Mimado

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Por muy exacta que fuera su similitud, sus temperamentos eran un cuento armado en un idioma completamente diferente uno del otro. Yuichiro era reservado, demasiado serio y poco paciente, evitaba las interacciones sociales en la medida de lo posible y siempre veía a la gente con ese ceño fruncido como si quisiera estar en cualquier lugar menos allí. Mientra que Muichiro era totalmente un niño mimado. Adorable hasta donde su falta de empatía parecía un infantilismo y no una ofensa, hasta donde esa sonrisa arrogante parecía sólo demasiado inocente en lugar de agresiva. En realidad ninguno de los dos parecía ser una buena persona, pero ambos tenían un magnetismo, un encanto que era imposible ignorar. Entonces ninguno de los dos era lo que pudiera decirse inadaptados. Tenían amigos para pasar el rato, gente admirándoles siempre. Porque eran hermosos como las ruinas del tiempo, sobresalientes en clases, correctos, sospechosamente demasiado correctos con los adultos. Sus relaciones parecían demasiado bien planeadas, como si su intención no fuera realmente tener lazos con nadie, sino no levantar sospechas.

Pero ¿De qué?

Muichiro intentaba no pensar demasiado al respecto, porque si se confesaba que todo el teatro que aceptaba montar junto a su hermano, debería admitir que sabía que lo que hacían era incorrecto. Podía alegar inocencia si se decía que simplemente era la forma en la que había crecido, demasiado acostumbrado a sólo confiar en Yui, a sólo querer a Yui, Porque Yui era celoso incluso del amor que pudiera tener por sus padres, siempre tomando esa actitud del hermano mayor sobreprotector que en verdad encerraba una posesividad que podía llegar a aterrarle. Podía, pero no. Porque Mui adoraba a Yui con esa misma obsesiva insistencia, tomando esa actitud sumisa únicamente porque sabía que era exactamente lo que a su hermano le gustaba. No era tonto, no era débil. Sabía exactamente qué máscaras usar para que Yui tampoco pudiera escaparse, para que tampoco pudiera comenzar a cuestionarse nada. 

Porque la escuela significó comenzar a mirar otras vidas, otras interacciones y descubrir que no todos los hermanos se besan, y por el contrario la idea enseguida era censurada, si la única vez que en la primaria Mui se sentó en el regazo de su hermano, buscando sus labios como siempre antes de dormir y aquél profesor los descubrió, llevándolos enseguida ante el director. Llamaron a sus padres y el camino a casa fue el más tortuoso de sus vidas, en ese silencio que sólo rompieron para anunciar que iban a comenzar a dormir separados y necesitaban comenzar a estar menos juntos. Yui intuyó que lo mejor que podía hacer era ceder o perdería por completo. Aunque escuchaba a Mui llorar hasta quedarse dormido del otro lado de la puerta, pidiéndole que le dejara pasar, nunca cedió. No más besos delante de otras personas, no más hora del baño juntos cuando papá y mamá estaban en casa. Pero a solas, las horas que podían robarle a la rutina, eran suyas nada más. Montaron su teatro para todo el mundo, sus padres incluídos, permitiéndoles creer lo que querían. Aquello sólo había sido una etapa, un juego de niños que no supieron detener a tiempo pero ahora había pasado.

— Se nos está haciendo tarde, Yui.

Muichiro jadeaba contra su oído, los dedos clavándose en su cuello, desmintiendo su preocupación por no llegar a tiempo a la escuela, atrayendo su boca de nuevo a la suya, besándolo como si el único aire que pudiera tomar fuera el que estaba en sus pulmones, robándole el aliento, enredando sus piernas en su cintura, rozándose contra él, haciendo que la cama delatara el peso de ambos, sabiendo que sus padres estaban abajo en el comedor, esperándoles para desayunar. 

—Creo que amanecí con un poco de fiebre.

Yuichiro bajó sus labios hacia su cuello, besándole allí pero al ir desabotonando su camisa, comenzando a morderle el pecho, sintiendo el sabor del jabón de lavanda y menta, las manos de Muichiro bajando el pantalón de su pijama, rebuscando en el cajón bajo la cama donde se suponía guardaba los calcetines. Yuichiro estiró su mano, deteniéndolo, subiendo de vuelta a sus labios, hacia su oreja.

— Ve con ellos a decirles que nos sentimos enfermos, si te ven así de rojo no van a cuestionar nada. Hoy tengo ganas de hacerlo más lento, Mui.

No tuvo qué pedirlo siquiera por favor y el muchacho ya se había escurrido bajo su cuerpo, acomodándose apenas la pijama para correr escaleras abajo. Yuichiro se sentó en la cama, dándose el tiempo para desabotonarse la camisa también, sujetarse el cabello y mirar el celular de su hermano para ver la hora. Sonrió al fijarse también en la fecha, mientras abría el cajón de los calcetines, sacando los condones y el lubricante que había comprado la semana pasada, cuando comenzaron a tener sexo. Faltaban sólo tres días para su cumpleaños dieciséis. Quizá les regalaría un par de juguetes para ambos.

Se recostó en la cama, sonriendo al escuchar la puerta abrirse y volver a cerrarse. 

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