Capítulo II - Desconfianza

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El reloj marcaba las 7:30 P. M. cuando Hermione terminó de redactar su último memorando. Soltó un pesado respiro recargándose en su silla y viendo todos los papeles que tenía en su escritorio, les dio un vistazo rápido... no parecía faltar nada; se acomodó para reunir los documentos en una carpeta y ponerla junto a unos pergaminos. Alguien llamó a la puerta y entró.

– Señorita Granger – sonó la voz de Mary, su secretaria – terminé los últimos reportes, ya me retiro.

– Justo a tiempo, Mary – sonrió la castaña – aquí tienes los avances de los pendientes, así como otras notas, ya sabes que si surge algo no dudes en comunicarte conmigo. – Hermione le entregó los documentos a la mujer.

– Claro que sí, señorita. Espero que todo salga bien en su misión – Mary no sabía exactamente a qué iba Hermione a Francia, pero por la visita de alto rango de la mañana, suponía que debía ser algo importante.

– Muchas gracias... disculpa por tenerte aquí tan tarde, lo compensaré, lo prometo – Hermione tomó la mano de su secretaria.

Mary le dedicó una sonrisa maternal a Hermione – No se preocupe. – La mujer se tomó un instante para continuar – sé que va a Francia por un asunto del ministro, pero espero que si tiene la oportunidad se dé un momento para disfrutar... ya sabe, París es una ciudad hermosa.

– Espero tener un momento para disfrutar – le sonrió Hermione. – Ya no te quito más tu tiempo, vete ya... nos vemos en unas semanas.

– Sí, señorita – Hermione se acercó a su secretaria y le dio un fuerte abrazo – cuídate mucho, Hermione – musió Mary.

– Tú también cuídate.

La mujer se alejó de la castaña y se dirigió a la puerta – no demore más, se le hará tarde – y sin más salió dejando a Hermione nuevamente sola.

Mary era para Hermione más que una secretaria, era una consejera y una confidente, a veces también había sido una madre. Hermione había perdido a sus padres hacía corto tiempo y eso derivó aún más en su enajenación (como lo llamaba Ron Weasley) al trabajo. Sin embargo, ahí en esa oficina había encontrado el consuelo en el cariño maternal de Mary, y eso Hermione lo agradecía infinitamente.

Después de la salida de su secretaria, Hermione continúo con su papeleo... al cabo de un rato, guardó todo, tomó su portafolio y una pequeña maleta (la cual Ginny amablemente hizo favor de hacer y llevársela al Ministerio) y se encaminó a salir de aquel lugar; el reloj marcaba las 8:30 P. M.

Estaba Hermione cerrando su oficina cuando una voz la sobresaltó.

– Creí que nunca saldrías de esa cueva, Granger – ella giró y se encontró con Draco Malfoy sentado en la sala de espera. – Espero que no te moleste, pero le pedí a tu secretaria que no me anunciara, no quería que pensaras que te estaba apurando. – Malfoy le hablaba con un pesado tono de voz, un tono tan cansado que su burla inicial sonó más bien a un simple comentario.

– Malfoy, no puedo decir que estoy sorprendida pero no esperaba verte aquí – comentó Hermione mientras el rubio se ponía de pie.

Draco vestía su habitual traje negro, lucía sombrío sin dejar de verse elegante.

– Vine por ti – aquello sonó extraño para ambos, por lo que Draco añadió – ya sabes, el asunto de París... – el tono de Malfoy se ensombreció aún más. – Kingsley me informó que la colaboración del Ministerio en el asunto de mi familia incluía tu asesoría legal, así que lo menos que puedo hacer es venir por ti para llevarte al traslador.

Hermione observó mejor el semblante de Draco, notando unas marcadas ojeras y una profunda melancolía en su mirada. Eso la hizo sentir incómoda, ya que no era el Draco Malfoy que recordaba – ¿Irás también a París? – inquirió la castaña en casi un susurro.

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