—... el maleficio —siguió Duny, tocándose la sien—. De nacimiento. Nunca he llegado a saber por qué ni quién me lo hizo. Desde la medianoche hasta el amanecer un hombre normal, desde el amanecer... visteis el qué. Akerspaark, mi padre, quiso esconderlo. En Maecht la gente es supersticiosa, los embrujos y las maldiciones en la familia real podrían haber resultado fatales para la dinastía. Uno de los caballeros de mi padre se me llevó del castillo, me crió, los dos vagabundeamos por el mundo, el caballero andante con su escudero, luego, cuando él murió, viajé solo. Ya no recuerdo a quién le oí decir que de la maldición me podía librar un niño-sorpresa. Poco después encontré a Roegner. El resto ya lo sabéis.
—El resto ya lo sabemos o nos lo imaginamos —afirmó con la cabeza Calanthe—. Especialmente que no esperaste los quince años acordados con Roegner y le calentaste la cabeza a mi hija antes de tiempo. ¡Pavetta! ¿Desde cuándo?
La princesa bajó la cabeza y subió un dedo.
—Vaya, mira. Pequeña bruja. ¡Delante de mis narices! ¡Como me entere de quién lo dejó entrar de noche al castillo! ¡Como pille a las dueñas del castillo con las que ibas a coger prímulas! ¡Prímulas, y un cuerno!
—Calanthe —comenzó Eist.
—Poco a poco, Tuirseach. Aún no he terminado. Duny, el asunto se ha complicado mucho. Estás con Pavetta desde hace un año, ¿y qué? Y nada. Eso quiere decir que le sacaste una promesa al padre equivocado. El destino se ha reído de ti. Qué ironía, como dice el aquí presente Geralt de Rivia.
—A la porra con el destino, las promesas y la ironía —se encolerizó Duny—.Amo a Pavetta y ella me ama a mí, sólo eso cuenta. No puedes, reina, interponerte en el camino de nuestra felicidad.
—Puedo, Duny, puedo y no sabes cómo —sonrió Calanthe con una de sus indescifrables sonrisas—. Por suerte para ti, no quiero. Tengo cierta deuda para contigo, Duny. Por aquello, sabes. Estaba decidida a... Debería pedir perdón pero odio hacerlo. Así que te doy a Pavetta y estamos en paz. ¿Pavetta? ¿No has cambiado de opinión?
La princesa negó con pasión, agitando la cabeza.
—Gracias, señora. Gracias —sonrió Duny—. Eres una reina inteligente y bondadosa.
—Por supuesto que sí. Y hermosa.
—Y hermosa.
—Podéis quedaros los dos en Cintra, si queréis. La gente de aquí es menos supersticiosa que los habitantes de Maecht y se acostumbra a todo rápido. Al fin y al cabo, incluso como Erizo eras bastante simpático. Sólo que de momento no puedes contar con el trono. Tengo intención de gobernar todavía un poco al lado del nuevo rey de Cintra. El noble Eist Tuirseach de Skellige me hizo una cierta proposición.
—Calanthe...
—Sí, Eist, accedo. Todavía no había oído una declaración de amor hecha mientras yacía en el suelo, entre los escombros del propio trono, pero... ¿Cómo has dicho antes, Duny? Sólo cuenta eso, y mejor que nadie se interponga en el camino de mi felicidad, le aconsejo. ¿Y qué miráis vosotros? No soy todavía tan vieja como creéis cuando miráis a mi casi casada hija.
—La juventud de hoy —murmulló Myszowor—. De tal palo...
—¿Qué murmuras, hechicero?
—Nada señora.
—Eso está bien. Aprovechando la ocasión, Myszowor, tengo una proposición para ti. Pavetta va a necesitar un maestro. Ha de aprender a manejar su extraordinario don. Me gusta este castillo, preferiría que siguiera siendo como es. En el próximo ataque de histeria de mi dotada hija puede que se venga abajo.¿Qué dices a esto, druida?

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El Ultimo Deseo (The Witcher)
FantasyGeralt de Rivia, brujo y mutante sobrehumano, se gana la vida como cazador de monstruos en una tierra de magia y maravilla: con sus dos espadas al hombro -la de acero para hombres, y la de plata para bestias- da cuenta de estriges, mantícoras, grifo...