Adeline puede ser despistada e incluso inocente, pero no era estúpida y no se le había pasado el detalle que iría acompañada de un extraño por un camino que no conocía y que lo más seguro es que estuviese solo, sin embargo... bajo la luz de esa luna llena, con el frío viento rozándole los talones por debajo del camisón; y bajo los hermosos ojos de ese alto y elegante hombre, Adeline sonrió y confió en él, y en la sinceridad que pudo vislumbrar a través del marrón de sus iris.
Ambos, entre sonrisas cómplices y unas cuantas risillas traviesas de Adeline, se encaminaron por el largo y angosto pasillo por la izquierda al fondo, donde giraron a la derecha hasta estrellarse con una puerta que él abrió, dándole paso como buen caballero a que ella entrara primero. Adeline se encontró dentro de la oscuridad de una habitación de aspecto anticuado, y fría, sin ventanas y con todas las paredes cubiertas por estantes llenos de libros y en medio un solitario escritorio sin sillas. Una vez dentro este le hizo una seña para que se acercaran al viejo librero del medio y él, entresacando un libro de la esquina superior izquierda, accionó un complejo mecanismo que dio lugar a la boca de un túnel de donde se podían ver unas escaleras de piedra entre sábanas de polvo y monumentales telarañas.
—Le pido me disculpe, está un poco-... —comenzó a hablar el lord rascándose la parte trasera del cuello con algo de vergüenza por hacer que una refinada señorita se adentrara en tremendos espacios tan impropios.
—¡Un pasaje secreto! —Alabó la ojiazul dando palmaditas de emoción, dejando que su excitación y curiosidad (como siempre) la llevaran a hundirse sin pensarlo a lo desconocido— ¡Jamás había visto uno! Es como en los cuentos, ¿No crees? —Y sin más contemplaciones se adentró, analizándolo todo con sus grandes ojos turquesa.
El hombre, realmente conmovido por su alegría y fuerte entusiasmo, soltó una carcajada, haciendo que una impaciente Adeline saliera nuevamente a buscarlo.
—¡Steph, vamos, no te retrases, aún no hemos llegado! —canturreó, jalándo de la mano al hombre que con una sonrisa encantada la perseguía por las escaleras dos pisos hacia abajo, dejándose jalar entre el frío y las tinieblas puesto que la muchacha con su afán no había permitido que tomara siquiera una vela.
—Por aquí —indicó, apretando la pequeña mano de Line para poder guiarla girando a la izquierda por otro túnel de alrededor de diez metros. Adeline podía sentir una corriente helada de aire que pasaba por sus pies y estremecía su cuerpo, logrando que su estómago cosquilleara de la emoción. ¡Ya quería llegar!
Cuando llegaron hasta el final, se encontraron con una vieja y pesada puerta de roble. Solo entonces Stephen le soltó la mano para poder mover el pedazo ajado de madera con ayuda de un buen empujón de su hombro y luego de dar un paso al costado, dejó que ella se admirara con el paraíso invernal del otro lado.
El blanco lo cubría todo, como un manto frío de la naturaleza. La nieve seguía cayendo, buscando cubrirlo todo, espolvoreando los intrincados pinos que se alzaban a unos cuantos metros como de azúcar. El aire tenía el fuerte perfume limpio de la libertad, coloreado por las luces de las estrellas y el sonido de los hermosos acordes de la banda que tocaba en el salón a varios cientos de metros a su derecha.
El viento, juguetón y violento, se metió por la entrada, helándole la cara hasta sonrojarle las mejillas, alborotándole el cabello y levantando la chaqueta. Docenas de copitos de nieve danzaron a su alrededor como dulces hadas del invierno haciéndola sonreír en la más ancha de las sonrisas. Miró las copas de los pinos cubiertos de blanca nieve y los arbustos congelados, encantada; y aunque hacía un frío que quemaba, digno de la navidad más helada en décadas, e incluso con solo una chaqueta sobre el camisón cubriéndola, Adeline se sintió cálida y su pecho se hincho con la satisfacción de saberse en Inglaterra, su hogar.
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Secretos De Cuñados
DiversosYo no pedí enamorarme de ti, mi dulce, dulce cuñado. Dime... ¿Me amas a mí también?