Velerad, corregidor de Wyzima, reflexionaba sobre la cuestión mientras se rascaba la barbilla. No era supersticioso ni cobarde, pero no le agradaba quedarse con el albino a solas. Se decidió por fin.
—Salid —ordenó a los guardias—. Y tú siéntate. No, no aquí, allí, más lejos, si te parece.
El desconocido se sentó. No tenía ya ni la espada ni el capote negro.
—Escucho —dijo Velerad, jugueteando con una pesada maza que estaba sobre la mesa—. Soy Velerad, corregidor de Wyzima. ¿Qué me has de decir, señor bandido, antes de que te mande a la mazmorra? Tres muertos, intento de lanzar un hechizo, no está mal, nada mal. Tales crímenes se castigan aquí en Wyzima con empalamiento. Pero como soy una persona justa, te escucharé antes. Habla.
El rivio se desabrochó la almilla, sacó de debajo de ella un pergamino de blanca piel de cabrito.
—Claváis esto en las tabernas y en los cruces de caminos —dijo con voz queda—. ¿Es verdad lo que pone aquí?
—Ajá —murmuró Velerad, contemplando las runas escritas en la piel—. Así que es eso. ¡Que no me haya dado cuenta de ello enseguida! Así es, la verdad de las verdades. Está firmado por Foltest, rey de Temeria, Pontar y Mahakam. Lo que quiere decir que es cierto. Pero las proclamas son proclamas y la ley es la ley. ¡En Wyzima soy yo quien guarda de la ley y del orden! ¡No consiento que se mate a nadie! ¿Entiendes?
El rivio asintió con la cabeza en señal de que entendía. Velerad resopló rabiosamente.
—¿Tienes la divisa de brujo?
El desconocido rebuscó de nuevo dentro del caftán, extrajo un medallón redondo en una cadena de plata. El medallón tenía el grabado de una cabeza de lobo mostrando las fauces abiertas.
—¿Tienes nombre? Da igual el que sea, no te pregunto por curiosidad, sólo para hacer más fácil la conversación.
—Me llamo Geralt.
—Sea pues Geralt. ¿De Rivia, como concluyo por tu acento?
—De Rivia.
—Bien. ¿Sabes, Geralt? Tómatelo con calma. —Velerad señaló la proclama con la mano abierta—. Es un asunto serio. Ya lo han intentado muchos. Esto, hermano, no es lo mismo que rebanarle el pescuezo a un par de bravucones.
—Lo sé. Es mi oficio, corregidor. Está escrito: recompensa de tres mil ducados.
—Tres mil. —Velerad hizo una mueca—. Y la princesa como esposa, aunque nuestro amado Foltest no lo haya añadido.
—No estoy interesado en la princesa —dijo tranquilo Geralt. Estaba sentado,inmóvil, con las manos sobre las rodillas—. Está escrito: tres mil.
—¡Qué tiempos, Señor! —refunfuñó el corregidor—. ¡Qué asquerosos tiempos! Hace sólo veinte años, ¿a quién se le iba a ocurrir, ni siquiera borracho,que pudiera haber tales profesiones? ¡Brujos! ¡Trashumantes cazadores de basiliscos! ¡Asesinos ambulantes de dragones y utopes! ¿Geralt? ¿En tu gremio se os permite beber?
—Por supuesto.
Velerad dio una palmada.
—¡Cerveza! —gritó—. Y tú, Geralt, siéntate más cerca. Qué más me da. La cerveza estaba fría y espumosa.
—Vivimos tiempos asquerosos —monologaba Velerad mientras daba sorbos de la jarra—. Pululan por ahí todo tipo de porquerías. En Mahakam, en las montañas, hormiguean los bobolakos. Antes en los bosques aullaban los lobos y ahora, sin ir más lejos, hay espectros, borowikis de esos, lobisomes y otras basuras. En las aldeas, las náyades y las plañideras roban niños, lo menos ciento llevan ya. Monstruos de los que nadie había oído hacía tiempo, se le ponen a uno los pelos de punta. ¡Y encima esto para acabar de rematarlo! —Empujó el rollo de pergamino por encima de la mesa—. No es de extrañar, Geralt, que haya tanta demanda de vuestros servicios.

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El Ultimo Deseo (The Witcher)
FantasyGeralt de Rivia, brujo y mutante sobrehumano, se gana la vida como cazador de monstruos en una tierra de magia y maravilla: con sus dos espadas al hombro -la de acero para hombres, y la de plata para bestias- da cuenta de estriges, mantícoras, grifo...