El último beso

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Habían sido los minutos más largos de sus vidas. Luego de la confesión de Adeline, lo que siguió fue una conversación aparentemente trivial entre ella y la madre de Stephen acerca del futuro de lo talentosa, hermosa y educada que era Mía Laury, y lo excelente esposa y duquesa que sería. Una conversación en la que Stephen solo participaba para asentir de manera descuidada de vez en cuando a lo que decía su madre mientras intentaba atravesar la cabecita de Adeline con sus ojos cada vez que esta respondía tan animadamente. El duque apretaba los puños y la quijada con fuerza... Se sentía morir cada vez que la dulce boquita de la muchacha se abría para apoyar de esa manera su matrimonio. Aún con él en frente, lo hacía con tanta alegría y convicción, que poco faltaba para convencerse que esa semana había sido suficiente para eliminar cualquier sentimiento hacia él; como si todo lo que hubieran vivido juntos fuera nada.

Cada sonrisa, cada halago, cada bendición a su matrimonio lo hacía sentir enfermo. Solo aquella sombra opaca en los ojos turquesas de Line eran lo que evitaba que se desencajara la mandíbula, se partiera los dedos, o peor aún, que le importara un bledo todo y se lanzara a cerrarle la boca con sus besos hasta hacerla confesar la verdad; una verdad que él tanto se obligaba a creer sin saber si era cierta. Pero no podía, no podía hacerle eso a ella, o a su madre. Como estaban las cosas para Line, si se llegaran a enterar de lo suyo, lo más probable es que la culpa del pecado recayera sobre ella, así que solo se conformaba con empuñar sus manos hasta el sufrimiento. Esa era la única manera de contener la rabia y el dolor de su indiferencia.

Estaba tan concentrado en sus pensamientos y en calmar su respiración endurecida, que no volvió verdaderamente en sí hasta que la duquesa soltó una carcajada. Adeline había respondido: -Vaya... lord Hamilton debió estar muy flechado para perseguir a Mía Laury por un año entero.

- ¡Jamás lo había visto tan devoto! Había estado mandado cartas y obsequios durante todo un año con la esperanza de cortejar a lady Beckham -sonrió la duquesa-. Hasta entonces, había sido muy duro convencer a Stephen para casarse, pero una vez supo que la candidata era la hija de la casa Beckham... ¡Stephen perdió el aliento! -exclamó con gesto cómplice seguido de una delicada carcajada escondida elegantemente tras el dorso de su mano- ¡Recuerdo que estaba tan emocionado que ni siquiera las palabras le salían, y no paraba de sonreír!

En ese momento, por primera vez en todo el día, sus miradas se encontraron. Los ojos marrones de Stephen se agrandaron con desesperación, y a punto estuvo de lanzarse a decir algo. No quería que Adeline se entristeciera o disgustara por un malentendido, pero de su boca nunca salió palabra alguna porque la sonrisa que Line esbozó con la comisura de sus labios lo detuvo como un balde de agua fría.

Stephen quedó de piedra. ¿Qué se suponía que significaba esa sonrisa?

—¿Qué te parece, Line? ¿No es encantador? —continuó la duquesa.

—Ciertamente —respondió con esa perfecta sonrisa que Stephen estaba empezando a odiar—. El duque tiene un excelente gusto. Me alegra que Mía Laury sea de su elección.

¿De su elección?

El corazón de Stephen bombeó con fuerza, y, no supo por qué, un terrible frío se apoderó de sus manos. Sintió como si la soga que lo mantenía con vida hubiera sido cortada de tajo, lanzándolo a un vacío.

Stephen Hamilton sabía lo buena que era Adeline Beckham fingiendo; lo sabía...

... pero hubiera deseado que no se le diera tan malditamente bien...

***

Finalmente, luego de que la duquesa se hubiera dado por satisfecha, alegó a su notorio cansancio para poner fin a la conversación.

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⏰ Última actualización: Mar 15, 2022 ⏰

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