Ira

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Frente a mí el imponente castillo Luna Escarlata. Por mi mente pasó brevemente un recuerdo de mi mismo mucho más joven e ingenuo rogando de rodillas...

-Por favor, por favor abuelo es mi madre. Salvala, te lo imploro- las lágrimas nublando la vista, el llanto llenando el espacio entre cada palabra.

Me obligué a mi mismo a no pensar en ello. La tensión solo incrementaba. Esta vez no dejaré que la lastimes.

Avancé hasta la entrada, las puertas se abrieron reconociendo mi superioridad de sangre. Los goznes crujieron mientras me adentraba a paso firme en el vestíbulo. Las puertas se cerraron una vez dentro. Sentía su presencia...

El comedor.

Allí lo encontré, sentado en la cabecera de una larga mesa puesta como si hubiera un gran banquete de celebración, apreté los puños al percatarme que él me esperaba. Quería presumir su victoria.

Completamente solos en la habitación, aunque sentía la presión de los cientos de sus súbditos que estaban atentos a mí. Todo lo que se oía era el crepitar del fuego que ardía en la hoguera de marmol negro detrás de él, la única fuente de luz en la habitación. 

-Bienvenido a tu hogar, mi querido nieto.

-No soy tu nieto, y este JAMÁS fue mi hogar.

Él suspiró. Evaluaba cuidadosamente cada movimiento de mi oponente. Intentaba encontrar un atisbo de duda, una pista, un indicio de debilidad, lo que fuera.

-Me llenas de una profunda pena mi niño.- Hablaba cómo si realmente lo hubiera hecho sentir mal. Luego de todos estos años aún disfrutaba de ser un viejo cínico.

-¿qué quieres?- No tenía paciencia.

Él posó sus ojos en mí por un momento, serio, luego sonrió lleno de arrogancia. Quería destrozarle la quijada, arrancar esa retorcida sonrisa de su cara. Y él lo sabía, y gozaba de ello, de saberse ventajoso, mientras la tuviera a ella yo no le haría nada.

-¿Qué quiero? Tú sabes que quiero.

-No seré tu peón.

Su rostro ya no sonreía, pero no me iba a hacer temblar un solo cabello. Mi voluntad era inquebrantable.

De pronto sonrió de lado, pretencioso. Intenté no dejar entrever mis dudas por su cambio de actitud. Se paró de su asiento y se movió por el lado izquiero de la mesa, su rostro quedo fraccionado por las sombras que producía el ventanal en el lado derecho de la habitación.

-¿No suplicarás como aquella vez?- Su voz suave y confiada, ponzoñosa.

-Tú- Los ojos se me inyectaron en carmesí y noté la tensión en cada músculo de mi cuerpo, me arrojé violentamente a él, pero no llegué a rozarlo. Diez de sus malditos lame botas me tenían fuertemente sujeto, luche para desprenderme de ellos. De una sacudida liberé mi brazo izquierdo de 2 de ellos, pero entonces otros 3 lo sujetaron, había al menos una cincuentena de ellos en la habitación, mirándome con sus morbosos ojos rojos. A los diez que me sujetaban se unieron otros diez y me hicieron inclinarme ante él, quién me miraba desde lo alto, con dos mujeres exuberantes, morenas y escasamente vestidas a cada lado como si estuviera mostrando su asquerosa superioridad a mí, último descendiente vivo de Isabella.

-Tú no aprendes querido.- Él se me acercó hasta quedar a la altura de mi rostro- No puedes luchar contra lo inevitable. Esta guerra inició mucho antes que tú nacieras, eres un producto de ella y te guste o no, estarás de mi lado. Esa falsa neutralidad que sostienes escondiendote con tus amigos entre las faldas de la iglesia se acabará de una forma u otra.

Lo escupí en la cara. Levantó una mano a sus súbditos alterados obligándolos a mantenerse ajenos, mientras se enderezaba. Una vez correctamente derecho sentí el impacto de su mano en mi mejilla izquiera, que me obligó a voltear el rostro por la fuerza ejercida en el golpe.

Su mano tomó mis cabellos y me obligó a mirarlo nuevamente.

-Sabes, me pregunto cuántas mujeres más tendrán que morir para que entiendas el punto.

Intenté arrojarme nuevamente a él pero un golpe directo a mi estómago me detuvo. Doblado en el piso sentí mi conciencia abandonarme, la presión ejercida en mi mente por todos los que estaban en la habitación a la vez no me permitía concentrarme lo suficiente para bloquearlos.

La ira seguía ahí. Latente. Aún en la bruma de su influencia, jamás podrían hacerme olvidar esto. Haré que paguen, cada uno de ellos perecerá mirando mí rostro. Esas almas ya no tendrían salvación. Me encargaría personalmente de ello. Lo juro...

Rose.

Prisionera (#2 Saga: Mariposa nocturna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora