IV

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Había alguien en su cuarto de la troje. Geralt lo supo incluso antes de acercarse a la puerta, lo reconoció en la ligera vibración del medallón. Sopló la lamparilla con la que iluminaba las escaleras. Sacó el estilete de la bota, se lo colocó por detrás, en el cinturón. Alzó el picaporte. En la habitación reinaba la oscuridad. Pero no para el brujo. 

Cruzó el umbral premeditadamente despacio, indolente, cerró la puerta con lentitud detrás de sí. Al segundo siguiente, con un poderoso reflejo, saltó un largo trecho, se arrojó sobre la figura que estaba sentada en su cama, la apretó contra las sábanas mientras la sujetaba con el antebrazo izquierdo por debajo de la barbilla. Tanteó en busca del estilete. No lo encontró. Algo no funcionaba. 

—No esta mal para empezar —habló ella con una voz apagada, tendida debajo de él sin moverse—. Contaba con ello, pero no juzgué que fuéramos a acabar tan pronto en la cama. Quita la mano de mi garganta, si no te importa. 

—Eres tú. 

—Soy yo. Escucha, hay dos opciones. La primera: te sientas a mi lado y hablamos. La segunda: nos quedamos en esta posición, pero al menos me gustaría quitarme las botas. 

El brujo escogió la primera opción. La muchacha suspiró, se levantó, se colocó los cabellos y la falda. 

—Enciende la luz —dijo—. Yo no veo en las tinieblas, como tú, y me gusta ver a mi interlocutor.

 Se acercó a la mesa, alta, delgada, vivaracha, se sentó, extendiendo delante de sí los pies metidos en altas botas. No tenía ningún arma a la vista. 

—¿Tienes aquí algo para beber? 

—No. 

—En ese caso me alegro de haber traído esto —sonrió mientras ponía sobre la mesa un galápago de viaje y dos vasos de cuero. 

—Es casi medianoche —dijo Geralt con frialdad—. ¿No podemos ir al grano? 

—Ahora. Ten, bebe. A tu salud, Geralt.

 —A la tuya, Córvida. 

—Me llamo Renfri, joder. —Alzó la cabeza—. Te permito omitir el título de princesa, ¡pero deja de llamarme Córvida! 

—Más bajo, que despiertas a toda la casa. ¿Me voy a enterar por fin con qué objeto te has colado aquí por la ventana?

 —Vaya poca imaginación que tienes, brujo. Quiero evitar que en Blaviken haya una matanza. Para ponerme de acuerdo contigo, me he arrastrado por los tejados como si fuera un gato. Valora el hecho. 

—Lo valoro —dijo Geralt—. Sólo que no sé lo que puede salir de tal conversación. La situación está clara. Stregobor vive en una torre encantada, para llegar hasta él tendrías que sitiarlo. Si haces esto, de nada te servirá tu salvoconducto. Audoen no te protegerá si violas abiertamente la ley. El alcalde, la guardia, todo Blaviken se pondrá contra ti.

—Todo Blaviken, si se pone contra mí, lo lamentará terriblemente. —Renfri se sonrió, mostrando unos feroces dientes blancos—. ¿Has echado un vistazo a mis muchachos? Te juro que conocen su oficio. ¿Te imaginas lo que pasaría si se llega a un combate entre ellos y esos imbéciles de la guardia, que se tropiezan a cada paso con sus propias alabardas?

 —¿Y tú, Renfri, te imaginas que yo me voy a quedar sentado mirando tranquilamente el desarrollo de esa lucha? Como ves, vivo en casa del alcalde. En caso necesario me pondré de su lado. 

—No dudo —Renfri adoptó un tono más serio— que lo harás. Aunque con toda seguridad estarás solo, porque el resto se esconderá en los sótanos. No hay en el mundo un alcalde que sea capaz de vencer a siete espadachines. Ningún individuo sería capaz. Pero, peloblanco, dejemos de asustarnos el uno al otro. Te dije: la carnicería y el derramamiento de sangre se pueden evitar. En concreto, hay dos personas que pueden evitarlos. 

El Ultimo Deseo (The Witcher)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora