víctimas? 

Velerad escupió con energía sobre la paja.

 —¡Que nos van a traer la cena, Geralt! ¡Puaj! Devora, mordisquea, lo deja, depende del humor que tenga, digo yo. A uno sólo le mordió la cabeza, a un par los destripó, y a otros los dejó limpios, hasta el hueso podría decirse. ¡Su putamadre! 

—Ten cuidado, Velerad —increpó Ostrit—. ¡Di lo que quieras de la estrige, pero no insultes a Adda delante de mí, sólo porque no te atreves delante del rey! 

—¿Hubo alguien que sobreviviera a uno de los ataques? —preguntó el brujo, sin prestar atención al estallido del noble. 

Segelin y Ostrit se miraron el uno al otro. 

—Sí —dijo el barbudo—. Al principio, hace seis años, se les echó encima a dos soldados que estaban de guardia en la cripta. Uno pudo escapar.

 —Y luego —intercaló Velerad— el molinero, al que atacó cerca de la ciudad. ¿Os acordáis?

El Ultimo Deseo (The Witcher)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora