Faltaba poco menos de un mes para el cumpleaños de Mía Laury cuando muy temprano en la mañana llegó una comitiva. Finos caballos dorados jalaban un ostentoso carruaje que se detuvo justo al frente de la gran mansión Hamilton. De él, bajó un apuesto joven de cabellos como el trigo y sagaces ojos verdes que prometían una elegante orquesta de caos.
Una sonrisa traviesa se pintaba en los labios de Timoteo Méndez, príncipe de España.
***
Esa mañana, a Adeline la despertó el revuelo que se alcanzaba a sentir en toda la casa.
Cuando se asomó por las puertas de vidrio que daban al balcón, pudo divisar como unos hombres dirigían unos preciosos caballos dorados a las caballerizas de los Hamilton, que quedaban a varios kilómetros más allá del jardín. Miró el basto prado, y de repente tuvo ganas de hacer equitación. Hacía tres semanas que la nieve por fin se había derretido, siendo reemplazada por el verde pasto que se extendía por todo el terreno, y los árboles esqueléticos habían cobrado vida poco o a poco. Sin duda Mía y madre habían escogido la mejor fecha para la boda, pensó mientras le daba una repasada rápida con la mirada al jardín floreado. En su cara se extendió una sonrisa traviesa al no ver a nadie, e inmediatamente corrió al baño sin esperar a que la Sra. Bennet le trajera su desayuno.
Cuando Stephen mencionó que le asignaría a la criada de su máxima confianza, jamás pensó que se tratara de aquella señora cascarrabia que hasta ese momento tenía asignado subirle las comidas (y quien por cierto, todavía la trataba con la misma indiferencia pese a sus numerosos intentos por acercarse). Ella era la que permanecía con ellos cuando de vez en cuando Stephen se le daba por visitarla. Por supuesto Mía Laury también lo hacía, pero lo cierto es que ese último mes las únicas medicinas para la locura del encierro se basaban en Sebastian y sus libros porque todos parecían muy ocupados con los preparativos de la fiesta que se avecinaba.
Al salir del baño, la Sra. Bennet ya estaba dejando su desayuno sobre una de las mesas, y notando a la jovencita apurada con el vestido, decidió ayudarle a ajustarle el corsé. Adeline le agradeció con una sonrisa que no fue devuelta. Con prisas, comenzó a embutirse el desayuno ante los ojos horrorizados de la criada que no le dirigió palabra sino para despedirse. Al terminar, Line tomó su pañuelo para la cabeza, y salió corriendo por el pasadizo hasta el patio que Stephen le había enseñado en la víspera de año nuevo, de ahí bordeó la mansión hasta el jardín. Su plan era ir a las caballerizas, quería ver de cerca esos caballos dorados. Por supuesto, primero dio un vistazo panorámico por el lugar para cerciorarse que no iba a ser pillada, aunque ahora las oportunidades de que eso pasara eran más bajas. Afortunadamente, en esos últimos días, la mansión se había llenado de invitados, que por sus extrañas ropas o peculiares rasgos, Adeline notaba que eran extranjeros, y que habían venido de quién sabe donde para asistir a la fiesta que ya notaba bastante próxima.
Con prisa, Adeline se anudó el pañuelo alrededor de la cabeza, procurando que el cabello le cubriera parte del rostro. Se dio un último repaso; a sí misma y a sus alrededores, antes de caminar rumbo al establo. A propósito se había puesto su vestido más simple, el cual había sido el primero que le habían dado en España, luego de que la madre superiora la hubiera hecho donar a la caridad todos y cada uno delos suyos que eran demasiado lujosos para la vida en el convento —razón por la cual hizo que su padre pagara por una docena de vestidos nuevos para ella—. Se sonrió, satisfecha. Vestida así, parecía una criada, y lo cierto es que no le importaba dejar de lado su buen gusto por la moda si eso significaba un poco de libertad.
No era la primera vez que lo hacía. Así que acostumbrada a andar con sigilo, cuando llegó al establo, se asomó, y viendo que no había nadie, se acercó a los caballos. Al verla, los dos caballos y la yegua de los Hamilton la reconocieron de inmediato. Hacía ya tiempo que se pasaba de vez en cuando a verlos, y aunque al principio fue un tanto complicado con la yegua, había logrado ganárselos.
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Secretos De Cuñados
DiversosYo no pedí enamorarme de ti, mi dulce, dulce cuñado. Dime... ¿Me amas a mí también?