Este capítulo va dedicado a guadalupe14480.
Gracias por darme el empujoncito que necesitaba para continuar escribiendo.***
Este capítulo ha sido completamente editado, pero no altera de ningún modo el transcurso original del libro, y si lo hace será en nimiedades.
Gracias por su comprensión*** *** ***
Mañana del martes 27 de Diciembre de 1838. España.
—¡Adeline! —llamó Miguel, entrando al huerto como un rayo.
Adeline, hasta entonces, se encontraba cantando (como usualmente hacía mientras estaba sola) mientras cavaba hoyos en la tierra donde plantar unos rosales. Al escuchar al muchacho, se calló, e inmediatamente se levantó para ver como este sorteaba las hortalizas y las vides, hasta detenerse frente a ella, jadeante.
—¿Miguel?, ¿Qué pasa? —Respondió en español con un ligero acento inglés que aún no lograba erradicar del todo. Pensó en tomarlo de los antebrazos por miedo a que cayera desmayado, aun sabiendo que era el muchacho con más vitalidad y fuerza que conocía.
—¡Eh, chiquilla, que estás de suerte! —exclamó con alegría, tomándola él a ella de los hombros—, ¡la hermana Marcelina me ha mandado porque han venido a verte! No sé los detalles, pero debes ir pronto al comedor, ¡te están esperando! —habló presuroso y sonriente, atragantándose con su propia respiración.
—¿Qué?, ¿Comedor?, ¿Está la cena? —frunció el ceño, sin soltar la palita jardinera. Suspiró, frustrada—. Miguel, despacio, no puedo entender.
—¡Que tienes una visita, Adeline! —repitió frustrado, tomándola por los hombros y mirándola intensamente con sus ojos marrones—. Dijeron que es una mujer... Creo que es tu madre.
¿Madre? Abrió grande los ojos. ¿Madre estaba aquí?
No lo podía creer. Luego de estar sola casi dos años en un país extraño, a un mar de distancia de su hogar, por primera vez tenía a madre esperando por ella a pocos metros. Sin pensarlo —como era muy usual en ella—, se quitó los guantes, dejó tirados todos sus implementos de jardinería y abrazó con todas sus fuerzas al joven jardinero que tanto apoyo le había dado todo ese tiempo, dando saltitos de alegría.
—¡Gracias, gracias, gracias! —chilló y le dio un beso sonoro en la mejilla antes de echar a correr por el huerto hasta la capilla y luego más allá de los jardines, hasta llegar a la edificación principal.
Adeline aferraba en sus manos las faldas de su insulso vestido lavanda manchado de barro en un intento desesperado para que no le estorbara. Su melena oscura, protegida por un pañuelo atado a la cabeza —ya que odiaba usar el caluroso hábito reglamentario—, se sacudía bruscamente a sus espaldas de un lado a otro con cada zancada hasta que divisó las puertas dobles del imperioso comedor de alargadas mesas rectangulares en donde se hacían las visitas. Al llegar tenía la frente empapada en sudor y la respiración agitada. Cualquiera hubiera pensado que era una lunática con sus ropajes sucios, su cabello alborotado y su enorme sonrisa de chiquilla traviesa; pero eso verdaderamente era algo que a Adeline poco le importaba.
Sus dedos cosquillearon mientras abría las puertas de par en par, y se tomó un momento para mirar frenéticamente a todos lados, buscando a su visita.
Cuando sus azulados ojos se encontraron con la delicada y tranquila figura de su hermana mayor, sentada elegantemente al lado de una de las enormes ventanas que daban al patio exterior, no pudo evitar sentir nostalgia. Sin embargo, ese sentimiento rápidamente fue sustituido por la alegría. Una alegría tan grande que sentía que le oprimía el pecho y la garganta. Mía Laury iba ataviada con un hermoso vestido rosa pastel y con sus bucles de oro recogidos dentro de un bonito gorro de encaje; abanico en mano. Al reparar en su hermanita, se levantó con la mano enguantada en la boca y los ojos inundados en lágrimas sin caer.
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Secretos De Cuñados
DiversosYo no pedí enamorarme de ti, mi dulce, dulce cuñado. Dime... ¿Me amas a mí también?