Como siempre, los primeros que le prestaron atención fueron los gatos y los niños. Un gato rayado que estaba durmiendo al sol sobre un montón de leña se estremeció, levantó la cabecita redonda, puso las orejas, resopló y se metió entre las ortigas. Un niño de tres años, Dragomir, hijo del pescador Trigli, quien delante de su palloza hacía lo que podía para ensuciar aún más su ya sucia camisola, se puso a berrear, clavando los ojos bañados de lágrimas en el jinete que pasaba cabalgando por delante de él.
El brujo cabalgaba despacio, sin intentar adelantar al carro del heno que taponaba la calle. Detrás de él, estirando el cuello, haciendo tensarse la cuerda a cada paso, atado al arzón de la silla, trotaba un asno bien cargado. Además de las albardas habituales, el orejudo animal arrastraba sobre los lomos un bulto bastante grande cubierto por una gualdrapa. Los costados entre gris y blanco del asno estaban cubiertos de oscuras manchas de sangre coagulada.
El carro dobló al fin por una calle perpendicular que llevaba al pósito y a los muelles, desde los que llegaba una brisa de alquitrán y orina de buey. Geralt se apresuró. No reaccionó ante el apagado grito de una verdulera que miraba fijamente la pata huesuda y con garras que sobresalía de la gualdrapa y que se balanceaba al ritmo del trote del asno. No miró a la multitud cada vez más densa que le iba siguiendo, ondulando en su agitación.
Junto a la casa del alcalde, como siempre, había muchos carros. Geralt saltó de la silla, arregló la espada de su espalda, echó las riendas a la cerca de madera. La muchedumbre que le había seguido abrió un semicírculo en torno al asno.
Se podían oír los gritos del alcalde ya desde la puerta.
-¡Que está prohibido, digo! ¡Está prohibido, cojones! ¿No entiendes el cristiano, canalla?
Geralt entró. Delante del alcalde había un aldeano sujetando por el cuello un ganso que se agitaba violentamente. El aldeano era pequeño y rechoncho y estaba colorado de la rabia.
-De qué... ¡Por todos los dioses! ¿Eres tú, Geralt? ¿No me engaña la vista?-Y de nuevo, volviéndose al campesino-: ¡Llévate esto de aquí, sin vergüenza!¿Estás sordo?
-M'han dicho -tartamudeó el aldeano, mirando de soslayo al ganso-qu'hay que dar algo al señor, que si no...
-¿Quién te ha dicho eso? -gritó el alcalde-. ¿Quién? ¿Que yo qué, que acepto mordidas? ¡Esto no lo permito, digo! ¡Largo de aquí, digo! Bienvenido, Geralt.
-Hola, Caldemeyn.
El alcalde, apretando la mano del brujo, le palmeó los hombros con la otra mano.
-Hace ya dos años, creo, que no pasabas por aquí, Geralt. ¿Eh? Eres un culo de mal asiento. ¿De dónde vienes? Ah, su puta madre, qué más da de dónde. ¡Chacho, tráenos un par de cervezas! Siéntate, Geralt, siéntate. Todo está muy liado, porque mañana es la feria. ¿Qué tal te va? ¡Cuenta!
-Luego. Primero salgamos.
En el exterior la multitud se había hecho dos veces mayor, pero el espacio libre alrededor del asno no se había reducido. Geralt retiró la gualdrapa. La masa gritó y retrocedió. Caldemeyn se quedó boquiabierto.
-¡Por todos los dioses, Geralt! ¿Qué es eso?
-Una kikimora. ¿No hay alguna recompensa por ella, señor alcalde?
Caldemeyn se apoyó en un pie y luego en el otro, mientras miraba la figura con aspecto de araña, la marchita piel negra, los ojos vidriosos con pupilas verticales, los dientes de aguja dentro de una boca ensangrentada.
-Dónde... de dónde...
-En el paredón, a cuatro leguas de la villa. En las ciénagas. Caldemeyn, allí debe de haber muerto gente. Niños.

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El Ultimo Deseo (The Witcher)
FantasyGeralt de Rivia, brujo y mutante sobrehumano, se gana la vida como cazador de monstruos en una tierra de magia y maravilla: con sus dos espadas al hombro -la de acero para hombres, y la de plata para bestias- da cuenta de estriges, mantícoras, grifo...