—Dios mío, esto es un desastre; un completo desastre. ¡Una calamidad! —gritaba al techo la condesa de Lancashire, dando vueltas por toda la habitación de su hija mayor—. Ten mucho cuidado de como tratas al príncipe, Adeline Marie Beckham. Cuidadito lo haces enojar o podrían rodar nuestras cabezas. ¡Arruinarías incluso la boda de tu hermana! Y espera siempre a que te presenten. Saluda con cortesía, como te enseñé... ¿Recuerdas cómo te enseñé? No, olvídalo, mejor no saludes a nadie, y por el amor de Dios no permitas quedarte a solas con ningún hombre. No quiero que se diga por ahí que alguna hija mía es una cualquiera; le traerías deshonra a la familia ¡Podría afectar las relaciones con la familia Hamilton! —jadeó, empalideciendo de solo imaginarlo, deteniéndose justo frente a las la pequeña de las Beckham que estaban siendo ayudada por dos criadas a ajustarse el corsé— Y, por el amor de Dios, ¡¿Podrían apretarle más ese corsé a esa niñita?! ¡En la fiesta ni se te ocurra andar de golosa! No comerás nada, solo beberás vino —despotricó, sobándose la frente, abanicándose ansiosamente con su abanico de mano y, reanudando una vez más su marcha de ansiedad por toda la habitación.
Adeline rodó los ojos con fastidio, harta de escuchar las quejas y críticas de su madre durante todas las dos horas que llevaban preparándose, pero al instante su cara se frunció en dolor al sentir como la Srta. Bennet le ajustaba aún más el corsé, y se quejó botando el aire de sus pulmones:
—No es culpa mía, no estoy gorda, solo son mis senos que no entran —Era la tercera vez en esa tarde que intentaban ponerle el vestido, pero debido a la anchura de su busto, se atoraba la parte de arriba.
—Lo siento tanto, Adeline... Es culpa mía, yo soy demasiado menuda —se lamentó Mía Laury, avergonzada de ver como forcejeaban con los pechos de su hermana hasta que por fin le entró la parte de arriba.
Debido a que los vestidos de Adeline aún no estaban terminados, Mía Laury le había ofrecido uno de los suyos, pero la cura resultó más dolorosa que la enfermedad...
—¡Para nada! Si dejara de comer tanta porquería, dejarían de crecerte esos senos de puerca parida —espetó mordaz la condesa—. Es tan de mal gusto... te hace ver como una de aquellas cortesanas —escupió, y de repente sonrió; una sonrisa macabra y burlona que solo prometía más críticas sin censura—. Apuesto a que así la han de ver todos cuando llegue del brazo del príncipe. Por supuesto. Él no conoce a nadie en Escocía, y Adeline no ha sido presentada en sociedad por lo que nadie en la nobleza la reconocerá como una de los nuestros. Será más que obvio que viéndola, así como es, y con los modales que probablemente mostrará... o, mejor dicho, la falta de modales... Ellos, por sí mismos lleguen a la conclusión que es alguna-
—¡Basta! —espetó con fuerza Mía Laury, deteniendo las palabras de su madre con los ojos llenos de las lágrimas que sabía que su dulce y valiente Adeline se esforzaría en esconder dentro de ese nudo en su garganta— Basta, madre —repitió, y esta vez, la voz se le quebró al pronunciar la última palabra.
Victorina Beckham, al verse reprendida por su propia hija, se sintió ofendida y apretando los labios, se giró y con paso firme y elegante salió de la habitación. Las cuatro paredes se llenaron, entonces, del más espeso de los silencios.
—Afuera, las dos. Yo terminaré de arreglar a mi hermana, pueden retirarse —ordenó la rubia con sus delicados puños siendo apretados.
Al instante, las criadas obedecieron, dándole una última mirada a las dos hermanas antes de cerrar las puertas. La Srta. Bennet que se había detenido más de lo necesario en ver la figura cabizbaja de la menor de los Beckham, por primera vez sintió lástima de Adeline.
—Mía... —Susurró la menor, acercándose a su hermana mayor, quien permanecía temblorosa en su lugar.
No había terminado de llegar cuando ya tenía a Mía abrazándose a su cuello, apretándola fuertemente mientras despiadados sollozos sacudían sus hombros, y sin pensarlo dos veces, Adeline le devolvió el abrazo. Debido a su pobre estatura, Adeline tenía que empinarse un poco para que Mía no se encorvase tanto. Soltando un suspiro tembloroso y contenido, comenzó a repartir caricias de arriba abajo por la fina espalda de Mía Laury.
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Secretos De Cuñados
De TodoYo no pedí enamorarme de ti, mi dulce, dulce cuñado. Dime... ¿Me amas a mí también?