Todo el aplomo que había acumulado para escaparse sin importar las represalias y los escarmientos de su madre, de la nada, como cenizas al viento, se había desvanecido al verlo; imponente, grande y obstuyéndole la salida.
De repente Adeline se volvió torpe, y ya fuese por el susto o la impresión, tropezó con sus propios pies hasta chocar de cara contra él, quien en medio de todo se apresuró a sujetarla de los codos para que no cayera de cara al suelo.
Un ancho pecho vestido con una camisa blanca bien encajada debajo de un saco abierto descuidadamente fue lo primero que su mirada topó antes de subirla lentamente por el férreo cuello pálido, pasando a una mandíbula cuadrada bien definida de hombre, una nariz hermosa y respingada. Hasta finalmente posarse sobre los ojos más profundos que ella hubiera visto, bellamente enmarcados por unas largas pestañas azabache bajo tupidas cejas fruncidas.
Adeline se estremeció ante el olor a alcohol que se escapaba del aliento del hombre y soltó un gritito, retrocediendo histéricamente hasta chocarse el trasero contra una mesa de centro que se tambaleó y en la que no dudó en aferrarse con ambas manos como si su vida dependiese de ello. Frunció el ceño, odiándolo por haberla asustado y odiándose por haberse caído derechita a los brazos de un muy posible segundo violador por su estúpida e ineficaz torpeza.
—¿Qui-Quien es usted?, ¿Qué está haciendo aquí? —Alcanzó a pronunciar, sin apartar la vista, sintiendo un amargo deja vù.
El hombre, en medio de su ebriedad, estuvo a punto de soltar una carcajada al verla. Parecía una pequeña gatita enrabiada. Reprimió con sus debilitadas fuerzas la sonrisa bobalicona que danzaba en las comisuras de sus labios, e ignorando la hostilidad con que la doncella le hablaba y lo veía, salió de su estupor balbuceando unas disculpas, sintiendo que su mente era un enredo de algodón que empezaba a punzar dolorosamente.
Maldijo los últimos cinco vasos de licor que ingirió.
—Por favor, perdóneme, milady... No fue mi intención importunarla... Yo solo... solo estaba... Yo buscaba un... era un -... —decía arrastrando ligeramente las palabras, pero Adeline con todo el escepticismo del mundo, lo ignoraba. Miraba disimuladamente hacia todas partes, buscando la manera de escapar en caso de que la atacara, o la asaltara, o de que hiciese el más mínimo movimiento de cuanta atrocidad su traumada mente se encargara de inventar. Esperaba otra arremetida, otra lucha, otra agresión; se esperaba ya cualquier cosa de un hombre ebrio.
Pero entonces, el hombre ebrio vomitó. Arqueado hacia el frente, comenzó a devolver el estómago allí mismo, frente los ojos agrandados de Adeline, quien se había quedado de piedra; amarilla de la impresión y el asco.
—Por Dios... —jadeó la chica, profundamente asqueada, tapándose la boca y parte de la nariz con ambas manos sin saber qué hacer, y ahora más que nunca con el deseo de huir.
Otra arcada sacudió al pobre hombre haciéndolo arrodillar y vomitar nuevamente frente al charco de porquerías, sacudiendo violentamente sus hombros, y haciendo encorvar su espalda como a un gato callejero.
Adeline aguantó las nauseas y repasó en su mente su plan de escape. Ahora definitivamente tenía que huir. Y sentía mucha pena por la señora que limpiaría eso. Porque ella seguro no lo haría.
El hombre luego de un rato escupió lo último y, tembloroso, se incorporó, tambaleándose torpemente hacia atrás hasta quedar apoyado en la pared al lado de la puerta, que como puerta de iglesia, se mantenía aún abierta de par en par.
—Demonios... —masculló pasándose una mano por la boca, pálido y temblando como hoja de otoño al viento.
Mordiéndose el labio y cambiando compulsivamente el peso de su cuerpo de un pie a otro, Line resistió la tentación de acercarse, mientras veía como este se sujetaba a la pared y jadeaba, agitado, limpiándose los labios violáceos con el dorso de la manga. Sus cabellos húmedos por el sudor le cubrían la frente y parte de los ojos dándole un aspecto sombrío y enfermo a las evidentes ojeras debajo de unos ojos que de repente parecían hundidos por el cansancio y la tristeza.
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Secretos De Cuñados
RastgeleYo no pedí enamorarme de ti, mi dulce, dulce cuñado. Dime... ¿Me amas a mí también?