Quien se ensucia las manos

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Si alguien le preguntaba exactamente qué sentía por Yui, no podría decir nada, entonces solamente hacía un círculo en el aire con el dedo y se marchaba con una sonrisa igual de ilegible dejando en el aire todas las interpretaciones que nunca siquiera rozaban la verdad. Nadie les escuchaba decirse " te quiero" y un día dejaron de mostrar cualquier afecto físico en público, pero bastaba una mirada o una palabra de alguien en un tono desafiante y  enseguida sacaba los puños por su hermano.  Entonces ese círculo podía ser tomado como " soy el escudo de mi hermano" y resultaba incluso enternecedor. Pero era cuando menos escalofriantes verlos siempre juntos, lado a lado, pero sin decirse una sola palabra, caminando como si hubiera un hilo atándolos por el cuello y ninguno pudiera articular palabra sin temor a que el hilo les abriera la piel o peor aún, se rompiera y les separara.  Se miraban a veces, pero nunca más de dos segundos. 

Era realmente gracioso que ni siquiera estas extrañas actitudes los hubieran vuelto unos relegados. Quizá porque ambos eran una especie de celebridades por sus destrezas físicas o por lo inteligentes que eran, porque eran tan bonitos como la primavera o porque, al menos Mui, tenía un caracter dulce y amigable. Yui era mucho más arisco, pero en realidad resultaba ser una persona confiable debido a su falta de interés sincero en los demás. Al principio sus relaciones eran solo su teatro, pero la naturaleza sociable de los humanos terminó asomándose, arrastrando a Mui primero, después a Yui, quien vencido se dejó llevar junto a su gemelo al receso con los demás, tolerando que insistieran acompañarlos hasta su casa e incluso los fines de semana pedirles que salieran. Toleraba todo aquello con los labios sellados cuando Mui, sin que nadie lo viera, trazaba ese círculo en su espalda, sabiendo que era el único que entendía su significado. 

"Eres mi todo"

Y Yui se iba a dormir tranquilo, sabiendo que no pasarían más de dos horas y Mui , tras asegurarse que sus padres ya estaban dormidos se colaría a su cama y las horas y el cansancio dictarían si la noche sería en vela o un apretado abrazo con su nariz aspirando en su cuello, recordándole que tenían el mismo aroma, el mismo tacto de durazno en la piel y había algo verdaderamente mágico en eso. Magia negra, prohibida, sí. Pero magia al final de cuentas. 

Pero los hechizos están hechos para romperse y era la lección más dolorosa que debía aprender en la vida. Porque Mui comenzó a escuchar atentamente a los demás hablar de sus familias, de sus hermanos, y había veces que se sonrojaba o palidecía sin aparente sentido, pero Yui sabía exactamente lo que estaba pasando por su cabeza. Por ejemplo, Genya contó que de niño solía decir que crecería para casarse con su hermano y su padre le cruzó la cara de una bofetada. Ahora comprendía y lo contaba como una anécdota algo vergonzosa. O Zenitsu más abiertamente decir que sus primeros besos fueron con Kaigaku porque eran niños muy inquietos y todo, pero nunca volvieron a mencionarlo, menos a repetirlo. Tanjiro...

Tanjiro era un problema.  Odiaba su nombre, su persona, toda su aura de niño angelical que siempre sonreía amablemente y se ocupaba de vigilarlos a todos, de abrir envolturas y besar heridas. Era empalagosa su manera de hablar de su familia, del honor y las costumbres y demás cosas que  para Yui no tenían ningún sentido. Odiaba la manera en que miraba a Mui, odiaba la manera en la que Mui lo miraba y la forma en que ambos daban un paso más lento para quedar siempre a la misma distancia tras el resto de sus amigos, hablándose más bajo, sonriéndose. Tomándose de la mano.

— Lo siento ¿Estarás bien durmiendo solo hoy?

Yui vio su hilo romperse, cayendo como podrido al suelo mientras Mui giraba sobre sus talones sin mirarlo, con la vista pegada al celular volviendo a su habitación sin darle su beso de buenas noches, ni siquiera de trazar aquél círculo en su hombro. Caminó hacia él, tomándolo de la mano para hacerlo voltear, tomando su mentón dispuesto a besarlo. Pero Muichiro echó la cabeza hacia atrás, dando dos pasos lejos de él. Los ojos mentas de Yuichiro abiertos en desconsuelo, pidiendo que no lo dijera, que por piedad, por compasión no lo dijera.

— Buenas noches, Yui. 

No era necesario que lo hiciera, era más que evidente.Sentía el miedo caerle gota a gota por la espalda, una desesperación que gritaba con más fuerza mientras Mui caminaba hacia su habitación, separada apenas de la suya por el pequeño pasillo y las escaleras. Dio dos pasos, tres, congelándose al verlo cerrar la puerta sin mirar atrás.

 Alguien había borrado su círculo perfecto. Y Yuichiro no estaba dispuesto a ceder así de fácil. 

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