Personalmente, les recomiento leer con la canción que puse de fondo. De ella me inspiré.
Espero que lo disfruten. L@s amo.
***
Definitivamente no había sido su plan.
Maldición... Definitivamente no...
Nunca había sido su intención quedar solos en el jardín de los Watson bajo el frío de la noche. Él más que nadie sabía lo terriblemente mal que eso estaba. Stephen Hamilton Tercero lo había jurado; que se llevaría sus sentimientos a la tumba, y estaba preparado para ello. Solo había querido protegerla. Solo había querido que aquel caballero no se aprovechara de ella cuando la ingenua jovencita salió sola a aquel jardín de los Watson. Solo habría querido ahuyentarlo y esperar hasta que Timoteo volviera para hacerle compañía, pero ¿Cómo podría? Si incluso el pensamiento de su primo a solas con ella, le ponía tan ansioso. Solo imaginarlo le hacía apretar la mandíbula y cerrar el puño con algo muy parecido al rencor.
¡Joder!
Le tomó exactamente dos copas de vino arrebatadas a uno de los camareros que pasaban cerca de él para darle el coraje de ir en contra de toda su educación y adentrarse a la boca del lobo. Con una gran bocanada de aire y un vistazo por el lugar, Stephen tomó el pomo y, con mucho cuidado, salió al aire frío de la noche. Su corazón palpitó fuerte contra su pecho cuando la vio de espaldas a él, recargada sensualmente hacia el frente, dejando los hombros desnudos que ni sus guantes ni su vestido cubrían, a su completa disposición. Tan absorto estaba que de sus labios salió la frase más trillada que pudo usar para llamar su atención, y caminó hacia ella como un maldito condenado a la horca. Como un condenado a amarla en secreto toda su vida.
No, definitivamente no había sido su plan estrujarla posesivamente entre sus brazos, ni robarle el aliento con el beso más desesperado que había dado. No era su intención al acompañarla... pero había sido tan iluso... No había podido contenerse por más tiempo. Había sido tan iluso... Llevaba tanto tiempo... Desde esta mañana cuando solo pensaba en volver a la mansión para verla. Cuando la vio, y la desilusión de su indiferencia lo llevó a desear que se prendieran en fuego todos los estúpidos claveles que le robaban su atención. Esa misma noche, cuando solo pudo apretar el puño y apartar la mirada de la escena que protagonizaba con su primo, sin poder hacer ni decir absolutamente nada para ser él quién la sostuviera como Timoteo lo hacía. Incluso minutos antes. Stephen se contenía cada vez que sus ojos la buscaban disimuladamente entre la multitud del salón, y no la encontraba. Se contenía y se mortificaba, cuando la encontraba y la veía aferrada al brazo de Timoteo. Llevaba conteniéndose tanto que cuando la vio sola, sacándole la lengua a aquellas doncellas, lo hizo reír por lo bajo como un tonto.
Sus intenciones al entrar y encontrar a la jovencita inclinada hacia delante jamás habían sido impuras. ¡Demonios! Ni siquiera sabía porqué la había seguido hasta ahí. Solo había tenido que esperar afuera ¿En qué había estado pensando? Se sintió un tonto; un absurdo, cuando hizo ese comentario para llamar su atención, pero ¡maldición! Estaba tan hambriento de su mirada, que no le importó. Odió con demasía la ridícula máscara que le había regalado Timoteo, pero tampoco pudo negar lo misteriosamente sensual que se veía con ella, y no podía creer que se había paseado así por todo el salón, y no hubiera sido a su lado. Le enfermaba pensar en cuántos hombres la habrían visto con ojos iguales a los de él, pero le enfermaba aún más ese sentimiento amargo que llevaba probando hace tiempo; desde ese día en las caballerizas. Y no pudo evitarlo. No. No quiso evitarlo. Cuando la escuchó hablar solamente de su primo como en el invernadero, no se contuvo más.
No supo de dónde sacó tanto coraje para atraerla, estrecharla entre sus brazos y besarla, pero tenía muy en claro que no quería soltarla. Se aferró a ella con ahínco, queriendo tomarlo todo y no dejar nada para nadie más. Mierda... Se sentía tan vil y despreciable por forzarla, por forzar a sus dulces labios a devolverle el beso. Tanto, que cuando la chica lo empujó, se dejó apartar, y cuando lo abofeteó no dijo ni hizo nada. Dejó que sus cabellos negros y la máscara ocultaran su rostro; su vergüenza y sus lágrimas.
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Secretos De Cuñados
RandomYo no pedí enamorarme de ti, mi dulce, dulce cuñado. Dime... ¿Me amas a mí también?