VI

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Civril, tapándose los ojos con las manos, miró al sol que surgía por entre los árboles. La plaza comenzaba a animarse, traqueteaban los carros y las carretas, los primeros vendedores ya habían llenado de mercancías los tenderetes. Golpeaba el martillo, cantaba el gallo, chillaban agudas las gaviotas. 

—Parece que va a hacer un día precioso —dijo Quincena meditabundo. Civril le miró sesgadamente pero no dijo nada. 

—¿Y los caballos, Tavik? —preguntó Nohorn, tirando de los guantes. 

—Listos, ensillados. Civril, todavía hay pocos en la plaza. 

—Habrá más. 

—Convendría comer algo. 

—Luego. 

—Seguro. Tendrás luego tiempo. Y ganas. 

—Mirad —dijo de pronto Quincena. 

El brujo entró desde la calle principal y atravesó por entre los tenderetes. Se dirigía directamente hacia ellos. 

—Ajá —dijo Civril—. Renfri tenía razón. Dame la ballesta, Nohorn. 

Se enderezó, tensó la cuerda, sujetando el estribo con el pie. Con esmero colocó la flecha en la estría. El brujo seguía andando. Civril levantó la ballesta. 

—¡Ni un paso más, brujo! 

Geralt se detuvo. Apenas catorce pasos le separaban del grupo. 

—¿Dónde está Renfri?

 El mestizo deformó su hermoso rostro. 

—Debajo de la torre, le está haciendo cierta proposición al hechicero. Sabía que vendrías aquí. Me pidió que te dijera dos cosas. 

—Habla. 

—La primera cosa es un refrán que dice: « Soy quien soy. Elige. O yo, o eso otro, menor» . Al parecer tienes como que saber de qué va. 

El brujo afirmó con la cabeza, luego alzó la mano, asiendo la empuñadura de la espada que sobresalía por su hombro derecho. La hoja brilló, describiendo un círculo por encima de su cabeza. Se dirigió hacia el grupo a paso ligero.

 Civril adoptó una sonrisa terrible, cruel. 

—Y qué le vamos a hacer. Ella también previó esto, brujo. Y ahora te daré la segunda cosa que me encargó darte. Justo entre los ojos. 

El brujo se acercó. El semielfo alzó la ballesta hasta sus mejillas. Se hizo el silencio. 

La cuerda resonó. El brujo dio un mandoble con la espada, se oyó un prolongado gemido de metal golpeado, la flecha voló hacia lo alto cabreteando, cayó seca sobre el tejado, retumbó en un canalón. El brujo siguió avanzando. 

—La ha parado... —gimió Quincena—. La ha parado en el aire...

—Todos a una —ordenó Civril. Silbaron las espadas al salir de sus vainas, el grupo se apretó hombro con hombro, las hojas erizadas. 

El brujo aceleró el paso, su andar, de extraordinaria ligereza y fluidez, se convirtió en carrera, no directamente hacia el collar de espinas de las espadas del grupo, sino de lado, rodeándoles con espirales cada vez más cerradas.

 Tavik no aguantó, se lanzó hacia él, reduciendo la distancia. Detrás de él saltaron los gemelos.

 —¡No os separéis! —gritó Civril doblando la cabeza, perdiendo al brujo de su campo de visión. Maldijo, saltó hacia un lado viendo que el grupo se disgregaba completamente y daba vueltas entre los tenderetes en un loco cortejo. 

El Ultimo Deseo (The Witcher)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora