capítulo 8.

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Lo primero que Danielle, Diego y Scarlett descubrieron sobre Theodoro fue que nunca cerraba la boca. Le daba igual quedar como un impertinente o un pesado, no tenía mesura y cada pregunta que le respondían originaba otras dos aún más molestas.

-Entonces.--decía en aquel momento el pelirrojo.--A ver si lo he entendido bien: ¿nos prometieron unos brazaletes solares antes de tenerlos siquiera?

Danielle volvió a poner los ojos en blanco y comentó sin tan siquiera girarse:

-El gobierno se los llevó cuando huyeron de la Ciudadela. Pero sabemos construirlos, por eso...

-Ya, pero nos mintieron.--le interrumpió Theodoro, como era su costumbre, con los dientes apretados y la nariz arrugada como si algo le oliera mal.

-¿Si confesamos que les mentimos cerrarás el pico?.--le preguntó Diego, al volante del vehículo.

-Solo quiero que me digan la verdad. Eso es todo.

-¡Esa es la verdad, maldita sea!.--estalló Danielle.

El pelirrojo alzó las cejas, haciéndose el sorprendido, y añadió:

-Bueno, no hace falta ponerse violentos... ¿Tú no tienes nada que añadir, Billie?.--preguntó, girando el cuello hacia Scarlett.

La aludida negó en silencio. Antes de continuar mirando por la ventanilla, sus ojos se encontraron un instante con los de Danielle, pero se limitó a pasar de ello y a disfrutar del paisaje. Sabía que no les había hecho ninguna gracia que tomara la decisión de invitar a aquel tipo con ínfulas de periodista de investigación sin haberlo consultado antes, pero contaba con eso. Había improvisado sobre la marcha y en realidad no sabía adónde le llevaría su iniciativa, pero por el momento estaba disfrutando de lo lindo viéndolos a todos tan desesperados.

Llegaron a la fábrica mucho más tarde de lo previsto, tras haber tenido que parar varias veces para que Theodoro hiciera sus necesidades después de que se hubiera acabado una de las cantimploras que llevaban por si la misión se complicaba.

Atravesaron una verja rota y siguieron avanzando hasta una estructura de ladrillos con los ventanales hechos pedazos y las puertas reventadas. Parecía que eran los primeros en acercarse a aquel lugar en muchos años. En cuanto el jeep se detuvo, Danielle se bajó y se dirigió al maletero para abrirlo y seleccionar un par de pistolas. Al pasar junto a Finneas y Cara, que habían viajado en el otro vehículo con Harry y Khalid, masculló:

-Aléjenlo de mí o no prometo que vaya a salir vivo de esta...

La mujer del tatuaje en la cabeza soltó una risa gutural y cargó sobre su hombro una de las ametralladoras.

-Más te vale que no le pase nada o Chapel nos echará encima a todo su ejército de quejicas.--añadió, divertida.

-Bueno, ¿y ahora qué?.--preguntó Theodoro a nadie en particular, mientras se estiraba.

-Ahora toca buscar.--contestó Khalid.

-Ya veo... ¿Por dónde?

-Por todas partes.--respondió de nuevo el grandullón.

El pelirrojo frunció el ceño.

-O sea, ¿que en realidad no saben seguro si hay placas solares ahí dentro?

Danielle no lo soportó más. De dos zancadas se colocó frente a él y lo agarró del cuello para empujarlo de espaldas contra el capó del jeep.

-No.--le dijo, con los ojos llameando de rabia.--No estamos seguros de si habrá placas ahí dentro. Pero lo que sí te puedo prometer es que como no te calles vas a desear haberte quedado en la Ciudadela.

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